Homilía pronunciada el 26 de septiembre de 1976 en la Catedral Primada, con motivo de la clausura del II Simposio Internacional sobre San José. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, octubre de 1976.
Al reunirnos hoy aquí para clausurar con esta Misa solemne los actos que han venido celebrándose con motivo del II Simposio Internacional sobre San José, me es muy grato saludaros a todos, queridos señores obispos, sacerdotes, religiosos, fieles seglares de las Asociaciones Josefinas de España y de otros países, que habéis llegado hasta aquí para dar testimonio de vuestra fe y vuestra piedad y devoción al Santo Patriarca.
Saludo igualmente al Excmo. Cabildo de nuestra Catedral Primada, a los sacerdotes y fieles de Toledo y a cuantos estáis con nosotros, unidos, quizá sin saberlo hasta este momento, en la singular intención que nos congrega dentro de la celebración eucarística.
Nuestra Archidiócesis de Toledo, señores participantes en el Simposio, os ha acogido a través de sus instituciones: Curia del Arzobispado, Catedral, Seminario, Comunidades Religiosas, con el respeto que sabe tener para todo esfuerzo de reflexión teológica y con el afecto que le merecéis al ocuparos con tanto amor del esposo de María, la Virgen Santísima, que tuvo en nuestro San Ildefonso el mejor cantor de su virginidad. Al componer su obra Liber de perpetua virginitate Sanctae Mariae, su corazón y su pluma se movieron en torno a Ella, la Virgen, pero sin dejar de hacer alusiones a José, virgen como ella, testigo de su virginidad, padre de Jesús1.
En la centuria anterior, el gran San Isidoro, que presidió varios concilios en Toledo, escribió, con referencia al patrocinio de San José sobre la Iglesia, muchos siglos antes de que nadie hablara sobre ello, esta frase lapidaria: Joseph, typice Christi gestavit speciem, qui ad custodiam sanctae Ecclesiae deputatus est, quae non habet maculam neque rugam2. Todo ello nos permite suponer que en nuestro venerable rito visigótico, sobre el que tanto queda por investigar, la figura del Esposo de María ha de tener reconocimientos y alabanzas correspondientes a su dignidad. Siglos después, es el arte pictórico, con su lenguaje tantas veces superior al de la palabra hablada o escrita, el que logra, precisamente en Toledo, expresiones de calidad insuperable en relación con San José. El pincel del Greco nos dejó esas maravillas que pueden verse en el Museo de Santa Cruz (San José y el Niño); en el Hospital de Tavera (Sagrada Familia); en el Convento de Santo Domingo (Epifanía), y tantos otros, que llegaron desde aquí a diversos puntos de España y de otros países. Del Greco y de otros pintores, Toledo es la ciudad del mundo que conserva más lienzos artísticos sobre San José, muchos de ellos en esta misma Catedral.
Ante una tradición como ésta no os extrañéis de que quien hoy ocupa la Sede Toledana, que desde sus primeros años de vida sacerdotal en Valladolid tanta relación mantuvo con la Asociación Josefina de aquella querida ciudad, os haya recibido también con el mismo amor y deferencia con que lo ha hecho la diócesis. Aquí se escribió antaño un primer capítulo sobre San José, el de la devoción que nace del fervor mariano de San Ildefonso; más tarde el segundo, que fue el del arte; faltaba el tercero, el de la reflexión teológica, y es el que habéis estado escribiendo vosotros estos días.
Atención a las cosas pequeñas #
¡Oh, hermanos!, yo amo las pequeñas cosas, podría deciros ahora con el lenguaje de los poetas. Os diré por qué. A la Iglesia de hoy le sobran tensiones y conflictos. Tantos son y de tan variados signos, que es difícil interpretarlos como síntoma de vitalidad creadora. Más bien indican en muchas ocasiones enfermedad grave. Nos falta fe, confianza, obediencia sencilla, sumisión amorosa a la voluntad de Dios, aceptación de la vida y de la muerte, del dolor y del trabajo, del progreso y de sus limitaciones, dentro de un marco general de obsequio y reverencia a la providencia de Dios nuestro Padre.
