Santa María de Guadalupe en el corazón de la historia católica de España

View Categories

Santa María de Guadalupe en el corazón de la historia católica de España

Carta pastoral con motivo del cincuenta aniversario de la coronación canónica de la imagen de la Virgen de Guadalupe (1928-septiembre-1978). Texto publicado en el BOAT, septiembre 1978, 476-506.

Celebramos este año el cincuenta aniversario de la Coronación canónica de la venerada imagen de Santa María de Guadalupe.

Ello me ha movido a escribiros esta Carta Pastoral con la que pretendo cumplir un triple propósito.

1º. Dejar constancia escrita en el «Boletín Oficial del Arzobispado» de lo que ha sido y es el Santuario de Guadalupe en la historia católica de España, y ofreceros a todos la posibilidad de tener a la mano una síntesis ordenada y suficiente que os permita conocer los hechos de esa historia.

2º. Presentar los vínculos que unen a Toledo con Guadalupe, tan fuertes que no podrán romperse nunca, aun cuando cambien las situaciones jurídicas, en cuanto a la pertenencia de los territorios a una u otra diócesis.

3º. Ofrecer por mi parte, como actual Arzobispo de Toledo, una florecilla de amor humilde a la Santísima Virgen de Guadalupe, a la que, si he amado toda mi vida como sacerdote y como español, mucho más la debo amar ahora como Obispo de esta Archidiócesis gloriosa que tanto ha contribuido al arraigo y desarrollo de la fe católica en España.

Introducción:
Guadalupe antes del hallazgo de la imagen #

Alfonso VI, rey de Castilla y León (1072-1109), que en los primeros años de su reinado siguió, respecto a la España musulmana, una política de explotación económica mediante el sistema de parias, aprovechó la primera ocasión propicia para poner sitio a Toledo, que se le rindió en 1085. La ocupación de la ciudad representó la consolidación de la línea fronteriza en el Tajo.

En seguida se preocupó de dotar a la Iglesia de Toledo y el 18 de diciembre de 1086 le concedió, en el territorio de Talavera, la aldea de Alcolea, la cual, junto con Alía, Azután, Guadalupe, el río Guadalupe y otras regiones comarcales vecinas a las anteriores se enumeran y están incluidas en el alfoz talaverano o iquim árabe de dicha población de Talavera, en su parte occidental.

Estos lugares cambiaron varias veces de poseedor, dadas las frecuentes razzias árabes que se produjeron.

La comarca donde se encuentra Guadalupe fue, desde la conquista de Toledo (1085) hasta la batalla de las Navas de Tolosa (1212), durante más de cien años, zona fronteriza de musulmanes y cristianos.

En el siglo XII, portugueses y leoneses se lanzaron a la reconquista de las actuales tierras extremeñas y entraron en colisión. El rey Alfonso I Enríquez de Portugal (1111-1185) tomó Cáceres y Trujillo (1165) y llegó a ocupar momentáneamente Badajoz (1169); pero al luchar contra León, fue vencido y hecho prisionero por Fernando II (1137-1188), a quien tuvo que devolver las tierras ganadas.

Fernando II había firmado con su hermano Sancho III de Castilla el tratado de Sahagún (1158), que confirmaba la separación política de ambos reinos, establecida por su padre. Sin embargo, muerto Sancho (1158) y siendo Alfonso VIII menor de edad, se apoderó de Toledo y Segovia (1162) y repobló gran parte de Extremadura. Durante su reinado se formaron en Cáceres y Alcántara las Órdenes Militares de Santiago y Alcántara, aprobadas por el Papa Alejandro III (1159-1181) en 1175 y 1177, respectivamente.

Todas las conquistas emplazadas al sur del río Tajo se perdieron a manos de los almohades en una serie de expediciones que éstos realizaron en los últimos diez años del siglo XII. Las avanzadas cristianas se fijaron de nuevo a lo largo del río Tajo; y aún ocuparon los almohades, al norte de dicho río, las tierras de Guarda, Castelo Branco e Idanha, en el actual Portugal.

