Carta pastoral con motivo de la Fiesta de San José y el Día del Seminario, 1 de marzo de 1980: apud Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, marzo, 1980. 146-150.
Muy amados en el Señor: Me dirijo a vosotros, como todos los años, para solicitar vuestro interés en favor del Seminario diocesano.
En muchas partes empieza a hablarse ya con la deseada claridad sobre este problema de las vocaciones sacerdotales y seminarios. Claridad que nunca debería haberse oscurecido, puesto que ni el Concilio ni la autorizada interpretación del mismo, ni los documentos posteriores de la Santa Sede permitían las experiencias abusivas que se han venido produciendo, de las cuales la Iglesia hoy se lamenta. Hemos perdido mucho, y aunque estemos en camino de recobrar la identidad tan torpemente combatida, ya no habrá ningún samaritano capaz de curar las heridas de tantos y tantos que han muerto desangrados en su espíritu, por la confusión consentida, por el aventurerismo personal, por falta de humildad para escuchar a tiempo las voces que nos llegaban del sabio, oportuno y siempre fecundo Magisterio de los Pontífices Romanos.
En España, tras innumerables y fatigosos esfuerzos, la Conferencia Episcopal ha promulgado en el pasado curso los dos documentos oficiales por los que se ha de regir la vida de los seminarios mayores y menores. ¡Ojalá sean estudiadas y llevadas a la práctica las normas que en ellos se contienen! Mucho me temo, sin embargo, que el menosprecio teórico y práctico del Magisterio en que hemos caído, impedirá a muchos prescindir de sus criterios subjetivos o acumular las energías necesarias de espíritu para volver a caminar con entusiasmo en la debida dirección.
Responsabilidad de todos #
La hora de los seminarios vuelve. Silenciosamente más bien. Vuelve, porque tiene que volver. Porque Dios sigue llamando por medio de su Espíritu; porque el sacerdocio es ineludiblemente necesario para ayudar al hombre en su salvación; porque la Iglesia posee una radiante hermosura que seguirá despertando el deseo de entregarse, totalmente, al sagrado ministerio que ella nos propone; porque la necesidad de Dios que experimenta el corazón humano es hoy más viva que nunca; porque hay muchos jóvenes dispuestos a dejarlo todo y seguir a Jesucristo.
Lo que importa es que nosotros, obispos, superiores y profesores del Seminario, sacerdotes diocesanos y familias, asumamos, de una vez para siempre, la responsabilidad que nos corresponde.
Hay que escuchar y seguir la voz del Papa, que tantas veces ya durante su Pontificado, todavía breve, ha hablado y actuado en este campo, dirigiéndose a sacerdotes, seminaristas, grupos juveniles, exhortando, llamando, pidiendo y señalando los rectos criterios.
Fomento de vocaciones #
En el seno de la propia familia, en escuelas y colegios, en las organizaciones parroquiales, en los grupos juveniles a los que llega la acción pastoral del sacerdote debe hacerse un esfuerzo, cada vez mayor, para ayudar a discernir la posible llamada de Dios al sacerdocio. Hemos de hablar a los jóvenes, a los adolescentes, a los niños, colectivamente y uno por uno, y ayudarles a dar una respuesta libre y generosa a la invitación que Jesús puede hacerles. Mientras no se considere normal el que por parte de todos los miembros activos del Pueblo de Dios exista esta preocupación, la de hablar de la vocación sacerdotal como medio de asegurar la pervivencia de ese Pueblo del que formamos parte, no habremos adquirido conciencia suficientemente clara de lo que significa la pertenencia al mismo.
Ser sacerdote, no para pertenecer a una clase social favorecida, lo cual hoy es imposible; no para disfrutar de unas condiciones económicas ventajosas, lo cual ni existió en la forma en que algunos lo proclaman, ni existirá ya más; no para llevar una vida cómoda dentro de un status determinado, lo cual es incompatible con lo que la Iglesia y el mundo nos piden.
No son esos los ideales que se pueden proponer hoy: ni los admitirían los jóvenes, ni los tolera la sociedad, ni puede bendecirlos la Iglesia, que se encuentra en todas partes en estado de misión, dichosamente pobre, solicitada apremiantemente por un mundo secularizado y olvidado de Dios, en favor del cual toda acción pastoral es poca.
