Nuestros obispos auxiliares y el gobierno de la Archidiócesis

View Categories

Nuestros obispos auxiliares y el gobierno de la Archidiócesis

Comunicación pastoral, del 19 de enero de 1969, publicada en el Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 15 de febrero de 1969, 77-81.

Ha pasado poco más de un mes desde el día 14 de diciembre, en que la comunidad diocesana de Barcelona asistió con gozo al hecho de la consagración episcopal de los cuatro obispos auxiliares que la Santa Sede ha tenido a bien designar para ayudarme en el gobierno pastoral de la Archidiócesis de Barcelona.

Durante este tiempo hemos reflexionado atentamente, y hemos escuchado los consejos e indicaciones de los señores vicarios episcopales y de los miembros de la Comisión Asesora de Pastoral Diocesana, expuestos y discutidos individual y colectivamente.

Fruto de todas estas reflexiones son los siguientes criterios que van a guiar nuestra actuación, y que considero obligado dar a conocer a todos vosotros, sacerdotes, religiosos y seglares, para que nos ayudéis en orden a su aplicación eficaz y provechosa.

Trabajo en equipo y relación con los demás
órganos de gobierno y de consulta #

Si bien la responsabilidad de tomar las últimas y supremas decisiones corresponde al Prelado diocesano, para asegurar más el acierto en las mismas y lograr en todo momento la indispensable unidad de pensamiento y de acción, nos reuniremos con periódica frecuencia, y todos los meses tendremos sesiones de trabajo con los diversos órganos de gobierno y de consulta establecidos o que puedan establecerse en la diócesis.

Las vicarías episcopales serán cada día más potenciadas y a cada obispo se le encomendará la relación que ha de tener en nombre del Prelado diocesano con cada una de ellas.

Trato personal con todos #

Procuraremos un contacto directo y personal, al máximo posible, con los sacerdotes, órdenes y congregaciones religiosas, y los seglares todos del pueblo de Dios sin distinción alguna, con el propósito de llegar a todos en la predicación del Evangelio y en la ordenación de los factores que influyen en la vida religiosa de la diócesis, atentos únicamente a la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Para ello, siempre que sea necesario, separaremos la administración del sacramento de la confirmación de la visita pastoral propiamente dicha.

Ésta se hará de una manera continua y permanente, sin que la solemnidad litúrgica que le es propia sofoque la normal sencillez que debe presidir siempre las relaciones de los ministros de Dios al servicio de las necesidades espirituales del pueblo. La visita pastoral deberá servir siempre a un propósito: el de iluminar los caminos de nuestra acción, alentando e impulsando todo lo bueno y corrigiendo lo que no lo sea.

Descentralización progresiva #

La numerosa población de nuestra diócesis y la cantidad tan abundante de organismos e instituciones más o menos vinculadas a la vida eclesial de la misma piden con urgencia una clara ordenación de nuestro trabajo pastoral, de tal manera que, sin quebranto de la necesaria unidad, cada obispo tenga encomendado a su cuidado, bajo su inmediata responsabilidad, un determinado campo de acción, tanto en el área geográfica como en el sector de las instituciones y apostolados específicos. Sería precipitado delimitar ahora con carácter de invariable fijeza zonas geográficas correspondientes a una marcada división territorial. Para ello se necesita un estudio más detenido y profundo que tenga en cuenta múltiples datos de diversa índole. Pero sí que es posible y obligado ya desde ahora señalar a cada obispo una demarcación comprensiva de varios arciprestazgos para que conozca su campo de acción y para que los que en él habitan le conozcan a él y a él puedan acudir más fácilmente. El tiempo y la marcha de las cosas nos irá diciendo lo que convenga hacer en el futuro.