Yo amo las pequeñas cosas, es decir, el avemaría que reza por la noche un misionero para encontrar consuelo y paz, después de una jornada agotadora; el sacrificio silencioso y ofrecido con amor de un sacerdote que, cuando apenas consigue nada de sus feligreses en su trabajo año tras año, habla con el Señor y se lo cuenta todo con mansedumbre y humildad; el esfuerzo de una familia cristiana por sacar adelante a sus hijos que, ante las dificultades dice, sin embargo, sigamos adelante con confianza en Dios… Y todo lo que gira en torno al misterio de la Encarnación y la Redención de Jesucristo, dispuesto por la mano providente de Dios, y por eso mismo tan digno de respeto y amor, y tan eficaz para conservar y fortalecer la fe, puesto que ésta llega hasta mí, aunque sea un don de Dios, a través de las encarnaciones múltiples en que se manifiesta en los demás, mis hermanos… Pequeñas cosas y pequeñas personas del Evangelio, pecadores arrepentidos y perdonados, madres y padres implorantes, mujeres de la familia de Jesús que le seguían, cruz solitaria y abandonada, Nazaret silencioso, taller de trabajo para ganar un pobre jornal. José, José, humilde, constante, siempre honrado y creyente, natural en sus reacciones y sobrenatural en sus determinaciones últimas, el San José de las pequeñas cosas y, sin embargo, tan grande y tan excelso.
Nos sobra crítica y nos falta contemplación del misterio, y aquí está una de las raíces más hondas del malestar que se experimenta hoy en la vida de la Iglesia. Porque luego sucede que cuando se contempla de verdad, en esas pequeñas cosas y personas se ven asombrosos detalles de grandeza que nos permiten comprender mejor el plan de Dios, la aproximación de los hombres al misterio de Cristo, el por qué la Iglesia nos los presenta como patronos, como valedores, como santos para ejemplo nuestro y para ayuda en el camino.
El puesto de San José en la historia de la salvación tiene una relevancia singular. Reconocerlo así no sólo es comprender mejor el Evangelio, sino humanizarlo en el mejor sentido de la palabra, ver las cercanías del misterio central con los hombres que en torno al mismo se mueven, aceptar el valor que tienen en el plan divino las virtudes y disposiciones de la voluntad de un hombre justo, sentir que en el juego de las eficacias evangelizadoras de cualquier tiempo y ambiente cuentan los secretos interiores de la disponibilidad, el abandono en las manos de Dios, el cuidado de la pequeña casa de Jesús que es la Iglesia, la misión, el trabajo apostólico, la familia. Todo eso parece pequeño, pero ¡ved cuánta grandeza hay en San José!
En efecto, la dignidad y la santidad de un ser humano están en proporción directa con su proximidad a la Persona de Cristo.
Doctrina teológica sobre San José #
Durante siglos, la cristiandad concedió esta mayor grandeza y dignidad, primero a San Juan Bautista, seguido de los apóstoles. A aquél, por lo que Cristo dijo de él: En verdad os digo que, entre los nacidos de mujer, no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista (Mt 11, 11). Y a los apóstoles, por la afirmación de San Pablo: Las riquezas de su gracia (de Cristo), que superabundantemente derramó sobre nosotros los apóstoles toda sabiduría y prudencia (Ef 1, 7-8), comentando las cuales Santo Tomás dijo que era «temeridadla delos que se arrojan acomparar aotros santos con los apóstoles en gracia y gloria»3. A todo esto dio cabal contestación Francisco Suárez: que hay que tener como probable y que de ninguna manera va contra la Escritura, que San José fue de mayor dignidad y gracia, pues pertenece a un orden superior. El Bautista y los apóstoles pertenecen al orden de la gracia, pero José, después de María, pertenece al orden de la unión hipostática4. Esta opinión es hoy comúnmente compartida por todos los especialistas sobre San José. Su base es que la misión de los apóstoles viene referida a la fundación de la Iglesia con todas sus consecuencias, mientras que la misión de San José dice relación directa con la persona de Jesús.
Los apóstoles fueron llamados y elegidos por Jesús para este ministerio, y José fue llamado y elegido por Dios para ser el esposo de María y el padre virginal de su Hijo, como lo atestigua claramente San Mateo en 1, 18-25. El objeto de este anuncio no fue informar a José de la concepción virginal de María, aunque ese fuera el preámbulo, sino, tomando pie de este hecho, el ángel demanda de José tres cosas: que reciba a María definitivamente en su casa; que con ello se convierta en padre de Jesús, y que imponga a éste el nombre. Se dan aquí la llamada, la invitación por parte de Dios y la aceptación silenciosa, pero eficaz de José, que consistió en obrar, llevando a María a su casa, celebrando el acto solemne de las bodas. Así quedó apartado el pensamiento del divorcio o abandono de María y ratificado su matrimonio con José.