Ser sacerdote hoy quiere decir: vivir anclado en el misterio de Dios y de Cristo Redentor; orar intensamente, respirar y ayudar a que se respire una atmósfera sobrenatural, trabajar con amor y por amor a los hombres, ofrecer a la humanidad los dones de la redención reservados al ministerio sacerdotal; gastarse cada día en mil trabajos, aunque de ellos no se siga más que un aparente fracaso; abarcar el campo concreto de la parroquia o del sector encomendado, procurando que su pastoreo llegue a todos del modo adecuado, predicar el mensaje íntegro de la ley la moral del Evangelio; capacitarse sin cesar con una santidad personal mayor y un enriquecimiento doctrinal y pastoral progresivos; mantenerse en el mundo sin ser del mundo; vivir en plena fidelidad con el Magisterio del Papa y con atención suma a las necesidades espirituales de los hombres.
El propio Seminario #
A que las vocaciones sacerdotales surjan y aumenten ha de contribuir el propio Seminario con su índole de vida y con el ejemplo de cuantas personas trabajan y se forman en él.
En el Seminario ha de haber siempre una disciplina sana y rectamente ordenada, una actividad académica fecunda, un espíritu de fe y de piedad intachable. No caben en el Seminario la holganza, la pereza, la tendencia a la comodidad y la disipación. Querer que los alumnos vivan como los demás jóvenes del mundo es un absurdo total. Cristo, para formar a sus apóstoles, les llamó y les separó del ambiente en que vivían. Y no hay otra solución para prepararse al sacerdocio. Es menester dejarlo todo, por amor, y seguirle con el mismo ardor siempre creciente. Los métodos de formación pueden ser distintos, los lugares de residencia también, o incluso no existir, si las circunstancias lo piden; las edades de los aspirantes serán también diversas, y reclamarán su propio tratamiento; pero lo que no puede cambiar es el espíritu y el contenido real de la formación sobre la cual ha hablado la autoridad de la Iglesia mil veces. Formarse para trabajar en el mundo no quiere decir caer en la mundanidad; predicar el Evangelio al hombre de hoy no significa sumergirse en sus dudas y contradicciones; apreciar los valores humanos y terrestres no puede equivaler a una suerte de amoralismo pagano que todo lo considera lícito. O se acepta lo que hay de cruz en el seguimiento de Cristo o, de lo contrario, es mejor retirarse.
Oración #
Son muchos los esfuerzos que es necesario seguir haciendo para que nuestros Seminarios alcancen las metas a que aspiramos en cuanto a número de alumnos y en todo lo relativo a su capacitación humana, intelectual y apostólica.
Pero hay algo que es absolutamente indispensable: orar más todos con esta intención. Todos: sacerdotes, seminaristas, comunidades religiosas y familias. Se trata de trabajar en una empresa grata a Dios, y querida por Dios, más aún, que únicamente en Dios encuentra justificación Luego no podemos prescindir de Él y de su ayuda divina para lograr lo que pretendemos.
«Para la solución efectiva y consoladora del problema de las vocaciones, la comunidad cristiana debe sentirse comprometida, ante todo a orar, orar mucho, con confianza y perseverancia, no dejando, además, de promover oportunas iniciativas pastorales, y de ofrecer, de modo especial por medio de las almas «consagradas», el testimonio luminoso de una existencia vivida con fidelidad a la vocación divina. Es preciso hacer dulce violencia al Corazón del Señor, que nos hace el honor de llamarnos a colaborar con Él para la afirmación y dilatación de su reino sobre la tierra, para que la caridad de Cristo (2Cor 5, 14) despierte la llamada divina en el corazón de muchos jóvenes y en otras almas nobles y generosas, empuje a los vacilantes a una decisión, sostenga en la perseverancia a quienes han realizado su opción para servicio de Dios y de los hermanos. Dios conceda a todos comprender que la presencia, la calidad, el número y fidelidad de las vocaciones constituyen un signo de la presencia viva y orante de la Iglesia en el mundo, y motivo de esperanza para su porvenir»1.
Os pido a todos, párrocos y rectores de iglesias, también a las comunidades religiosas, que en las misas del día de San José habléis a los fieles sobre el Seminario y los sacerdotes, utilizando estas ideas que expongo aquí, y con mayor razón los textos múltiples del Papa actual que han ido apareciendo en las páginas de documentación pontificia del Boletín del Arzobispado.
Ruego y agradezco que, en todos los templos, también los de religiosos exentos, se celebre la colecta pro-Seminario, y se exhorte a los fieles a contribuir a ella con generosidad y desprendimiento, y que se envíe el resultado a la Administración del Seminario diocesano antes del quince de abril.
Con mi afectuosa bendición.
Toledo, 1 de marzo de 1980.
1 Juan Pablo II, en el Ángelus del domingo 6 de mayo de 1979: apud Insegnamentidi Giovanni Paolo II, II, 1979, 1.060-1.061.