Comentario a las lecturas del V domingo de Pascua. ABC, 5 de mayo de 1996.
Los textos de la liturgia de hoy nos presentan la forma y estilo de vida del cristiano. Es esencial vivir unidos con Cristo y en Él con todos los demás como hermanos. Cristo es la piedra angular y nosotros en Él piedras vivas de esa gran comunidad, que es la Iglesia. Estamos en relación vital unos con otros en Cristo. La Iglesia no es nada sin los hombres, y los cristianos tampoco son nada sin ella.
Nuestra vida tiene sentido, si la transformamos poco a poco como se transforma y enriquece la piedra al darse totalmente para construir la gran catedral. Revela mucha mezquindad y pobreza de espíritu tratar de evadirse de esta constante aspiración a vivir en Cristo y contentarnos con decir que esas alturas son inaccesibles, y que sólo unos pocos son aptos para alcanzarlas. Eso es sencillamente cobardía moral, renuncia torpe a una victoria que nos está esperando, abdicación de nuestra capacidad de lucha, que nos hace perder de vista el horizonte, que Cristo nos ha abierto, en el cual ha de moverse el que por el bautismo se incorpora a su misma vida.
Dichosos los que encuentran junto a sí el ejemplo de una de esas vidas que han tomado en serio el combate por alcanzar el ideal de las bienaventuranzas, es decir, el deseo de parecerse a Jesucristo y amarle como un Francisco de Asís, como una Teresa de Jesús.
Lo que se pedía a las primeras comunidades cristianas era sencillamente eso: transformación, cambio, asimilación de una vida nueva, colaboración, servicio, ayuda a los demás empezando por los más necesitados. Lo que se pide hoy es lo mismo. Hombres y mujeres cristianos que, por Cristo, con Cristo y en Cristo, pero poniendo todo su esfuerzo, talento, bienes, oración, lucha espiritual, van haciendo que la sociedad mejore cada día. Promotores del cambio más audaz y radical, sin odiar a nadie, sin violencia, sin querer que Cristo sea como nosotros queramos que sea, sino queriendo nosotros ser como Él quiso que fuéramos.
La acción de Jesucristo en el mundo no puede ser comparada a ninguna acción terrena. Él es el camino, la verdad y la vida, dijo Él mismo en su respuesta a las preguntas de Tomás. Su mensaje es Él mismo. Es creer y saber que no es un recuerdo; que está entre nosotros, a nuestro lado, con nosotros.
Nuestra tarea es la suya: crear fraternidad, filiación, conciencia de ser hijos de Dios, herederos de su reino, dispuestos a cambiar toda opresión e injusticia, y puesto que fácilmente sucumbimos a nuestros egoísmos y debilidades, rezar más, y mantener la confianza, que nos permita siempre volver a empezar, aunque parezca que todo falla.
Él es el camino, la verdad y la vida. Nadie va a Dios Padre y nadie se encontrará a sí mismo más que a través de Jesucristo. Nunca sabremos lo que somos sino a la luz del que nos hizo ser. Hombres como Sócrates, Platón, Cicerón hablaron de la dignidad del ser humano. Pero jamás se habían oído en el mundo, hasta que llegó la revelación cristiana, palabras como las que escribió san Pedro en su primera carta: sois raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada.