Homilía pronunciada el 4 de octubre de 1981, en la iglesia de San Juan de los Reyes, Toledo, con motivo de la inauguración del año centenario del nacimiento de San Francisco de Asís.
Queridos Padres Franciscanos y sacerdotes concelebrantes. Hermanos lodos en Jesucristo:
Me alegro mucho, muchísimo, de poder estar aquí con vosotros en esta Iglesia de San Juan de los Reyes, para inaugurar, con esta Santa Misa, las conmemoraciones que hemos de hacer a lo largo del año centenario del nacimiento de San Francisco de Asís.
Cuando llegan fechas como éstas, aunque lo que se conmemora queda a tanta distancia temporal de nosotros, sin embargo, no se advierte la lejanía. Todo está cerca, y es la misma Iglesia la que, con ocasión de estos centenarios del nacimiento y de la muerte de personas santas, como San Benito, Santa Teresa de Jesús, San Vicente de Paúl, San Francisco de Asís, es la misma Iglesia la que vuelve la mirada hacia ellos y les pregunta: ¿qué hicisteis vosotros, testigos de la fidelidad y del amor? Y ellos no responden, siguen en el mismo silencio que los acompañó en vida, a pesar de que predicaran o escribieran mucho. Porque el silencio estaba en su corazón, no responden. Es la misma Iglesia la que da la respuesta por medio del Papa, los obispos, las órdenes religiosas que fundaron algunos de ellos, o las obras que hicieron.
Es curioso este diálogo. La Iglesia pregunta y la Iglesia responde y presenta la respuesta; y es que sólo la Iglesia puede hacerlo. De ella recibieron lo que han podido dar estos hombres y mujeres, y ella es la que lo reconoce así, para añadir motivos de gratitud a Dios, para fortalecer las actitudes espirituales que a toda la Iglesia deben acompañar en orden a permanecer fiel a Dios y a gozarse profundamente de lo que han hecho sus hijos por haber querido seguir los consejos y mandatos de Cristo, de que ella es depositaria.
La Iglesia nos irá dando respuesta también, a lo largo de este año, sobre San Francisco de Asís. Ya ha empezado a darla, ya ha hablado la Orden franciscana en documentos que se han hecho públicos, ya se han reunido en la Basílica de San Pedro miles de frailes franciscanos, de hombres y mujeres, muchos de ellos jóvenes que viven su espiritualidad. Hoy mismo la prensa nos trae el eco de esa reunión, a la que el Papa ha enviado su primer mensaje.
En Toledo, por lo que acaba de decir el P. Guardián de esta casa –al enunciar los datos históricos que hacen referencia al franciscanismo de nuestra diócesis– no podemos permanecer indiferentes ante esta fecha, y también, puesto que somos Iglesia, damos respuesta a la pregunta y trataremos de seguir dándola a lo largo del año, aun cuando lo mejor sería callar y meditar la vida de San Francisco de Asís. Esa sería la mejor respuesta, porque yo os digo, queridos hermanos, que me siento abrumado por la magnitud de su figura, la grandeza de su obra. Para hablar de San Francisco de Asís con exactitud son torpes todas las palabras y apenas podemos hacer otra cosa que emitir algunas frases balbucientes, perdidos en la abundancia oceánica de su sabiduría, de su santidad. Meditar, meditar mucho y orar como él lo hacía. Espero que tendremos ocasiones de recordar esto a lo largo de año.
Me gustaría, queridos Padres Franciscanos, que buscarais alguna fecha –no sé en qué momento del año próximo– en que toda la familia franciscana de Toledo: los frailes, las monjas, los seglares, todos los que sienten esa afinidad espiritual con vosotros, lo que representa San Francisco de Asís, me gustaría digo, que os reunierais en algún lugar muy espacioso, muy amplio, muy lleno de luz, aunque fuera en campo abierto o en una plaza pública, en medio de las criaturas animadas e inanimadas, y que allí, junto con todo el pueblo de Dios que quisiera reunirse, cantásemos con Francisco de Asís los cantos de alabanza a Dios y de pureza de costumbres, tal como él los enseñó ayer. Por mi parte sabed que estoy dispuesto a lo que digáis y que mi oración y mi palabra y mi actitud interna, mi compañía exterior se unirá con la vuestra de todo corazón, para poder ofrecer un homenaje siempre pobre para lo que él merece.
Dos o tres afirmaciones nada más, que son más fáciles de exponer y de probar, que si quisiera hoy hablar de la persona o de la mística de San Francisco de Asís como tal. Repito que apenas puede uno hacer nada más que pequeños balbuceos.
Hombre de todos los tiempos #
San Francisco de Asís no es un hombre de nuestro tiempo, como enseguida nos sentimos inclinados a decir, y lo decimos precisamente como un elogio. Pues no, no, San Francisco de Asís es un hombre de todos los tiempos.
