Homilía pronunciada en la parroquia de Santa Teresa de Jesús, Toledo, el 13 de noviembre de 1993, con motivo de la Jornada Eucarística Diocesana. Texto en BOAT, noviembre-diciembre 1993.
Querido Señor Obispo, Señor Cura Párroco, Vicario Parroquial y queridos sacerdotes de distintas parroquias e incluso arciprestazgos algunos bien lejanos: Os saludo a vosotros, seglares, asociaciones eucarísticas y de otra naturaleza que estáis aquí presentes; y a todos los demás; a cuantos habéis querido venir para celebrar esta Jornada Eucarística, que quiere ser el comienzo de un conjunto de actuaciones que vamos a ir celebrando y que constituirán nuestro Congreso Eucarístico Diocesano, para terminar, en el momento oportuno con una gran jornada, en que unos y otros podamos realizar una adoración profunda a Jesucristo sin desfiles procesionales espléndidos, como los del Corpus, sino con otra cosa más sencilla, más sentida, más profunda. Ese será el final de estos actos que vamos a celebrar empezando por éste de hoy.
Una tradición que procede del Señor… #
Acabáis de oír esas frases del Apóstol San Pablo, en que se refiere a lo que él recibió como una tradición que venía del principio, de los mismos Apóstoles. «Yo he recibido una tradición», en que se me enseña que en la noche en que Cristo iba a celebrar la última Pascua… Habla de cómo el Señor, en la última Cena, consagró el pan y el vino, y se lo dio a comer y a beber a los Apóstoles diciéndoles: «Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre».
Y ahí empezó todo, queridos hermanos. En esa noche en que Jesús cumplió la promesa que un día había hecho: «El pan que yo os daré es mi carne»; el pan que habéis comido, el maná que habéis comido no os daba la vida. Mi cuerpo es pan bajado del cielo. Había hecho estas promesas y las cumplió. Y ahí empezó todo, desde esa primera Cena hasta la Primera Comunión de los niños de esta parroquia, que la harán dentro de algún tiempo, este año. Desde ese momento en que Cristo está con los Apóstoles ya para ir al huerto de los olivos, hasta el Viático, esa comunión para el gran viaje, el de la eternidad, que el sacerdote facilita a un enfermo. Ahí empezó todo. Desde esas palabras, cuando Jesucristo dice: «El que come mi carne no morirá para siempre», hasta esa comunión diaria de ese chico y esa muchacha joven, de esa mujer de su casa, de ese hombre consciente de su religiosidad; tantos y tantos en todos los lugares del mundo que conscientes de lo que es el sacrificio y el sacramento se acercan a recibir éste, participando en aquél, que es la Misa.
Sentido del Congreso Eucarístico Internacional #
Han pasado ya unos meses desde el Congreso Eucarístico de Sevilla. Allí estuvimos algunos de los que estamos aquí. Adorábamos, cantábamos, amábamos. Íbamos y veníamos de un lugar a otro y nos unimos con todos los fieles, no sólo de Sevilla, no sólo de España, sino del mundo entero, porque allí había grupos de fieles católicos de todos los continentes. Y escuchamos la voz del Vicario de Cristo. Yo me pregunto: ¿Va a quedar reducido el Congreso Eucarístico Internacional a los actos que allí celebramos? ¿Todo va a ser un tributo de acción de gracias y de adoración, pero pasajero y fugaz? ¿Es que no tenemos nada más que hacer en relación con el misterio de la Eucaristía?
Yo me he hecho estas preguntas, y he dicho a los sacerdotes: no, no podemos quedarnos así. Hay que celebrar en la diócesis un «congreso», algo con que las asociaciones eucarísticas que existen, se fortalezcan y se propaguen más, y otras que puedan existir, o que nazcan de la conmemoración de ese congreso, se consoliden o surjan. Porque no puede haber vida cristiana sin Eucaristía. ¿Sabéis vosotros lo que significa que tengamos este tesoro en nuestras iglesias, y que las gentes pasen junto a la iglesia, estando bautizados, y no se les ocurra entrar a hacer una visita al Sagrario, aunque no sea más que cinco minutos? ¿Es concebible esto? ¿Qué cristiano puede haber cuando se descuida, se silencia y se olvida la joya más rica que tiene la religión cristiana en la tierra, que es la presencia eucarística del Señor?
Entonces, lo que nos proponemos es que en cada arciprestazgo, se celebre como un “pequeño congreso” arciprestal con participación de todas las parroquias y con la preparación previa que debe preceder al acto del “congreso”. Y todo eso en el arciprestazgo, moviéndolo con todo interés y trabajando sin descanso hasta conseguir algo parecido a lo que me han telefoneado esta mañana desde Talavera.
Está celebrándose allí una misión popular; están trabajando en todas las parroquias y capillas misioneros paúles y sacerdotes; y hoy, sábado ha sido el Rosario de la Aurora. Y me dice el Vicario de aquel territorio, el Vicario Episcopal, que ha sido tal la muchedumbre que ha participado que nunca se ha dado esa concentración de gentes en Talavera. Es la Virgen del Prado, quizá, la que allí mueve el corazón. El hecho es que esa conmoción espiritual se ha producido y los curas mismos estaban hondamente impresionados de la respuesta de los fieles. Lo cual me hace pensar muchas veces: ¡Los fieles no responden, porque nosotros no llamamos! Hay que trabajar incansablemente, y frente a las indiferencias y descuidos que hay hoy en la vida religiosa, nosotros, los sacerdotes, al menos nosotros, nunca jamás podremos rendirnos a un desaliento pesimista; no. Tenemos a Jesucristo, y basta. Él hará que broten los frutos, cuando sea. Nosotros lo que tenemos que hacer es trabajar mucho más y hablar menos.