Actividad serena y ordenada #

Aun dividido así el trabajo, a cada obispo le corresponderá, teóricamente hablando, una población de más de 600.000 almas. Por lo cual sería contraproducente querer abarcarlo todo, ponerse en contacto con todo y visitar todo rápidamente. Es preferible, como sistema de trabajo, dejarse guiar por una actitud de serenidad, método y orden, que no significan calmosa indiferencia o torpe inactividad. Por muchas visitas y contactos que el obispo quiera hacer y recibir, cada mes y cada año, no podrá llegar más que a un número limitado de personas, parroquias y organismos. Mejor será el orden y la reflexión pausada y tranquila en los contactos y reuniones de estudio y de trabajo, que la prisa superficial o la relación evasiva y fugaz.

Pedimos desde este momento que todos se den cuenta de este hecho, y que nos ayuden a lograr el orden necesario para la fecundidad de nuestra labor. Debemos aspirar incluso a poder señalar al principio de cada trimestre el calendario de nuestro trabajo, con el programa de visitas, reuniones y actos diversos, dejando siempre el tiempo necesario para poder dedicarlo al estudio y la oración más intensamente, ya que estas son nuestras primeras obligaciones, como las de todo sacerdote.

Relación con los arciprestazgos #

Dentro de este espíritu que estoy señalando, consideramos fundamental la relación del obispo con el arciprestazgo como estructura canónica y pastoral básica en el dinamismo de la acción apostólica. Es ahí donde hay que lograr una pastoral de conjunto que no se quede en mera expresión verbal o vaga aspiración sin contenido. El arciprestazgo será el núcleo integrador de los diversos recursos, fuerzas e instrumentos de trabajo pastoral, sobre cuya base podrán configurarse más tarde las zonas pastorales, previas la reflexión y estudio necesarios. Es mi propósito serio avanzar decididamente por este camino, revalorizar más y más la figura del arcipreste de acuerdo con el Motu Proprio Ecclesiae Sanctae, y establecer la subsidiariedad como principio de gobierno, hasta donde el derecho canónico y una prudente experiencia lo permitan.

Vida espiritual y amor a Jesucristo y a su Iglesia #

Por muy acertados que sean estos criterios y muy capaces que fuéramos de llevarlos a la práctica, estimo que es un grave deber mío referirme ahora a algo que está por encima de todo. De nada nos servirá el método y el estilo de trabajo si no fomentamos, nosotros los obispos, como primera obligación nuestra en la relación que hemos de tener con la grey que se nos encomienda, empezando por nosotros mismos y por los sacerdotes, una mayor vida espiritual, de oración y unión con Dios, de amor a Jesucristo y a la Iglesia, y de práctica de las virtudes evangélicas, la primera de las cuales es la caridad. Y con la oración y la unión con Dios, el estudio de la teología y las ciencias sagradas. No basta hablar de la Palabra, la Revelación, la Fe y el Reino. Estos son términos fundamentales, pero no unívocos, con lo que la Iglesia es en la totalidad de su ministerio, tal como Jesucristo la ha constituido. Deberemos fomentar en nuestra diócesis jornadas frecuentes de oración y de estudio, según lo que el Concilio nos pide a los obispos al marcarnos nuestras obligaciones con respecto al clero. Porque sólo así, “empleando los medios recomendados por la Iglesia” (PO 12), se nutrirá de fuerza interior nuestra acción pastoral, la cual puede y debe ser vínculo de perfección sacerdotal, que reduzca a unidad, vida y acción (ibíd. 14).

Cada día que pasa nos gasta y nos consume, a veces también en nuestra dimensión ascética personal. Si no nos esforzamos por mantener vivo el fuego de nuestra consagración sacerdotal y por vigorizar siempre nuestras actitudes espirituales de amor y contemplación de Dios, no haremos más que hablar vanas palabras y sustituir un mero estructuralismo por otro, con el peligro de que, al querer hablar todos, terminaremos por no entendernos ninguno.

Hacia la creación de diócesis propiamente dichas #

Por último, como esperanza o como proyecto, apunto aquí una idea que en cierto modo está ya en la calle, y que a vosotros, diocesanos de Barcelona, tan sensibles a lo que el Concilio nos dice, no ha de pareceros extraña.