El peligro desapareció en 1212. Los almohades sufrieron una derrota definitiva en la batalla de las Navas de Tolosa, donde lucharon unidos Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra.

No estuvieron presentes los portugueses ni los leoneses en el encuentro de las Navas, al que el Papa Inocencio III (1198-1216) dio carácter de cruzada. Sin embargo, algunas de las tierras de la comarca extremeña quedaron insertas en el territorio de expansión del reino de León.

Ascendido San Fernando (1217-1252) al trono castellano-leonés y fundidos los dos reinos en su mano, la reconquista dejó en retaguardia a esta región extremeña, que, ligeramente poblada y yerma, pasó a engrosar la obra conquistadora de los dos reinos unidos.

La incorporación definitiva de la comarca de Guadalupe a la España cristiana se debe a Don Rodrigo Jiménez de Rada, cardenal y arzobispo de Toledo (1209-1247), que había participado en la organización y campaña de las Navas de Tolosa y acompañará después al rey Fernando III en las siguientes expediciones militares.

Don Rodrigo Jiménez de Rada, notable historiador, nos cuenta en su obra De rebus Hispaniae1 la incursión que realizó el propio Arzobispo en 1226 por estas comarcas extremeñas, atacando el castillo de Capilla e incorporando un vasto territorio a su diócesis. En esta expedición, que duró catorce semanas, no menciona el bravo guerrero e ilustre cronista la conquista de Guadalupe, señal evidente de que no existía ningún importante núcleo de población en este lugar.

La comarca de Guadalupe perteneció siempre a la diócesis de Toledo. Durante el siglo XII, las tierras extremeñas al norte del río Tajo tienen las sedes episcopales de Coria, Plasencia y Toledo. Conquistados los valles del Tajo y ocupados los del Guadiana se crea una sola sede episcopal en Extremadura, la de Badajoz en 1255; ya conquistada Mérida (1230) que había sido metrópoli en época romana y visigoda, no se restauró la antigua sede, porque, a principios del siglo XII, se había creado la ficción de que el obispado de Santiago de Compostela era el continuador de la metrópoli emeritense. Pues bien, ni Coria, ni Plasencia, ni Badajoz tuvieron jamás la comarca de Guadalupe. La conquista de Toledo y su territorio por Alfonso VI, en 1085, adscribió este territorio a la sede toledana. Pasados los vaivenes que le ocasiona el ser zona fronteriza, incorporada definitivamente la comarca a la España cristiana, la expedición militar del cardenal arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez de Rada, asentó y afirmó el hecho de la pertenencia de Guadalupe a Toledo. Cuando ocurre la aparición o hallazgo de la Imagen, el lugar del hallazgo pertenecía al curato de Alía.

1ª etapa:
desde el hallazgo de la imagen (2ª mitad del s. XIII)
hasta la fundación del Monasterio Jerónimo (1389) #

  1. Hallazgo de la Imagen

En fecha no precisada, durante la segunda mitad del siglo XIII, acontece la aparición o hallazgo de una Imagen de Santa María, que cristianos de Sevilla, huyendo hacia el norte, habían escondido, junto con otras reliquias, en las estribaciones de la Sierra de las Villuercas.

De esta imagen, que la leyenda atribuyó al evangelista San Lucas, se decía que había sido llevada a Roma, que más tarde el Papa San Gregorio la regaló al entonces arzobispo de Sevilla, San Leandro, en torno al año 590.

La imagen, llevada a tierras cacereñas por los cristianos fugitivos, fue hallada al ser reconquistadas estas tierras en el siglo XIII. Un pastor llamado Gil Cordero, vaquero de Cáceres, recibió esta gracia de la Virgen y se levantó una pequeña ermita en el lugar del hallazgo. La imagen tomó el nombre de Guadalupe, «río escondido» según los arabistas, que discurre próximo al lugar.

