Progresad en la vida del espíritu

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Progresad en la vida del espíritu

Homilía pronunciada en la clausura de la santa Misión, de Talavera de la Reina, el 21 de noviembre de 1993. Texto, en BOAT, noviembre-diciembre de 1994.

Queridos hijos; queridos Padres Misioneros y sacerdotes de la Ciudad; queridos hermanos todos de Talavera:

Se clausura hoy esta Misión que ha estado siendo predicada durante tres semanas por los misioneros y misioneras y sacerdotes y demás colaboradores que han venido ayudando a realizar la tarea que os impusisteis desde el día 31 de octubre. ¡Dios sea bendito! Y ahora venimos aquí como a traer un ramo de flores para ponerlo a los pies de la Virgen del Prado. Ella sigue en su Basílica, pero está Cristo en su imagen bendita presidiendo el Santo Sacrificio de la Misa.

Lo que habéis estado haciendo durante estos días es lo que nos dice el Profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy, en la cual habla de Dios que busca al hombre. ¡Dios buscando al hombre…! Si no lo hubiese creado, no lo buscaría; pero es suyo. El hombre es una criatura hecha a imagen de Dios, y Dios le ama, le ama mucho; y si el hombre se pierde, Dios va a buscarle como el pastor busca a las ovejas perdidas. Lo que hace Dios con los hombres equivale a esta tarea propia del Buen Pastor: busca a la oveja perdida, la saca del abismo en que se ha hundido, cura sus llagas, la alimenta, hace todo lo posible para que no vuelva a caer en la sima en que se hundió. Estas palabras reflejan, digo, lo que es el comportamiento de Dios con respecto al hombre; y son como un anticipo de la realidad mesiánica, que ha de producirse más tarde, cuando venga su Hijo divino Jesucristo al mundo. Él también se retratará a sí mismo como Buen Pastor: es la alegoría famosa que propuso Jesús cuando dijo: «Yo soy el Buen Pastor… y el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. Y conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a Él». Aplicándoselo a sí mismo dijo en primera persona: «Yo conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí».

Jesucristo nos conoce a cada uno de nosotros; para Él no hay nadie oculto, y en cada persona no hay nada secreto. Él atraviesa, con los ojos de su poder infinito, la realidad de cada uno de nosotros; pero no lo hace para hacer sentirnos como temerosos de su poder; es para asegurar ese trato delicado y fino que tiene con cada uno de nosotros. ¿A quién no ha perdonado Jesucristo? ¿Quién no se ha sentido amparado en sus brazos, cuando ha rezado el «Señor mío Jesucristo», u otra oración parecida, algo de paz y de consuelo? Y, a la hora de la muerte, cuando se nos van los seres queridos ¿quién no ha sentido cierto alivio, en medio de su dolor, cuando ponen un crucifijo sobre la caja mortuoria, y el último beso lo dan ya a ese crucifijo que al exterior aparece como la salvaguarda de quien está allí dentro, para ser llevado al camposanto y esperar allí la resurrección de los muertos?

Dios es misericordioso, queridos hermanos. Dios no es fundamentalmente un juez temible, no. Dios nos juzgará, pero Él no busca nuestro castigo, Él no se complace en afligirnos, con lo que podría ser una pena dura para nuestros comportamientos; basta con que haya arrepentimiento sincero, para que vuelva al corazón del hombre la paz de Dios. ¡Qué saludo tan bonito el que se hacía antiguamente…! Ahora vuelve a hacerse en la Iglesia, cuando nos damos la paz los unos a los otros. Antaño no era necesario estar en la iglesia para decirnos unos a otros cuando nos veíamos: «La paz de Dios»; bien seguros de que ésa sí que es paz, no la que nosotros establecemos con nuestros propios criterios: tiene que fundarse en algo más sólido, tiene que fundarse en la misericordia de Dios, la cual invocamos humildemente y recibimos, si nuestro corazón quiere estar dispuesto.

Esto ha sido la Misión en Talavera. Yo os felicito a todos cuantos habéis asistido y habéis querido recibir el don de Dios que ha llegado hasta vosotros; y lamento que haya quienes han pasado de largo y no han abierto sus puertas a esa llamada dulce y suave de Dios Omnipotente, que ha venido aquí, a través de la Iglesia, y por medio de los sacerdotes misioneros, y con el auxilio de cuantos han trabajado en la Misión; ha venido para dar luz, para dar paz, para hacer sentir el amor verdadero sin el cual nuestra vida es tan pobre. Y ¿por qué, hermanos por qué? ¿Por qué predicamos a Jesucristo?