Adorar a Cristo en la Eucaristía #
Adoración eucarística. ¿Por qué? El que adora a Cristo en la Eucaristía cultiva el silencio interior, hace de su alma un receptáculo de los bienes divinos; se enriquece con la inhabitación de las Tres Divinas Personas, y a poco que medite en lo que significa eso, adorar al Señor, gana terreno en la vida cristiana y se acerca mucho más a Jesucristo.
El que hace adoración a la Eucaristía se siente acompañado; frente a la soledad de la vida, que tantas veces nos atormenta, tenemos los cristianos un remedio en nuestras manos. Es éste: buscar la compañía de Jesucristo. Con actos de fe, dejando a un lado nuestras dudas, pero buscando la compañía que necesitamos, y no nos la puede brindar nadie en este mundo tan completa y gozosa, como la que en muchos momentos es necesaria en nuestra vida.
El que hace adoración a la Eucaristía elimina la tristeza, experimenta gozo. Nuestro Dios no es un Dios de temor, es un Dios amable, Padre nuestro, Hermano nuestro, Redentor nuestro. Y yo, cristiano, quiero sentir esto en mi vida; quiero que no se limiten a decírmelo, y mis oídos a escucharlo; quiero sentirlo en mi corazón. ¡Dios Padre, Cristo hermano, Cristo redentor, Espíritu Santo luz, fuerza y amor!
El que adora tiene todo esto junto a sí mismo. Adorar es poseer la sabiduría y la sabiduría es la Sagrada Escritura, Dios mismo.
El que adora habla poco; nada más que cuando tiene que hablar; no ofende a nadie; se ofrece generosamente a los demás; hace participar a otros en los bienes que él posee. Vive la caridad.
El que adora comprende mejor el sufrimiento.
En esos ratos de adoración ha habido muchos hombres de la Adoración Nocturna. A algunos de los cuales yo he podido escuchar sus testimonios desde mis primeros años de sacerdote. Ha habido muchos hombres que han encontrado su consuelo en esa ejemplar institución eucarística. Recuerdo el caso de un señor de Escalonilla. Vino un día con su mujer a entregarme una cantidad para el Seminario. Es lo que le habían dado en el seguro que tenía suscrito a favor de una hija suya que, en la noche última del año, al ir de Escalonilla a Torrijos, murió en un accidente de automóvil. Una excelente muchacha; iba con su novio y una hermana. Habrían ido infinidad de veces; pero esa noche fue cuando, por lo que sea, sufrió un accidente, y ella murió. Entonces, el dinero que les dieron, dos millones y pico, este hombre vino a darlo para el Seminario, y me dijo lo siguiente: «Yo la quería tanto, que cuando tuve noticias de la muerte de mi hija, inmediatamente pensé que yo ya no podría vivir y que debería no poder vivir. Pero eso fue un momento; después empecé a pensar: ¿y mis horas de adoración nocturna en Escalonilla, durante tantos años ya? ¿Y las que voy a seguir haciendo?, porque no debo retirarme. Me acompañará mi hija ahí, conmigo, y ofreceré al Señor algo que hasta ahora no he ofrecido, el terrible sacrificio de haber perdido a esta hija tan querida».
Se valora más el sufrimiento, cuando se sabe para qué está en la vida, porque la Eucaristía es sacrificio, porque es cruz amorosa, porque es huerto de los olivos, porque es despedida, porque es última Cena, porque es amor, es darse, es dar todo lo que tenía Jesús: Mi Carne y mi Sangre. Es el secreto de la Iglesia. Es la Eucaristía la que hace a la Iglesia. La hace, la construye; por eso hemos de tener mucho más culto a la Eucaristía en nuestras iglesias y hay que buscar modos de apostolado en los que la Eucaristía esté presente. Hay que trabajar, sacerdotes, en las parroquias con mucha fe, aunque vengan pocos; ya vendrán más; pero no retirarnos nosotros. No arreglaremos el problema religioso de nuestro tiempo con evasiones fáciles y con manifestaciones católicas cómodas, no. Tenemos que aceptar lo que haya de sacrificio, que es dulce, es yugo suave, es cruz santa y redentora. El sacrificio de Cristo en la Eucaristía, es, en una palabra, amor. Está todo lleno de amor, y siendo así, ¡con qué facilidad vamos discurriendo por la vida, evadiéndonos de lo que significa esto que Dios ha puesto en nuestras manos, y entregándonos en cambio a pasajeras diversiones que no conducen a nada!
El apostolado seglar en España en nuestro tiempo subirá mucho, si consiliarios y dirigentes dan más culto a la Eucaristía, si se hacen más horas de adoración, si se examinan las conciencias más delicadamente delante del Señor de la Eucaristía. Él es nuestro Señor, a Él nos rendimos, a Él amamos, con Él queremos caminar y vivir; su carne es verdaderamente comida y su sangre es verdaderamente bebida.
Estas asociaciones eucarísticas tienen una vida lánguida y pobre en cuanto al número; rica y fervorosa en cuanto a los que a ellas pertenecen, porque son fieles y cumplen con esmero la obligación que por amor se han impuesto, pero son muy pobres para lo que tenían que ser en una ciudad como Toledo. En todas las iglesias tendría que haber turnos de Adoración Nocturna, con un poco de sacrificio, sí; viene muy bien. Cambian las vidas, se iluminan las mentes, coge calor el corazón y se transforman la familia y la sociedad.
Vamos a comenzar, desde hoy, estos trabajos para terminar, cuando sea, con ese acto que congregue a hombres y mujeres de toda la diócesis con sus sacerdotes, para adorar y consagrarnos en el culto y en el amor a Cristo Sacramentado, para hacerle más Hermano nuestro y sentir mejor su redención. Que así sea.