  1. Rápida difusión de la devoción guadalupense

La noticia de las mercedes de Santa María de Guadalupe se divulga por todas partes. Comienzan las peregrinaciones. Crece el fervor, encauzado y promovido por los custodios o tenedores del santuario, clérigos de la diócesis de Toledo, que atendían al servicio religioso de las gentes que allí acudían.

El primer tenedor del santuario de quien se tiene noticia histórica es Pedro García, el cual hizo nacer en el ánimo de Alfonso XI el Justiciero, rey de León y Castilla (1321-1350), el amor a Santa María de Guadalupe.

Alfonso XI profesó a Guadalupe especial predilección. Le concedió carta puebla, para atraer población. Por privilegio otorgado en Sevilla el 15 de diciembre de 1337 dotó a Guadalupe de límites territoriales, que confirmó con otro privilegio, dado en Illescas el 15 de abril de 1347. Aún más, siendo tenedor o custodio Pedro Gómez Barroso, que luego fue obispo de Cartagena y cardenal con el título de Santa Práxedes, el monarca ayuda muy eficazmente a la construcción del nuevo templo, terminado en 1336, y a cuya sombra protectora fue naciendo el pueblo que entonces se llamó La Puebla de Guadalupe.

  1. Erección del Priorato secular y declaración del Patronato Real

Las mercedes de Alfonso XI culminan haciendo a Guadalupe santuario nacional.

El 30 de octubre de 1340 tiene lugar la batalla del Salado. A orillas de ese río, Alfonso XI, auxiliado por tropas portuguesas y barcos de la Corona de Aragón, derrotó completamente a los benimerines que sitiaban Tarifa. Esta victoria puso término a la cuestión del Estrecho y cerró a los musulmanes africanos toda posibilidad de una nueva invasión de la Península.

Alfonso XI, profundamente agradecido a Santa María, favorece a Guadalupe con parte del botín conquistado; enriquece los servicios de culto poniendo seis capellanes y un prior secular; concede a los clérigos un sueldo y licencia para edificar un hospital, señal manifiesta de la gran cantidad de devotos que acudían peregrinos; y, finalmente, alcanza la declaración de Patronato Real.

En efecto, don Gil Álvarez de Albornoz, Arzobispo de Toledo (1338-1350) firma en Toledo, el 6 de enero de 1341, la institución del Priorato secular del santuario y el reconocimiento, a favor del rey y de sus sucesores, del Patronato Real. La carta de petición real dirigida al Arzobispo lleva la data de 25 de diciembre de 1340 en Cadahalso. Esta carta es el primer documento histórico que demuestra la condición multitudinaria y masiva de la devoción guadalupense.

Por los ruegos de Alfonso XI, que agradece la celestial protección de Santa María de Guadalupe en la batalla del Salado, y por la decisión del Arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz, que interviene con su autoridad sagrada en la erección del Priorato y en la concesión del Patronato Real, Guadalupe es erigido santuario nacional. Pero a los ruegos del uno y a la decisión canónica del otro precedió la voluntad del pueblo, cuyo amor a la Virgen había ido creciendo cada vez más caudaloso.

Creado el Priorato secular, declarado el templo de Real Patronato, Guadalupe nace a la vida nacional. En 1340 se presenta como el santuario mariano más importante, el de mayor fuerza de atracción religiosa, que recibe confirmación definitiva e impulso poderosísimo de los supremos poderes civil y religioso.

  1. El Priorato secular: desde 1341 hasta 1389

Con características de Priorato secular se mantuvo la iglesia de La Puebla de Santa María de Guadalupe desde 1341 hasta 1389.

En este período ya eran frecuentes las peregrinaciones y afluencias de gentes, especialmente en las fiestas de septiembre. Hay constancia histórica de hospitales y albergues, levantados junto al santuario, para la atención de peregrinos enfermos.

