Comentario a las lecturas del XII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 22 de junio de 1997.
La pregunta más apremiante que nos hace la vida no es la de cómo podremos dominar mejor el mundo y avanzar en el camino de las soluciones técnicas, sino en saber al servicio de qué concepción del hombre se van a poner todos los recursos de que podemos disponer. En realidad, todo depende de la actitud que se adopte con respecto al problema de Dios.
En cada época aparecen nuevos cambios y nuevas perspectivas en sintonía con el momento socio-cultural, que se está viviendo. Pero la relación con Dios es constitutiva de la naturaleza humana, y hoy como ayer, solamente en la medida en que nos abramos a Él, sabremos plenamente quiénes y qué somos y qué podemos hacer con nuestro poder, sea este grande o pequeño. Esta relación es fundamental en toda auténtica cultura. No hay antagonismo entre desarrollo científico y fe religiosa. La teoría de la doble verdad fue siempre algo trasnochado y sin horizonte de posibilidad.
Pascal dijo genialmente que existe el espíritu de geometría para conocer las cosas: son principios palpables, demostrativos, que una vez vistos no pueden desaparecer. El espíritu de finura, que cultiva los principios que son de uso común; no hay que hacerse violencia para verlos, pero hay que tener buena vista y buen corazón. Y, por último, el espíritu de profecía, para conocer las verdades últimas del destino humano del hombre. Con los medios de la ciencia jamás alcanzaremos la certeza del corazón, y la persona humana seguirá siendo un abismo inaccesible a la pura investigación científica. Podremos descubrir lo que somos y descubrir a Dios en la medida en que Él se nos comunique en una revelación, que tiene su fuente en el amor.
El Señor nos ha hablado primero desde su creación. Todo hace señales a nuestro espíritu a ir hacia arriba, hacia algo más alto, y deja presentir un poderío y una fuerza que no vienen de nosotros. Esa es la lección del libro de Job. El Señor habló a Job desde la tormenta. “¿Quien cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso desde el seno materno… y le dijo: hasta aquí llegarás y no pasarás…, aquí se romperá la arrogancia de tus olas?” ¿Qué más da narrarlo de forma poética que hablar de protones, neutrones, materia y antimateria? Los físicos son los poetas de la naturaleza con su propia obra científica. Pero todo cuanto existe es obra de Dios, que no se aconsejó de nadie para crearlo. Él nos ha regalado otra vida, que es la de la fe, de la cual nos habla la segunda carta de san Pablo a los corintios.
Con Cristo ha comenzado lo nuevo, la nueva creación, y todo lo creado suspira con el deseo de poseerle a Él en la plenitud de la vida, a que está destinado. Todo en Cristo anuncia a Dios, porque es Dios. Él se hizo hombre y ahora está entre nosotros la viva Revelación de Dios. Muchas veces el silencio de Cristo nos inquieta como les pasó a los discípulos, asustados por la fuerza del huracán y de las olas, que rompían contra la barca y temieron el naufragio. Y Jesús, mientras tanto, dormía.
Es clásica la imagen de la Iglesia como una barca y la presencia de Dios en medio de la tempestad. ¿No te importa, Señor, que nos hundamos? También hoy sale de nuestro corazón este grito angustiado y la respuesta es idéntica. ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Siempre hay galernas, que agitan la barca de Pedro y nos hacen temer a los que vamos en ella. Pero la palabra del Señor es nuestra fuerza y nos conduce a puerto seguro.