Hoy es la fiesta de Jesucristo Rey, pero no un Rey de este mundo. A la hora de la Pasión fue Pilatos el que le preguntó: «¿Luego, Tú eres rey?» Y Jesús le contestó: «Tú lo dices: Yo soy Rey, pero mi reino no es de este mundo. Si fuera de este mundo se habrían levantado legiones de ángeles para defenderme». Y hoy mi situación, viene a decir, no es más que la de la pobre víctima que va al Calvario. “Mi Reino no es de este mundo”, pero tiene que empezar aquí con aquellos que escuchan mi palabra, una palabra que es luz y vida, Jesús. Le ofrecemos a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los matrimonios, a los ancianos. Le ofrecemos para la vida profesional, familiar, política, económica, cultural.

Ya sé que hay quienes, siendo muy sabios con la sabiduría de este mundo, se olvidan de Dios y permanecen tan tranquilos. También sucede lo contrario: quienes, siendo muy sabios, buscan a Dios y rezan como un niño pequeño: el gran Pasteur, el investigador de la Bretaña francesa, cuando iba de vacaciones a su pueblo, así lo cuenta él en sus memorias, le gustaba ir a la iglesia parroquial del pueblecito y escuchar los sermones del señor cura: unos sermones pobres, nada especialmente elocuentes, pero pronunciados con la humilde fe de un campesino francés de entonces; eso era aquel pobre cura rural; y este gran sabio se complacía en escuchar tales sermones y sentía robustecida su fe, y rezaba más, y se hincaba de rodillas en su pobrecita iglesia para lograr fuerzas para la semana y seguir portándose cristianamente. Lo digo, porque a veces hay quienes enseguida se fijan en otros sabios que han podido vivir y morir sin contar con Dios. Pues sucede lo contrario en otros muchos: de manera que por ahí no hay argumento ni en contra ni a favor: a unos y otros Dios les llama: unos responden, otros no quieren responder: eso es todo.

Jesús es la Vida, la vida del alma. Hay que nacer de nuevo, nos dijo Él, y ahí está el problema grande. «Hay que nacer de nuevo», le dijo a Nicodemo; y Nicodemo tomó al pie de la letra las palabras que Jesús le decía: «¿Cómo puede un hombre volver a nacer?». Y Jesús le dijo, como remontándose hacia una altura a la que Él quería llevar a aquel hombre que buscaba de verdad, dentro del judaísmo, la verdad de Dios: «En verdad, en verdad te digo que, si no naciereis de nuevo, no podréis ver el Reino de Dios». Y aquí está la cuestión: Todos los días se nos ofrecen ocasiones para nacer de nuevo, para vencer las tentaciones del mal, para orientar nuestra conciencia en el sentido recto, pero muchas veces descuidamos el modo de vencer esas tentaciones, no hacemos caso, nos creemos dioses nosotros a nosotros mismos; y así no, no podemos hacer nada. Enseguida las fuerzas del Espíritu se desvanecen, si creemos que sólo con nuestros criterios y recursos humanos podemos vencer las dificultades de la vida; luego, al final se acaba todo, y ¿de qué ha servido la salud?

¡Cuántas lecciones se aprenden en las cárceles que los sacerdotes visitan! En Ocaña, donde existen prisiones bien conocidas, van semanalmente muchos sacerdotes: además de los de la parroquia, sacerdotes del seminario y algunos seminaristas mayores: tengo interés en que se acerquen allí y ayuden, al menos, con un signo de amistad, a los que allí cumplen la pena que la justicia les ha impuesto. Pues bien, el lamento continuamente repetido es el del fracaso de su vida; dicen los que allí están: «Mi vida fracasada. Ahora no me queda más horizonte que estos años de condena; aunque algo se me rebaje ¿qué puedo pensar ya?» Y que todo iba a ser fácil, que todo serían noches azules y llenas de sonrisas, dinero abundante, todo a su disposición, pero ahora se encuentran con que no hay nada de lo que ellos imaginaban, porque la vida es implacable. Y así continuamente; matrimonios deshechos a los pocos años de haberse constituido, infidelidades conyugales, adulterios, familias rotas, como la de ese niño del que nos han hablado los periódicos: un niño norteamericano que se pone de rodillas delante de sus padres y llorando les dice: «No os separéis, porque yo no podré vivir sin que estéis aquí los dos»; ¡Un niño de diez años!… Así no se progresa. Así ciertamente seremos reyes de nosotros mismos, pero unos reyes destronados, reyes sin reino. Jesús en cambio es Rey del corazón y, a medida que su reino se extiende, los corazones se agrupan para proclamarle Señor de sus vidas y ofrecérselas en homenaje, que se convierte en paz y alegría para quienes se lo ofrecen.