Cuando se presentó al Papa Inocencio III, en el año 1210, apenas cumplidos los 28 años, y le expuso lo que sentía y lo que él quería hacer por la Iglesia, el Papa se dio cuenta enseguida de que allí había una fuerza que no es de este mundo. Y cuanto le preguntó él y algún cardenal de la Curia Romana por qué principios se guiaba para sentir y querer realizar aquello, los redujo todos a tres que estaban en el Evangelio: citó a San Maleo en el capítulo 19, cuando Jesús dijo a un joven rico: Si quieres seguirme, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y sígueme; y otro de San Lucas en el capítulo 9, cuando Jesús manda a predicar a sus discípulos, a predicar la fe, a predicar la palabra y la vida, a predicar la persona de Cristo que ya está ahí y les dice: id y predicad; pero añade, id sin báculo, sin bastón, sin dinero, sin repuestos, pobres; y citó otro principio del Evangelio de San Mateo, en el capítulo 16: si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Estos eran los tres principios que invocó aquel joven de 28 años. Y el gran Pontífice tuvo humildad para sentirse impresionado por aquella tuerza que brotaba de un alma tan pura. Empezó enseguida a darle autorización no definitiva, pero sí esperanzadora. Precisamente en un momento, como confirmaría después el Concilio de Letrán, en que existía ya muy arraigada en la Iglesia jerárquica la convicción de que no había que autorizar nuevas órdenes, ni grupos religiosos. El Papa en este momento se detuvo lleno de admiración ante aquella figura casi celestial y le dijo: «empezad vuestra labor, Francisco; cuando tengáis algunos que os acompañen, volved a mí». Esta actitud del Papa equivalía a un gesto de descubrimiento de que Dios estaba allí, y esos principios que evocaba San Francisco y que puso en práctica no son para nuestro tiempo. Son válidos para todos los tiempos, para todos los siglos, también para el nuestro.
Patrimonio universal de la Humanidad #
Tampoco es vuestro, queridos Padres franciscanos, no es vuestro en exclusiva. San Francisco de Asís es patrimonio universal de la humanidad. El mundo entero lo considera suyo, y no renunciará a él jamás.
Podrán desaparecer en la relación de la Iglesia con la sociedad muchas cosas, muchas instituciones, muchas figuras, o eliminadas violentamente, o sepultadas en la corriente del olvido; pero San Francisco de Asís, jamás. Le necesita el mundo y ha dado pruebas de ello en la admiración creciente que le ofrece: la Iglesia por supuesto, el arte, la cultura en sus diversas manifestaciones, los humanismos sanos, todas las corrientes de donde brota un poco de esperanza y amor.
Pasados cinco años de su primera visita al Papa, Francisco de Asís volvió a presentarse ante él, en 1215. Ya le acompañaban otros, eran doce como los Apóstoles del Señor. Todos pobres. Parecían ignorantes, pero tenían la profunda sabiduría del Evangelio, sabiduría que es distinta de la ciencia. ¡Ay! Cuánto tiempo nos perdemos entre libros y libros, siendo por otra parte tan necesarios. Pero qué poco hacen y sirven los libros tratándose del reino de Dios, cuando nos olvidamos de la sabiduría interior y ésta se alcanza por la oración, por el trato directo con Dios, por la unión cada vez más íntima y generosa con Él.
Se presentó ante el Papa y nuevamente recibió de él palabras consoladoras, que le abrían camino ya en medio de lo que la Iglesia estaba viviendo, e inmediatamente podemos decir que, en todos los países de la Europa cristiana, los franciscanos, las clarisas, y los seglares de las familias franciscanas –que también surgieron desde el primer momento– se extendieron por toda la cristiandad.
Cantor de la pureza del Evangelio #
No solamente es patrimonio de la humanidad en el sentido que he dicho y pertenece a todos. No solamente es para todos los tiempos, sino que, además, hay en él algo singular. Advirtámoslo, hermanos, advirtámoslo, religiosos, seglares, religiosas sobre todo, familias cristianas, matrimonios católicos, los que quieran serlo de verdad. San Francisco de Asís no había pensado en una Orden religiosa, sencillamente él lo que quería era una inmersión en el Evangelio. Él se oponía a lo organizativo; no es que despreciase lo jurídico, pero, se daba cuenta de que podría perderse el espíritu en el ámbito de las legislaciones, tan sometidas a los condicionamientos humanos. Él quería algo más libre. Le han llamado también, con toda razón, el primer cantor de la libertad. No lo es, porque podríamos decir que, puestos a buscar orígenes a ese canto inspirador de la libertad cristiana, teníamos que remontamos a San Pablo, pero, también el título lo merece San Francisco de Asís. Él quería simplemente vivir en el Evangelio. Tenía miedo a que le estrechasen aquella concepción que brotaba de su espíritu tan generoso y tan duro.