No es suficiente, para que la acción pastoral pueda organizarse en nuestra diócesis debidamente, la ayuda de los obispos auxiliares, ni de cuatro ni de seis. El obispo debe ser el centro de unidad pastoral en cada diócesis, con plena responsabilidad, lograda no sólo ni principalmente por la vía de la autoridad que por derecho divino le corresponde, sino por su presencia de padre y pastor; por su trato frecuente con unos y con otros; por su servicialidad humilde y sencilla para poner en todos paz, amor y concordia; por su capacidad para la iniciativa, el consejo, la determinación y el impulso de todo lo bueno y santo. Querer conseguir esto en diócesis de la magnitud de la nuestra, y aun en otras muchas de menos población y complicaciones, es querer lograr imposibles.

En Barcelona deberíamos poder llegar con el tiempo, y no tardando mucho, a algo semejante a lo que se ha hecho en París: varias diócesis, con obispos propios, y unidos todos mediante un estatuto de relación común, aprobado por la Santa Sede, distinto del que normalmente rige las relaciones de los obispos sufragáneos con el metropolitano dentro de una provincia eclesiástica. En tal hipótesis se podría conservar perfectamente la necesaria unidad orgánica y pastoral que piden el carácter y la configuración de una población determinada.

La gran Barcelona y su expansión creciente nos piden un esfuerzo de previsión sobre el porvenir de nuestra vida religiosa, no sea que termine ahogándose ésta entre el mar y la montaña, mientras la ciudad y las comarcas asaltan el futuro con coraje renovado en el progreso material, pero vacío de sentido cristiano.

Por este camino, generalmente olvidado por muchos de los comentaristas del posconcilio que ponen todo su afán en ideologías más que en realidades, podría venir una profunda renovación en el rostro y la figura de la Iglesia, la cual, oportunamente produciría muchas otras renovaciones en cadena. Pido que se lea con atención lo que dice el Concilio Vaticano II en el decreto Christus Dominus, números 22 y 23.

Muchas de las tensiones que se producen en las diócesis grandes, precisión hecha de las que se derivan de la situación actual de la Iglesia, obedecen a esta imposibilidad práctica de que el obispo llegue a tener un conocimiento directo suficientemente completo de todas las personas, instituciones y problemas. Cuando esto se lograra, si además unos y otros ponemos de nuestra parte lo que Dios nos pide, todo iría mejor, aun cuando nunca se consiga la deseada perfección, que no es de este mundo.

Vamos, pues, a empezar nuestro trabajo con moderado optimismo y sin vanas ilusiones. Nosotros solos, obispo diocesano y obispos auxiliares, seguiremos siendo incapaces de resolverlo todo. Nosotros, con todo el clero de la diócesis, las órdenes y congregaciones religiosas, y los seglares todos, podremos conseguir más. Pero ni solos ni acompañados, podremos avanzar eficazmente sin el auxilio del Señor, y sin un esfuerzo sincero por practicar todas las virtudes que, lejos de pasar de moda, son hoy más necesarias que nunca: humildad, respeto mutuo, caridad fraterna y obediencia. Sin humildad, nadie tolerará la revisión de su comportamiento que, en buena ley, deben hacer no él o sus afines, sino los otros; sin respeto mutuo, cada persona o cada grupo se convertirá en un pequeño dictador de los demás; sin caridad fraterna, nos alejaremos por completo del Evangelio al que queremos servir; sin obediencia, una diócesis, lejos de ser imagen de la Iglesia de Cristo a escala local, se transforma en un reino dividido cuyos miembros se deshacen entre sí, en lugar de formar el Cuerpo Místico de Cristo.

Nosotros, obispo diocesano y auxiliares, queremos practicar estas virtudes, y apoyados en ellas cumplir nuestra misión de enseñar, santificar y regir al Pueblo de Barcelona.