San Ildefonso de Toledo

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San Ildefonso de Toledo

Prólogo del libro de don Juan Francisco Rivera Recio «San Ildefonso», 1985.

Por fin podemos disponer de una biografía de san Ildefonso de Toledo, que nos permite conocer su figura, el ambiente cultural y religioso en que vivió, la influencia espiritual que ha ejercido, y el perenne frescor de su magisterio.

Desde que comencé mi pontificado en esta gloriosa y querida Diócesis, sentí el anhelo pastoral de dar a conocer mejor que hasta aquí, a quien veneramos como Patrono insigne de nuestra Iglesia.

Existían, eso sí, innumerables escritos dispersos en multitud de publicaciones, y breves apuntes biográficos en santorales y catálogos, artículos en diccionarios y revistas, comentarios teológicos o simplemente devotos referidos a sus enseñanzas y a sus ejemplos de vida santa y fervorosa. Pero no se había escrito el libro que nos presentase el cuadro completo de la figura, el ambiente y la época.

Ahora nos lo ofrece el Dr. Juan Francisco Rivera, benemérito investigador toledano bien conocido por los muchos estudios, que ha publicado a lo largo de su vida. Su libro obtuvo el primer premio a la mejor biografía de san Ildefonso, que se presentó al concurso abierto por nuestro Arzobispado en 1983.

Con gran maestría el autor nos sitúa en la época visigótica, a la que san Ildefonso pertenece dentro de aquel siglo VII, que fue para la Iglesia española un período de esplendor, sin rival en las naciones cristianas de su tiempo. Esta prosperidad fue obra sobre todo de magníficos obispos: san Leandro (+ 600) y san Isidoro (+ 636) en Sevilla; san Eugenio (+ 657), san Ildefonso (+ 667) y san Julián (+ 690) en Toledo; san Braulio (+651) y Tajón (+683) en Zaragoza.

Toledo, capital del Reino, era antes de la conversión del pueblo visigodo el bastión del arrianismo. Durante el siglo VI lógicamente los focos de vida espiritual y cultural están en la periferia peninsular. Basta recordar la ubicación geográfica de pastores y literatos. En Levante, Justo, Obispo de Urgel; sus hermanos, Justiniano, Nebidio y Elpidio, obispos de Valencia, Tarrasa y Huesca respectivamente; Eutropio, Obispo de Valencia; y san Donato, fundador del monasterio Servitano. En el Sur, Severo, Obispo de Málaga; Liciniano, Obispo de Cartagena; y san Leandro, Obispo de Sevilla. En el Oeste, Masona, Obispo de Mérida. En el Noroeste, san Martín, Obispo de Braga.

Pero un hecho histórico de enorme trascendencia va a trasladar de la periferia al centro el eje de la vida española. El 8 de mayo de 589, en el Concilio III de Toledo, se realiza la unidad católica de España. El heroico Masona, de Mérida, desterrado de su Diócesis en tiempos de Leovigildo a causa de la fe, preside la abjuración del arrianismo del Rey Recaredo, de la Reina y de gran multitud de nobles; y escucha la declaración de fe católica como la religión oficial del Reino. Esta presidencia de Masona parece el símbolo del florecimiento de Mérida en la segunda mitad del siglo VI. A Mérida sucede Sevilla, de la mano de san Leandro, alma de la conversión del pueblo visigodo; y de san Isidoro, el hombre de mayor influjo en la nación.

A la muerte de san Isidoro (+ 636), la preeminencia de Sevilla pasa a Toledo. San Eugenio, san Ildefonso y san Julián, tres metropolitanos de Toledo, son hitos señeros del llamado “renacimiento isidoriano”. San Eugenio, teólogo, escriturario, músico e inspirado poeta, eleva a altas cotas el prestigio de la ciudad regia. Con san Ildefonso, la escuela toledana llega a su apogeo, continuado y aumentado unos años más por san Julián, padre de la escatología. El eminente servicio de los metropolitanos de Toledo a la nación española y a la Iglesia alcanza su cénit el año 681, cuando el canon 6 del Concilio XII otorga “al Obispo de Toledo consagrar prelados y elegir sucesores para los obispos difuntos en cualquier provincia” de España y de la Galia Narbonense.

