Comentario a las lecturas del XVI domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 20 de julio de 1997.
En plena Pascua de Resurrección celebrábamos el domingo del Buen Pastor. La llamada de la liturgia de hoy es muy parecida. Es muy frecuente la imagen bíblica del pastor y muy lógico y natural en un pueblo de pastores.
“Yo mismo reuniré a mis ovejas para que crezcan y se multipliquen, les pondré pastores que las pastoreen y ninguna se perderá. Porque el que es el nuevo Pastor, el Señor, nuestra justicia, se apiadará de su pueblo”. Es el profeta Jeremías el que así profetiza. Maldice a los malos pastores, que no saben guardar las ovejas, y anuncia, como vemos, que Él mismo será el pastor. Anuncia a Jesucristo, que conducirá a los suyos a sitios tranquilos, en los que descansar; a Jesucristo, que siente lástima de las multitudes que caminan como ovejas sin pastor; a Jesucristo, que invitará y hará que surjan pastores, que, como Él, entreguen su vida por sus ovejas y sean buenos guías.
Jesucristo mismo es el Pastor que une y reconcilia. Él es nuestra paz. Derriba la muralla del odio y todos los muros, que nos separan; en nuestra mano está ya el seguirle, porque Él nos reconcilia a todos los hombres con Dios y nos une en un solo cuerpo al ofrecernos el suyo en la cruz y en la Eucaristía. Nos trae la noticia de la paz, al anunciarnos que podemos acercarnos al Padre todos con un mismo Espíritu.
Cristo no quiere pastores que actúen por su cuenta, que interpreten a su aire la misión recibida. Los Apóstoles volvían a reunirse con Él, y le contaban todo lo que habían hecho y enseñado. Él aprobaba o rectificaba, y así iban formándose junto al Divino Maestro.
Nadie en la Iglesia, fuera de los que la han recibido del mismo Cristo, por la vía de la Tradición apostólica, puede ejercer su autoridad, estableciendo por su cuenta cómo se debe actuar, orar y en el fondo, hasta casi pensar. Nadie tiene un cheque en blanco para estampar su propia firma; están por medio las ovejas, y el Pastor las cuida con la máxima solicitud.
Jesucristo no es monopolio de nadie. Tenemos el peligro de proyectar nuestros intereses, nuestros deseos, nuestras líneas de acción sobre la misión de Jesús, buscando que Él se acomode a nuestros gustos, en lugar de seguirle nosotros a Él con humilde fidelidad. Jesús nos invita a descansar con Él en un sitio tranquilo a reposar ideas bajo la luz de su presencia. Y no siempre coinciden las nuestras con las suyas. Él se compadece de nosotros y nos alienta a seguir la marcha de la vida, aunque tengamos distintos pensamientos. Unos días en Ejercicios Espirituales, de meditación, ayudados por un buen director espiritual, pueden cambiar nuestra vida y hacernos ver con claridad que la verdad de Cristo no siempre coincide con la nuestra. Hay que aceptarlo, hay que cambiar, hay que nacer de nuevo, como dijo a Nicodemo.
El Evangelio nos dice que, a pesar de la invitación a descansar hecha por Jesús, no pudieron hacerlo, “porque eran tantos los que iban y venían, que no tenían tiempo ni para comer”. No pudieron quedarse solos los Apóstoles con Él. Venían de todas partes grupos que le buscaban; y andaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma. Su Corazón le llevó una vez más a saciar el hambre de Dios que tenían.
Sintonicemos con ese Corazón suyo. El corazón no es la sensibilidad, sino el ser humano en su profundidad más honda. Es aquello que hace decir a san Agustín: nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él. O aquello de Péguy, cuando dice del pecador, que está lejos del hogar, lejos del corazón: ¡Cuántos hombres y mujeres de nuestro tiempo están sin hogar!
Existe la verdad, existe el Evangelio, pero no somos nosotros los que podemos decretar lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es bueno y lo que no lo es.