San José, el primer Carmelo teresiano

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San José, el primer Carmelo teresiano

Prólogo del libro «San José, Casa Madre del Carmelo teresiano», de Baldomero Jiménez Duque, 1994.

He aquí un libro sin pretensiones, pero muy rico en su contenido. El autor se ha acercado una vez más, ahora con su alma y su pluma, al Monasterio de san José, de Ávila, para contemplarlo y escribir algo de su historia. Digo una vez más, porque lo conoce muy bien desde hace muchos años. Y lo que ha visto y contemplado nos lo entrega a nosotros, para que podamos gozar con la imagen que él ha captado.

Es un libro breve, sencillo, fruto de no pocas lecturas y consultas, en que se nos narra el origen y desarrollo del primer convento de la Reforma teresiana. Dentro de su brevedad, el libro contiene muchos datos concretos y pormenorizados, que se leen con interés y complacencia. Los diecisiete capítulos, que se nos ofrecen, son cortos, pero muy bien definidos, muy aptos para el fin que el autor se propone. Según vamos leyéndolos, fácilmente se nos ocurre decir que efectivamente deseábamos saber algo sobre lo que se nos dice. La narración es sobria, ajustada a los hechos, no de exaltación ditirámbica, nada retórica ni exagerada, casi notarial algunas veces.

Santa Teresa de Jesús… Santa Teresa…, tan humana, tan digna, tan evangélicamente audaz, tan generosa y desprendida de sí misma, tan ¡santa! Cómo empezó su obra de reformación, en qué casa y condiciones materiales, cómo lo juzgaron las personas de la Iglesia de Ávila, qué monjas se unieron a ella, qué decían los frailes y superiores de la Orden…

¿Qué constituciones y qué regla se observaban? ¿Por qué había tanta alegría en la vida comunitaria y tanto gozo en la obediencia? ¿Cómo eran las comidas, las celdas, los silencios, las recreaciones…? El pequeño monasterio fue desde el primer momento un testimonio y un mensaje. Un testimonio de amor y de reverencia a lo que se sabía de la regla primitiva y a los nobles afanes de santidad de quienes, habiéndolo dejado todo, quieren seguir a Jesucristo con una entrega total y absoluta. Y un mensaje, a saber, que se podía lograr en la España del XVI una reforma de algo tan importante para la Iglesia como la vida religiosa y consagrada, sin caer en las viciadas modificaciones, que con tanta acritud y violencia de espíritu propugnó Lutero.

Ya habían iniciado su marcha hacia el ideal nunca olvidado otras órdenes religiosas, por ejemplo, los franciscanos, también con casas pequeñas, comunidades sencillas, austeridad y pobreza sumas, mortificación rigurosa.

Lo que ahora aparece como original en la Orden del Carmen, fue capacidad de decisión y fortaleza de espíritu de una mujer, Teresa de Jesús, que tuvo que vencer innumerables dificultades para lograr su propósito. Desde San José irradió más tarde a España y después a todo el mundo el espíritu de santa Teresa. Aunque en los demás Carmelos se viva igualmente ese espíritu, pero aquí en San José su recuerdo y “su presencia” hablan con elocuencia insuperable. Hasta las paredes y el pavimento y los vestigios que quedan de las edificaciones primeras obligan dulcemente a quienes tanto aman, a caminar en la dirección señalada por la Santa. Por eso, hace muy bien el Monasterio de San José en defender intrépidamente el patrimonio espiritual que ha recibido, para poder ofrecerlo a quienes quieren encontrarlo. Se trata, como se trató entonces, de mantener vivo el ideal teresiano. “Si se enturbiara el espíritu –diremos con el autor de este libro–, si el estilo de vida fuese otro, si las observancias cambiasen su estructura fundamental y sus estructuras accidentales válidas, (no las que no lo fueran), entonces San José sería otra cosa, pero no la obra de la santa Madre Teresa de Jesús” (capítulo XVII).

Enero 1994