Aceptando la presentación regia, los arzobispos de Toledo instituyeron canónicamente los cuatro Priores seculares que ha tenido el Santuario: don Pedro Gómez Barroso, don Toribio Fernández de Mena, don Diego Fernández y don Juan Serrano.

De la importancia que había adquirido Guadalupe da testimonio que su Prior secular primero fue el cardenal don Pedro Gómez Barroso, antiguo Maestrescuela de la Catedral de Toledo. El 3 de septiembre de 1326 había sido nombrado Obispo de Cartagena por Juan XXII, a instancias de Alfonso XI, de quien era consejero. El 18 de diciembre de ese mismo año fue promovido a Cardenal con el título de Santa Práxedes.

Don Pedro Gómez Barroso implantó en el Santuario los usos litúrgicos de Toledo. Durante su mandato, en 1347, el rey señala términos a Guadalupe, mermando para ello los de Talavera y Trujillo. Se desmembró de Talavera «la dehesa de Guadalupe para dejar exenta la nueva Puebla de Santa María e independizar el nuevo y celebérrimo santuario de la Virgen aparecida junto al río Guadalupe, en la antigua gran dehesa de Puerto de Juan Román y en la comarca que sería más conocida por el nombre de las Villuercas»2.

Don Pedro muere en Avignon el 14 de julio de 1348. Le sucede don Toribio Fernández de Mena, quien, como su antecesor, recibe la institución canónica del arzobispo don Gil de Albornoz, previa presentación de Alfonso XI. Éste, en 1348, continuando su generosa protección, otorga al Priorato el señorío temporal sobre el territorio de Guadalupe.

El tercer Prior fue don Diego Fernández, deán de Toledo; y el cuarto y último, don Juan Serrano, capellán real de Toledo. En su tiempo reinan en Castilla don Pedro I el Cruel (1350-1369) y don Enrique II (1369-1379). Don Pedro, al igual que su padre, demuestra su cariño al santuario con generosas concesiones y visitas; en su época se fortifica el monasterio. Don Enrique II confirma y aumenta los privilegios de los anteriores.

De los arzobispos de Toledo del segundo período del Priorato secular merece cálido recuerdo don Pedro Tenorio que rigió la sede de 1377 a 1399. Sus aportaciones a la devoción a Santa María de Guadalupe merecen capítulo aparte.

  1. El Puente del Arzobispo, signo de devoción guadalupense

Don Pedro Tenorio era devotísimo de Nuestra Señora de Guadalupe. Tal vez su nacimiento en Talavera explica este fervor mariano guadalupense.

En 1383 mandó construir un puente sobre el Tajo para que los peregrinos de Castilla eliminaran el obstáculo del río en su camino hacia el gran santuario. «Edificó –cuenta la Crónica de Juan I de Castilla– la puente que dicen del arzobispo en el camino de Guadalupe».

Una carta de don Pedro Tenorio, guardada en el archivo guadalupense, dice textualmente: «…si ay algunos que quieran venir a la dicha puente por sus jornales, que vengan, y asi omes como mujeres, ea en mejor obra no pueden servir que esta puente por do pasan los rromeros de la Señora».

El puente se terminó en 1338 «a rreverencia e honor –como dice la citada carta– de Santa María de Guadalupe».

Cinco años le llevó la obra del puente sobre el Tajo, edificación que daría después nombre al lugar de Puente del Arzobispo»3.

  1. La Orden de la Merced en Guadalupe

Los clérigos seculares encargados del servicio espiritual del santuario desempeñaban su cometido de forma poco edificante; lo que no debe causar sorpresa, pues fue la época en que el Arcipreste de Hita escribió su acusatoria Cantiga de los clérigos de Talavera. En ella debían estar incluidos no sólo los de la ciudad, sino también los de su comarca.

