Prólogo para la obra publicada por Jesús Martí Ballester con el mismo titulo, 1997.
Difícil trabajo, pero utilísimo, el que se ha impuesto este gran sacerdote, que es D. Jesús Martí Ballester, que está dedicado desde años a la fecunda labor de enriquecer a la santa Iglesia con almas, que nutran su espíritu en el hontanar de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Conozco su obra de cerca y espero de ella una renovación, en profundidad, que ha de dar mucha gloria a Dios en su Iglesia, ya que intenta expandir por el mundo cenáculos de contemplación, que la faciliten y la pongan al día en lo accidental.
No es ningún secreto afirmar que estamos atravesando una de las más hondas crisis, que ha conocido la historia. Yo diría que nos hallamos en el puno medio entre dos eras; una, que se despide pugnando por mantener firmes sus normas, sus tradiciones seculares; y otra, que quiere abrirse paso a toda costa, renovando estructuras, cambiando costumbres y hasta, en algunos sectores, intentando poner en duda los dogmas más fundamentales. En este brusco choque entre ambas, me complace comprobar el equilibrio de la Obra Amor y Cruz, que en su adaptación a los tiempos actuales mantiene lo sustancial y necesario. Parece que ha intuido lo que dijo Pablo VI en septiembre de 1968 y resulta la mejor defensa de la vida contemplativa, que se ha podido dar en la situación actual.
Decía el Papa a los contemplativos: “Vuestra vocación no es anacrónica; vosotros no ocupáis en la Iglesia un puesto inútil, ¡Más bien se os es debido! Somos Nos los que tomamos vuestra defensa, los que os hacemos la apología, es la misma Iglesia la que se pone de vuestra parte. Os lo repetimos con todo el corazón: la Iglesia os estima, la Iglesia os ama, la Iglesia os guarda a vosotros… Vuestra vocación es por lo mismo tan hermosa en el concierto de alabanza, que la Iglesia eleva a Dios y a Jesucristo, su Señor y Salvador, que si antes de ahora no existiera, debería crearla, debería inventarla”.
Repetidas veces he estimulado a D. Jesús, de palabra y por escrito, en su paciente e incomprendida labor, pero indispensable para la santa Iglesia, que no logrará una renovación que valga un ochavo, si no une sus manos con estas almas, que, como san Juan de la Cruz, han poseído una mirada tan clarividente para ver y decir lo único necesario; y por lo mismo, tan hondo surco han abierto en la Iglesia y se han convertido en ella en surtidor de agua cristalina que la fertiliza.
El soplo del Espíritu Santo ha movido a D. Jesús Martí en esta línea a doblar a san Juan de la Cruz hoy. Lo hace, presentándonos de momento el Cántico Espiritual, maravilla de doctrina y poesía. San Juan de la Cruz fue un gran incomprendido en su tiempo y sigue siendo poco conocido en el nuestro. Esto es lo que duele al autor de este libro y no se queda en lamentos, sino que aporta su esfuerzo para ayudar a que salga del olvido y pueda ejercer un influjo mayor, que clarifique la fe de las almas.
El Doctor de las nadas es exigente. Así se le ha presentado, pero creo que es menos conocido como Doctor del Amor. Pocas obras como el Cántico Espiritual, que hunde sus raíces en el Cantar de los Cantares y en Garcilaso, celebran con tan sublimes acentos el amor de Dios.
La vida cristiana del Pueblo de Dios debe fundamentarse en una fe más sólida, que sepa prescindir de las apoyaturas sensibles. San Juan de la Cruz aporta materiales firmes, cimentados sobre roca, para forjar hombres de temple. La teología moderna ha de contar más con el Doctor del Carmelo, tan sagaz conocedor de los senderos rumbo a la cumbre del monte, y guía insustituible a la salida del laberinto de los apetitos hasta llegar a la unión con Dios.
Él enseña a los hombres los caminos de la contemplación: Por donde no sabes has de ir a donde no sabes. Caminos de oración, que hay que escalar con ánimo esforzado y perseverante, sin desfallecimientos, y con el decidido propósito de dejarlo todo para llegar a poseerlo todo.
Me pregunto si hay algún apostolado hoy más necesario en la Iglesia que despertar a los hombres a que adoren al Padre es espíritu y verdad. No hay otro más necesario, ni otro por otra parte, más preterido. Pero, sobre todo encarecimiento, el de promocionar a las almas ya entregadas y a Dios consagradas, a fin de que consigan esas altas cumbres de la unión mística, que las conviertan en depósito escondido en el corazón de la montaña, que alimenta sin cesar corrientes secretas que fecundan la geografía del Cuerpo Místico y enriquecen su apostolado.