Consecuencia de todo ello fue la paternidad sobre Jesús, singular, no parecida a ninguna otra, pues su matrimonio fue pre-ordenado por Dios. En alguna manera José fue padre de Jesús con mayor vinculación a su esposa y al fruto de este matrimonio, Jesús, que el resto de los matrimonios con sus mujeres y sus hijos, pues en este caso se limitan a seguir las leyes de la naturaleza, establecidas también por Dios, pero para el matrimonio con María y la paternidad consiguiente hubo una intervención directa de Dios mismo. La generación quedó excluida, pero suplida ampliamente por la elección y pre-ordenación de Dios. Los Padres, sobre todo San Agustín, insisten una y otra vez en que la esencia del matrimonio está en la unión de las almas. Lo mismo hace Santo Tomás y detrás de él multitud de teólogos. San Agustín nos dice: Non itaque propterea non fuit pater Joseph, quia cum matre non concubuit; quasi uxorem libido faciat, et non caritas conjugalis5. Y Santo Tomás: Forma autem matrimonii in quadam indivisibili coniunctione animorum, per quam unus coniugum indivisibiliter alteri fidem servare tenetur6.
Que fue verdadera esta paternidad de José sobre Jesús nos lo dice San Agustín:Quare non per me generationes vel ascendunt, vel descendunt? An dicitur ei: Quia non tu genuisti opere carnis tuae? Sed respondebit: Numquid et illa opere carnis suae peperit? Quod Spiritus Sanctus operatus est, utrisque operatus est… Spiritus Sanctus in amborum iustitia requiescens, ambobus filium dedit. Sed in eo sexu quem parere decebat, operatus est hoc, quod etiam marito nasceretur. Itaque ambobus dicit angelus ut puero nomen imponant7.
Aquí San Agustín alude con toda claridad al derecho que los padres judíos tenían a imponer el nombre a sus hijos, como lo demuestra la Vieja Escritura y confirma claramente el Nuevo Testamento en el caso de la imposición del nombre a Juan el Bautista (Lc 1, 59-63). Y, recíprocamente, la imposición del nombre al recién nacido en el día de la circuncisión implica por lo mismo el ejercicio de ese derecho paternal. De hecho, fue San José el que impuso el nombre a Jesús (Mt 1, 25).
Todo esto, juntamente con el hecho de que tanto San Mateo como San Lucas tracen las genealogías de Jesús a través de la genealogía de José, demuestran palpablemente que José fue verdadero padre de Jesús, aunque no lo engendrara. Hoy es ya rarísimo el escriturista que se atreva a sostener que la genealogía de Jesús que nos da San Lucas es la genealogía de María, entre otras razones por el hecho comprobado en la Escritura de que nunca se trazan en ella las genealogías a través de las mujeres. Por este hecho está también la costumbre de todos los viejos pueblos orientales.
No importa que hasta el día no se haya hallado el nombre exacto que califique la paternidad de San José. Hay que desterrar, de todos modos, de ella los calificativos de: putativo, nutricio, etc., que se fijan en aspectos totalmente ajenos a la verdadera paternidad. Lo mismo digamos del de «adoptivo», pues el hijo adoptivo es totalmente ajeno al matrimonio que lo adopta. No es este el caso de José. Los apelativos más en boga actualmente entre los especialistas en estudios josefinos son el de «virginal» o el de «matrimonial». El primero puede, sin embargo, ser compartido con María, y el segundo no.
Desde Bossuet sobre todo se carga el acento en el amor paternal que José profesó a Cristo. Efectivamente, Bossuet viene a hacer esta sencilla, pero definitiva aclaración: «María no concebirá de José, porque la virginidad saldría perjudicada con ello, pero José repartirá con María los cuidados, las vigilias, las inquietudes, con las que educará al divino niño; y él sentirá por Jesús la inclinación natural, todas las dulces emociones, todos los tiernos arrebatos de un corazón paternal». Se pregunta a continuación cómo podrá ser esto, pues José no es padre por naturaleza, y se contesta: «Aquí es donde nos es necesario comprender que el poder divino actúa en esta obra. Es por un efecto de este poder como San José tiene corazón de padre, y si la naturaleza no se lo da. Dios le hace uno con su propia mano, pues de Él está escrito que cambia, cuando le agrada, las inclinaciones»8.
San José fue, además, conforme a los planes divinos de la redención, absolutamente necesario para la venida de Cristo al mundo. Hoy es corriente afirmar que en lo que los teólogos llaman «decreto de la Encarnación», no sólo se contiene ésta, sino todas sus circunstancias, como, por ejemplo, la maternidad divina de María9. Y por lo mismo su concepción virginal y sus desposorios con José. María había de ser simultáneamente virgen y casada. Para ambas cosas se necesitó la colaboración de San José. María no hubiera podido ser virgen sin el asentimiento de José, que poseía sobre ella los derechos del matrimonio. Menos hubiera podido ser casada sin el concurso de José. Pero es más. Está claro que Jesús quiso nacer dentro de un matrimonio y que este matrimonio fuera presidido por José. Quiso nacer como todos los demás hombres, dentro de un hogar, por razones obvias que dan los escritores eclesiásticos desde tiempos remotos: Jesús no podía aparecer ante su pueblo como hijo de una mujer soltera. Además que necesariamente había de pertenecer a la casa de David (cf. 2Sam 7, 16; 1Cro 17, 14) y, por ello, contar con una genealogía que lo demostrase. Esta genealogía, como hemos dicho más arriba, había de dársela José.