Vista la indisciplina que reinaba en el santuario, el último Prior secular, don Juan Serrano, que después fue Obispo de Segovia (1389-1392), en conversación con el rey don Juan I (1379-1390), de acuerdo con el Arzobispo de Toledo, don Pedro Tenorio, pensaron, como remedio, instalar en Guadalupe una Orden religiosa para que fomentase la piedad.

La Orden elegida fue la de la Merced, en sus inicios orden laico-militar dirigida por un Maestro, convertida ya, desde 1317, en orden clerical. Los frailes mercedarios se posesionaron de Guadalupe y estuvieron allí sólo un año.

  1. Fundación del monasterio jerónimo de Guadalupe

Abandonado Guadalupe por la Orden de la Merced, el obispo don Juan Serrano, último Prior secular de Guadalupe, pensó en la nueva Orden de San Jerónimo, orden española muy estimada en la diócesis de Toledo por ser uno de sus fundadores fray Fernando Yáñez de Figueroa; por tener en el arzobispo Tenorio un entusiasta velador, él, que había pasado buena parte de su juventud como profesor en el Estudio Romano de la Corte Pontificia de Avignon; por haber establecido la casa madre en Lupiana (Guadalajara); por haber erigido en la misma capital de la diócesis el monasterio de la Sisla. Tan apreciada era la Orden Jerónima que más tarde se le encomendarán los monasterios de Yuste y de El Escorial.

El arzobispo de Toledo don Pedro Tenorio intervino, en 1389, con su autoridad ordinaria, en el acto fundacional del monasterio de Guadalupe. A petición del rey Juan I de Castilla en Real Provisión de 15 de agosto de 1389, dada en Sotos Albos, el arzobispo Tenorio otorgó su pleno consentimiento y confirió a don Juan Serrano poder para la entrega del santuario a la Orden de San Jerónimo y conversión del mismo en monasterio, según carta fechada en Alcalá de Henares el 1 de septiembre de 1389.

A la casa matriz se dirigió el recién nombrado obispo de Segovia, don Juan Serrano. Ofreció a los Jerónimos el santuario e imagen de Santa María de Guadalupe, haciéndoles ver de cuánto agrado sería para Dios y cómo servirían a su Santísima Madre, si ellos quisieran tomar bajo su custodia la administración del mismo, prometiendo a los Jerónimos, de parte del Rey, que éste renunciaría en manos del Prior de la Orden el patronato del santuario; y de parte del arzobispo y del Cabildo toledano la renuncia «a todo derecho que tuvieren en la casa de Guadalupe y en las rentas, por ser del arzobispado».

Fray Femando Yáñez de Figueroa, prior entonces de San Bartolomé de Lupiana, rehusaba aceptar, temiendo que se enfriase el fervor monástico por el necesario trato con seglares.

Por fin aceptó el prior. «Hiciéronse las renunciaciones y donaciones», y en pocos días se consiguió la nueva entrega a la Orden de San Jerónimo. «La renunciación del patronazgo del Rey y todos los privilegios; la renunciación de su Priorato, que también había hecho el arzobispo y la iglesia de Toledo… y hechas todas las diligencias necesarias con el poder que llevaba el obispo don Juan Serrano, los puso en posesión, dándoles pleno y total poderío al prior y los frailes, en lo espiritual y temporal, de aquella casa y puebla de nuestra señora de Guadalupe»4.

Los monjes jerónimos, con el padre Yáñez como Prior, llegaron a Guadalupe el 22 de octubre de 1389; al caer la tarde cantaron Completas y entonaron la Salve a Santa María, cuya casa de Guadalupe venían a cuidar y a servir.

Con licencia de don Pedro Tenorio y del Cabildo toledano, se transforma en regular el Priorato secular. Aunque el prelado toledano había renunciado a su jurisdicción sobre el famoso santuario, continuó interesándose por la veneración de la milagrosa imagen, llevado de su amor y filial devoción a Santa María.