Los dos últimos años de su vida sufrió indeciblemente. Se retiró a la soledad. Vivía casi al aire libre en verano y en invierno. Sufría de padecimientos físicos y espirituales sin límite. Casi ciego, le aplicaban como medicina, o cauterio, hierros candentes en las sienes. Era para volverse loco, y todavía cantaba. Él se retiraba, sentía una angustia grande al ver que el movimiento evangélico que él había querido hacer, pudiera frustrarse. Él, ni una palabra de rebeldía; todo lo sometió al Dios de la paz. Buscó una más estrecha unión de su corazón con ese Dios a quien amaba. Se confió a la Iglesia y puso en manos de ella, del Papa, las decisiones últimas. El había querido un movimiento que no se parase en ningún límite estrecho, pero, lo que Dios quisiera.
Un día, en el monte del Alverna, tuvo la visión de aquel serafín que se le presentó con las llagas de Cristo en su figura. A volver del éxtasis, las llevaba Francisco sobre sí mismo. Los estigmas de la pasión ya no dejaron de acompañarle, eran la señal del sufrimiento: si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto. Los dio, renunciando incluso a aquel amor que siempre había sido bendecido por todos: el amor al puro Evangelio, tal como él lo entendía. Aceptó lo que quisieran hacer de lo que él había puesto en marcha, simplemente por el fuego de su espíritu. ¡Oh, qué grandeza la de esta figura incomparable! Patrimonio universal de la humanidad, reformador y obediente, cantor de todas las alegrías, depósito de todas las tristezas y soledades. Fuerte como los montes entre los cuales se movió, manso y humilde como la hermana agua de aquellos arroyos purísimos a los que él cantaba.
Hermanos, hermanos, ¡qué necesitados estamos de estas lecciones!
Santo reformador #
San Francisco de Asís creó una espiritualidad nueva: la de la relación del hombre con Dios y con las criaturas. Supo valorar todo, todo lo creado. Todo cuanto el Concilio Vaticano II pueda decir hoy en la Constitución Gaudium et Spes, recogiendo doctrinas anteriores, fue ya cantado de manera sublime, en la mejor poesía que puede darse, por Francisco de Asís.
La relación del hombre con Dios y con todo lo creado, el amor humano limpio, la amistad, la sencillez, el trabajo agrícola, lo que pueda contribuir al progreso y bienestar de los hombres, todo fue ensalzado por él, y todo se convirtió en sus labios y en su corazón, en un canto al Creador.
Orientó la reforma verdadera. Vivía en una época en que los valdenses, por ejemplo, los cátaros, los albigenses, –es la misma época de Santo Domingo de Guzmán, el gran santo español que tanto luchó de otra manera, en defensa de la fe– habían querido una reforma en la Iglesia, pero la orientaron mal y provocaron la herejía. Incluso otros grupos, llamados los pobres católicos, que querían permanecer fieles, pero no acertaban, también habían contribuido a que el rostro de la Iglesia pareciera entristecido.
San Francisco de Asís logró la reforma, pero sin protestar contra nada, poniendo amor, paciencia y obediencia. Lección soberana para estos tiempos en que los nuevos cátaros y los nuevos grupos de toda índole dentro de la Iglesia, han querido reformarlo todo sin amor y por eso han fallado. Dios no podía bendecir su obra, y terminan entregándose a sus pasiones, que son de muy diversa índole. Al fin y al cabo, reducibles todas ellas a una: la ambición humana.
San Francisco de Asís con su pobreza, con su sencillez, con su expoliación de todo lo suyo, con su abandono en Dios, pero lleno de amor a Dios creador y a Cristo redentor, marcó el camino y la Edad Media se salvó en gran parte con el esfuerzo suyo, del mismo modo que con el de otros santos en otras actividades también necesarias para la vida de la Iglesia. Sintió el ansia misionera, fue a Tierra Santa, se detuvo en Egipto, habló con el Sultán, le exponía el Evangelio con toda sencillez.
Hubiera sido un hombre capaz de abarcar y apretar contra su corazón al mundo entero si le hubieran dado años de vida.
Hermano Francisco de Asís, danos, en este Año Centenario, fuerza para imitar tus ejemplos y para ahondar un poco más en lo que significó y significa tu vida. No has pasado de moda, ni pasarás nunca. Por donde quiera que tu nombre se pronuncie habrá también miles y millones de criaturas humanas que elevarán su Cántico al Sol, como una imitación del tuyo. Y se rendirán ante Cristo como maestro amado, como guía único, como único camino seguro. Infunde en nosotros el sentido exacto, la orientación evangélica pura sobre la vida, sobre el uso de los bienes de este mundo, sobre los dogmas del Credo. Fidelidad a la Iglesia y obediencia, que se puede ser muy santo y hacer revoluciones muy profundas, permaneciendo fiel en todo, con tal de vivir el estrecho amor con cuanto Cristo nos dijo y la Iglesia sigue enseñándonos. Así sea.