Queridos hijos de Talavera. Ahora empieza la misión propiamente. Han pasado aquí estas tres semanas, pero esto no debe ser una lluvia de otoño, como las que han caído, para desaparecer después. Ahora sois vosotros, en las parroquias, los que tenéis que constituir pequeñas comunidades de Iglesia. No digo más que eso: comunidades de Iglesia. Pequeñas, porque así es mejor; así podréis tratar cuestiones de la vida de la fe, podréis conocer mejor la Biblia, la Palabra de Dios; podéis animaros unos a otros a vivir con más perfección la vida cristiana; podéis adorar al Santísimo Sacramento. Yo os daré todas las facilidades que puedo dar dentro de mis facultades para que adoréis la Sagrada Eucaristía no sólo en los templos; en centros de evangelización, centros pequeños donde se reúnan pequeños grupos para hablar de Dios, para exponer cada uno lo que siente en relación con la vida cristiana y progresar en ella.

Llegan momentos de crisis. No podemos los cristianos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de los demás, cuando aparecen esos dramas familiares, de un hombre sin trabajo; de una mujer medio desesperada, porque no puede sacar adelante a sus hijos; de unos niños deseosos como los que más de contar con los auxilios de la vida y no tener en la mano ni siquiera un pequeño juguete para entretener sus ocios. Hermanos, es necesario que vivamos pendientes unos de otros, practicando el precepto del amor fraterno, buscando el ejercicio de esa caridad sin fin, que no encubre ninguna injusticia, sino que es la justicia máxima que pueda darse, porque significa que, además de cumplir con las obligaciones que tengamos, aportamos más, como dijo un día aquel escritor español, Jacinto Benavente: «Es necesario muchas veces hacer algo más que la justicia». Y añadió este pensamiento: «Nadie puede pedirme a mí, en nombre de la justicia que dé un beso en la frente a ese pobre desgraciado con el que me encuentro en un hospital o en un camino, pero yo me acerco y le doy ese beso ¿quién me lo pide? ¡Eso que se llama caridad y está por encima de toda justicia!».

Que Talavera progrese en la vida del Espíritu. Que se formen parroquias más evangelizadoras. Vosotros estáis diciendo eso, que este es el propósito fundamental: seguid siendo parroquias evangelizadoras. Hoy no basta un cristianismo cómodo para casa, como si fuera una posesión nuestra. Un cristianismo que se limita a rezar unas cuantas oraciones que sabemos de memoria desde niños. Un cristianismo de domingo que se limita a acudir a la iglesia para escuchar la misa y la homilía y estar deseando que termine todo para salir; no. Se necesita un cristianismo activo, militante, fervoroso, en el que se unan unos y otros y, formando comunidades en ese sentido en que os he dicho, sepan penetrar en los ambientes y, con toda decisión, confesar el nombre de Dios y ayudarse unos a otros, para que se respete más su ley divina en la vida familiar y en la vida social. Dios quiera que podamos conseguirlo.

Ahora ya, queridos misioneros, sembradores de la Palabra de Dios, vosotros camináis a otros lugares donde os esperan. Iréis comentando alguna vez vuestra Misión en Talavera. Os quedará un recuerdo: deseo que sea un recuerdo bueno. Aquí también os recordarán y habrá muchas personas que, en un momento u otro de la vida o al final de la misma, volverán sus ojos hacia Dios nuestro Señor gracias a lo que os han escuchado a vosotros estos días. Alguna palabra, alguna frase, alguna exposición doctrinal ha podido hacerles un bien inmenso: es vuestra tarea, podéis estar sencillamente orgullosos de tener esta misión en la vida. En unos sitios tendréis más éxito que en otros, pero la palabra éxito aquí significa muy poco: bien quisiéramos que, cuando vais a una ciudad, escucharan todos vuestra palabra, pero ni a Jesucristo le escucharon. Nosotros nos quedamos pidiendo por vuestro esfuerzo y vuestro trabajo. Y vamos a hacer una cosa, ¿sabéis?, vamos a ofrecer a esa imagen pequeña y delicada de la Virgen del Prado todo el esfuerzo hecho por los misioneros, los sacerdotes, las misioneras y por todos vosotros, hijos de Talavera. La Virgen del Prado, ésta a la que amáis tanto, confidente de vuestros secretos espirituales, alentadora de vuestros mejores propósitos, seguirá ayudándoos. Quizá sería bueno, Sr. Arcipreste y Párroco de la Basílica que todos los años, un día como éste, un día 21 de noviembre, silenciosamente, sólo ustedes, se acercasen lo más posible a esa imagencita de la Virgen del Prado y le dieran un beso en nombre de todos nosotros y dejasen allí un ramo de flores que fuera como el símbolo del amor que todos estos días se ha tratado de despertar en el corazón de todos los talaveranos, para que Ella traslade ese beso a Jesús, su Hijo divino, nuestro Redentor. Así sea.