El mundo de hoy acostumbra a medir el valor de las personas con el rasero de los frutos visibles, que aportan a la sociedad. En este sentido habría que pensar que los treinta primeros años de la vida del Señor no sirvieron para nada. Error funesto. Estos años de Jesús ejercieron en las almas la misma influencia santificadora que los dedicados a la vida activa. Su intensa y continua oración, unida al sacrificio de cada día, fueron raudales de gracia, que inundaron el mundo y le prepararon a la siembra de la semilla evangélica.
También la Santísima Virgen fue la gran contemplativa, que pasó su vida oculta, sin aparecer en público, dedicada a guardar en su Corazón purísimo las palabras brotadas de su divino Hijo. La oración y el sacrificio de su existencia no pudieron menos de atraer torrentes de gracia sobre las almas. Nadie habrá que se atreva a negar el fecundo apostolado de una vida toda de Dios consumida en el silencio y en la oración.
San José siguió las huellas de la Santísima Virgen, llevando intensa vida de contemplativo. Jamás apareció en público para ejercer ministerio alguno, cuando tanta necesidad había de predicación. Antes vivió oculto en el anonimato, trabajando intensamente en la obra que le confiara el Padre, sin escatimar sacrificio alguno, ofreciendo todo con corazón generoso y enamorado de Dios en beneficio de las almas.
Estos modelos son suficientes para explicar la fecundidad de la vida contemplativa, también en apariencia inútil, pero a los ojos de Dios de una trascendencia incomparable. Urge, pues, la llamada divina de despertar deseos de beber aguas claras de contemplación amorosa y sabiduría. Es urgente el deber de esforzarnos por conseguir que sean muchas en número las almas que lleguen a la estabilidad de paz y bien inmutable, que canta admirablemente san Juan de la Cruz en sus bellísimas estrofas. Sin olvidar que a esta paz y bien no se llega sin entrar más adentro, en la espesura de los dolores y tribulaciones. “¿Ojalá todos comprendieran –diré con san Juan de la Cruz– que es imposible llegar a la espesura y sabiduría de las riquezas de Dios, que son de muchas maneras, sin entrar en la espesura del padecer de muchas maneras!”.
Bienvenido, pues, este libro nuevo de san Juan de la Cruz, que despierta ansias de desprendimiento y de deseos de los goces supremos de lo único necesario. Libro nuevo, verdadera creación, que mantiene el armazón intelectual de san Juan, conjugándolo con el aire nuevo de un soplo de inspiración actual. Sólo un corazón y una pluma, si no gemelos a los de san Juan de la Cruz, llenos al menos de amor teologal, de sensibilidad y poesía, son capaces de llevar a cabo una empresa como la que inicia D. Jesús Martí Ballester. Y estas dos cualidades se ensamblan en él, pues el autor a quien presento, tiene sensibilidad de poeta y alma de gran delicadeza. Está providencialmente preparado para realizar esta obra, que él ha emprendido con tan noble empeño, cuyas metas él mismo nos expone en su Introducción, luminosamente esclarecedora y que Dios con toda seguridad tiene que bendecir. Avalado, además este nuevo autor del Cántico Espiritual por serios estudios y formación intelectual en Valencia y Salamanca, un tiempo profesor, y con una larga experiencia pastoral desde su juventud, Arcipreste de una importante parroquia a los veintisiete años, ha seguido en ininterrumpido trabajo personal y ministerial de sacerdote. En las varias parroquias que ha regentado, su paso ha dejado no sólo iglesias reconstruidas con abnegado celo, sino sobre todo revitalización y nuevos impulsos de vida cristiana con florecimiento de vocaciones religiosas y sacerdotales.
Director de innumerables tandas de Ejercicios espirituales en las diócesis de Valencia, Barcelona. Madrid, Salamanca, Tortosa, Segorbe, Cuenca, Murcia y Albacete, posee un largo conocimiento de conductor de almas. Sabe por experiencia el gran provecho que el estudio del gran santo Carmelita ha causado en tantas almas. Y su ardiente pluma, que ha colaborado en múltiples revistas religiosas, ha encontrado tiempo, en medio de su actividad apostólica, para esta feliz, oportuna y prometedora actualización del sumo Doctor castellano. Doctor, a quien –¡ojalá lo consiga este libro!– tendrían que acudir tantos espíritus de hoy, que viven el misterio de su fe y de su apostolado entre tantas sacudidas y sutiles asedios, para que se animaran a llegar a la primavera, a la libertad filial y al amplio horizonte de la alegría espiritual. Para que se prepararan a caminar a la vida eterna.
Espléndida meta la que deseo para este libro: Que colabore a realizar con el Espíritu Santo almas consumadas en el amor cristiano, que aceleren la llegada del Reino y lleven a plenitud el ideal, que Dios trazó para el hombre, pues para este fin de amor lo creó.
Toledo, mayo de 1977.