EI rey don Enrique III el Doliente (1390-1406) quiso unir más los vínculos del santuario con la Iglesia de Toledo; ofreció la mitra toledana, muerto Tenorio, a Fr. Fernando Yáñez de Figueroa, primer Prior regular del monasterio, gesto inmortalizado por Zurbarán en un lienzo de la sacristía del santuario.

La transformación en monasterio jerónimo recibió, en 1394, solemne confirmación por bula pontificia. Paso a paso, mediante privilegios, el monasterio fue eximiéndose de la jurisdicción de Toledo, hasta que, por fin, el Papa Martín V (1417-1431) concedió, en 1424, la exención total de la jurisdicción arzobispal. Esta exención duró hasta 1835.

2ª etapa:
Guadalupe, Monasterio Jerónimo (1389-1835) #

Con la entrega del santuario a los monjes de San Jerónimo, en 1389, se abre un largo y espléndido período de la historia guadalupense, que tiene su momento cumbre en el último cuarto del siglo XV y los primeros cincuenta años del XVI.

Es casi imposible una enumeración completa de personas ilustres y de hechos memorables de esta dilatada etapa de cuatrocientos sesenta y seis años.

Bástenos ofrecer, aunque de modo breve y sucinto, la panorámica general que puede contemplarse en los siguientes apartados: vida religiosa; proyección hacia América; artes liberales; artes manuales; priores beneméritos y hombres santos; privilegios, donaciones y visitas de reyes; devoción y generosidad de los nobles; escritores y poetas.

  1. Vida religiosa

Guadalupe fue en manos de los Jerónimos lugar de acendrada devoción mariana y de entrañable acogida de peregrinos. Cuantos querían servir a Nuestra Señora encontraban en Guadalupe la forma religiosa apropiada.

Dedicados a la cura de almas, los hijos de San Jerónimo tenían como objeto principal el culto divino. Fomentaron fielmente la devoción de las gentes a Santa María y lograron aumentarla con la solemnidad del culto y con varias instituciones y oficinas creadas en torno al santuario. Cada vez acudía mayor número de peregrinos. Para atenderlos, los monjes iniciaron pronto la ampliación del templo mandado construir por Alfonso XI, agrandaron el monasterio y levantaron los famosos hospitales dedicados a San Juan Bautista.

Peregrinaban con el pueblo los sacerdotes y los clérigos beneficiados de la Iglesia de Toledo que obtenían dispensa de residencia coral durante los días del viaje de ida y vuelta.

Uno de los auxiliares del culto es la música sagrada. Hoy, todavía admiramos los preciosos códices musicales de Guadalupe, libros de coro «punteados» por monjes jerónimos. Músicos insignes guadalupenses fueron el padre Melchor de Montemayor (maestro Cabello), fray Francisco de las Casas y fray Carlos de Salamanca.

Junto a los ilustres nombres que recuerda la historia, colocamos, gozosos y agradecidos, los de tantos otros, ignorados, que, con trabajo oscuro y callado, consumieron su vida en servicio de Dios y de la Iglesia, honrando a Santa María de Guadalupe.

  1. Proyección hacia América

Cuando los monjes jerónimos llegaron el 22 de octubre de 1389, Guadalupe era ya santuario nacional. Cien años más tarde su radio de acción se ampliaría al continente americano.

Guadalupe es signo de fe en América. Con la protección de Santa María de Guadalupe se hizo el descubrimiento, la conquista y la evangelización del Nuevo Mundo.

Guadalupe y el descubrimiento de América #

En Guadalupe firmaron los Reyes Católicos, el 20 de junio de 1492, dos reales sobrecartas, dirigidas al alcalde de Palos y a Juan de Peñalosa, urgiendo la entrega a Colón de las carabelas con su tripulación.