San Ildefonso, como la mayoría de los obispos de la época visigoda, procede de la escuela monástica. Fue monje y estimado Abad del monasterio Agaliense, en los alrededores de Toledo. En calidad de tal, tomó parte en los concilios VIII (653) y IX (655), colaborando en aquellas magnas asambleas, que regularon la vida religiosa y fijaron la liturgia conocida más tarde con el nombre de mozárabe, y dictaron excelentes leyes sociales y políticas. Desde el año 589 al 694 se celebraron 26 concilios, dieciséis de ellos en nuestra ciudad, los llamados III al XVIII de Toledo. En el mismo período solamente puede señalarse uno en Italia, el de Milán; uno, en Inglaterra; y diez, en la Galia.

A fines del año 657 san Ildefonso es consagrado Obispo de Toledo.

El testimonio de su celo por la salvación de las almas encontró cauces de expresión en la enseñanza teológica sobre asuntos de mayor actualidad, entonces y hoy, en la liturgia y en los símbolos de la fe. De ahí el poderoso y benéfico influjo de su ciencia y su piedad en el pueblo cristiano.

El canon 8 del concilio VIII de Toledo, al que san Ildefonso asiste como Abad a la sazón del monasterio Agaliense, “establece y decreta con solicitud que ninguno en adelante reciba el grado de cualquier dignidad eclesiástica sin que sepa perfectamente la forma de administrar el bautismo”. Vive san Ildefonso estos afanes pastorales. Su rito son dos tratados sobre el bautismo: Conocimiento del bautismo y Camino del desierto, ambos de inestimable valor histórico y dogmático para conocer la doctrina, la liturgia y la espiritualidad del bautismo en la España visigoda. Dentro de esta literatura, Conocimiento del bautismo es el tratado teológico más importante sobre el tema. El misterio trinitario, tan cuidado en la liturgia mozárabe y en los símbolos de la fe, es estudiado ampliamente por san Ildefonso. Ligado al dogma trinitario desarrolla su pensamiento cristológico y en íntima unión con Cristo la doctrina sobre la Iglesia. La exposición del Credo le ocupa los capítulos 36 al 95.

Igualmente, otra preocupación pastoral le movió a escribir La perpetua virginidad de María. Contra tres infieles, contra los que se oponen a la doctrina de la virginidad perpetua de María empuña san Ildefonso la pluma. Es la obra cumbre del santo Arzobispo, muy leída en la Edad Media cristiana, la más difundida, la que le ha procurado mayor estima y aprecio dentro y fuera de nuestras fronteras.

La imagen de san Ildefonso recibe culto y veneración en innumerables templos de España y del mundo católico por su amor a María. Maestro de vida espiritual, ha difundido por doquier la genuina devoción mañana en sus cuatro aspectos fundamentales de culto, amor, invocación e imitación. Jamás en la antigüedad se había exteriorizado con tanta efusión la realeza de María. Como a Reina y Señora, los cristianos, sus hijos, le rinden culto de servidumbre amorosa y filial. “Deseo para mi reparación hacerme esclavo de la Madre de mi Jesús. Para que su Hijo sea mi Señor, me propongo servirle” (cap. XII). Es san Ildefonso el primer mariólogo, que enseña y vive la esclavitud mariana.

Así lo afirmó el Papa Juan Pablo II en su discurso en el acto Mariano Nacional celebrado en Zaragoza el 6 de noviembre de 1982, con ocasión de su primera visita a España: “San Ildefonso de Toledo, el más antiguo testigo de esa forma de devoción, que se llama esclavitud mariana, justifica nuestra actitud de esclavos de María por la singular relación que Ella tiene con respecto a Cristo: ‘Por eso soy tu esclavo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi Señora, porque tú eres la esclava de mi Señor. Por eso soy yo el esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú has sido hecha la Madre de tu Señor. Por eso he sido yo hecho esclavo, porque tú has sido hecha la Madre de mi Hacedor’”1.

Estamos seguros de que este libro ayudará a los hombres cultos y a todos los fieles católicos a conocer y valorar mejor, dentro de la historia de la Iglesia en España, una figura excelsa, que contribuyó como pocos a que el pueblo viviera la gozosa armonía de su fe.

Marzo, 1985.

1 De virginitate perpetua Sanctae Mariae, 12: PL 96, 106.