Todo esto demuestra hasta la saciedad que José fue una pieza esencial en los planes de Dios para la Encarnación. San José, y habida cuenta de todo lo que hemos dicho, fue en los planes de Dios en la historia de la salvación un elemento necesario. Sin él no se hubiera realizado ni la Encarnación ni la Redención, pues aquélla no sólo es la premisa necesaria, sino que la Encarnación misma forma ya parte esencial de la propia Redención.
Se ha hecho últimamente por algunos teólogos gran hincapié en demostrar que la pasión, muerte y resurrección de Jesús forman el núcleo específico de la Redención. Sin embargo, no puede negarse que toda la vida de Jesús fue redentora. Y en este contexto hay que poner también la infancia de Jesús, en cuyo desarrollo tuvo tan importante papel la misión de José al lado de Jesús.
A este respecto son esclarecedoras las palabras de Pablo VI: «Honramos e invocamos hoy a San José, el humilde obrero, esposo de la Virgen y padre legal de Jesús, que dio a Cristo, Hijo de Dios, la condición civil terrena; le dio la familia, la patria, la herencia histórica de la estirpe de David, el hogar, el pan, el lenguaje, la educación del pueblo, el servicio de la autoridad doméstica, el trabajo y la profesión, la clasificación social de artesano y, especialmente, la defensa, la custodia, la protección durante su infancia atribulada e insidiada, y durante su floreciente y escondida adolescencia. El Jesús que estaba para nacer, el Jesús niño, el Jesús muchacho, el Jesús débil, el Jesús pobre, y María con Él, tuvieron necesidad de este hombre sencillo, piadoso, íntegro, trabajador, silencioso, que lo era todo para Él»10.
Conclusión #
Estas palabras del Papa deben animarnos a todos a seguir adelante en nuestra reflexión teológica sobre San José y en el cultivo esmerado de la devoción y piedad del pueblo cristiano hacia el Santo Patriarca. Es lo que nos dice el Cardenal Secretario de Estado en nombre del Sumo Pontífice en la carta que nos ha dirigido.
«El Simposio actual desea dar a sus trabajos una orientación netamente cristológica, que abarque tanto el estudio especializado de las cuestiones sometidas a examen, cuanto la manera de presentar al pueblo fiel las enseñanzas y ejemplos de San José. Tal orientación es digna de todo elogio, en cuanto que así se podrá ver desde su justo punto de vista un aspecto del misterio de Cristo, al contemplar la figura de quien, por designio divino, tuvo una misión que le colocó tan singularmente cercano al mismo Jesucristo y a aquella que Él eligió por Madre. Precisamente por ello y por su entrega en la fe, sin reservas, a la tarea excelsa pero oscura de custodio y servidor del Verbo encarnado, San José es un ejemplo límpido e inalterable para el cristiano. Este ejemplo admirable de servicio y dedicación total a la causa salvadora de Jesús es digno de ser expuesto en todas sus ricas facetas y significación modélica, para que, en medio de las dificultades y tensiones presentes, la Iglesia de hoy, al mirar hacia esta figura señera se sienta impulsada con nueva fuerza, a esa cordial fidelidad a Cristo que los tiempos requieren».
1 Véase la edición crítica de Vicente Blanco García en Santos Padres españoles, vol. I, Madrid 1971, BAC 320, 42-154.
2 Allegoriae quaedam Scripturae Sacrae: PL 83, 117.
3 Super epistolas S. Pauli lectura,vol. II, Turín 1953, n. 23.
4 Cf. Tertia pars Summae Theologiae… Sancti Thomae… cum commentariis, q.29, disp., 8, Vives, París, 1866, vol. XIX, 125.
5 Sermón 51, 13, 21: PL 38, 344; BAC 441, 29.
6 Summa Theologiae 3 q.29 a.2 c.
7 Sermón 51, 20, 30: PL 38, 351; BAC 441, 42-43.
8 Oeuvres oratoires de Bossuet,vol. II, edición de V. Lebarq:Premier panègyrique de Saint Joseph,París 1927, 135. Cf. J. Lago,enEstudios Josefinos,3 (1949) 122-123.
9 Cf. R. Garrigou-Lagrange,La Mère du Sauveur et nôtre vie intérieure,París 1954, 6s.
10 Palabras pronunciadas en el Ángelus, del viernes 19 de marzo de 1971: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de marzo de 1971, 10.