Cristóbal Colón, en peligro de naufragio durante su primer viaje, se acogió al favor de Santa María de Guadalupe. Se lee textualmente en el Diario de Colón: «Jueves, 14 de febrero. El Almirante ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que al que cayere la suerte cumpla la romería». Cupo la suerte al mismo Colón, y al regreso cumplió el encargo, viniendo a Guadalupe «descalzo y en hábito de penitencia» a ofrecer a Nuestra Señora las primicias del Nuevo Mundo.

EI primer topónimo español trasplantado a América es Guadalupe, impuesto por el mismo Colón a la Isla Turuqueira en su segundo viaje en 1493.

En Guadalupe se bautizaron, el 29 de julio de 1496, dos criados de Cristóbal Colón, como consta en el Libro I de Bautismos de la parroquia; eran, según parece, indios.

Guadalupe en la conquista de América #

Los conquistadores de mayor nombre en la gran empresa americana, a excepción del andaluz González de Quesada, eran extremeños: Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Núñez de Balboa, Pedro de Alvarado, Hernando de Soto, Sebastián de Belalcázar y Pedro de Valdivia, padres de actuales naciones iberoamericanas.

Ellos, juntamente con otros héroes de menor relieve, llevaron a América el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura. Muchos visitaron, después de sus conquistas, el santuario y ofrendaron sus dones. Merece especial mención Hernán Cortés, «conquistador y misionero». En 1528 vino «a jornadas a Nuestra Señora de Guadalupe para tener novenas» y, entre otros obsequios, dejó en el santuario un famoso alacrán de oro.

Guadalupe en la evangelización de América #

La devoción a la Virgen de Guadalupe, según testimonio de conquistadores y misioneros, ayudó mucho para la conversión de los indígenas.

España realizó gran parte de su obra evangelizadora bajo el signo de Guadalupe. Cuando Nuestra Señora se apareció al indio Juan Diego en el Tepeyac, adoptó el título de Guadalupe.

Es imposible señalar aquí la constelación de templos, ermitas y lugares que en toda América llevan el nombre de Guadalupe.

Como reclamo de fe cristiana los conquistadores y misioneros extremeños y otros devotos de Nuestra Señora impusieron repetidas veces el nombre de Guadalupe. 84 topónimos en América, distribuidos así: 9 Guadalupe en Estados Unidos; 48 en Méjico; 1 en El Salvador; 2 en Costa Rica; 5 en Las Antillas; 3 en Colombia; 3 en Ecuador; 3 en Perú; 4 en Bolivia; 3 en Argentina; 1 en Uruguay.

A los 84 en América debemos añadir otros 3 en Filipinas. En total: 87 topónimos de Guadalupe.

Los heroicos misioneros, que con una mano enarbolaban la Santa Cruz, mostraban con la otra la imagen de Nuestra Señora, plantando en América profundamente un triple amor que ha resistido todos los huracanes: amor a la Eucaristía, amor a la Madre de Dios y amor al Papa.

Si se omite el dulcísimo nombre de María, sería imposible pergeñar siquiera la historia de América, cuya ruta encontró con gesto audaz la proa de una nao que se llamaba precisamente Santa María. En la rica piedad mariana de América ocupa lugar preeminente el título de Guadalupe.

No puede omitirse en la evangelización americana bajo el signo de Guadalupe la labor de los misioneros procedentes de Extremadura, especialmente el equipo de provincias franciscanas extremeñas denominado «los doce apóstoles de Méjico», presidido por fray Martín de Valencia; la labor de fray Diego de Ocaña, monje jerónimo de Guadalupe, que recorrió la América andina propagando la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe; y, finalmente, la de los místicos y santos que Extremadura envió a América. Entre ellos mencionamos solamente a San Juan Macías, dominico extremeño, canonizado hace poco por Pablo VI, que llevó a Lima el amor a Nuestra Señora de Guadalupe.

  1. Las artes en Guadalupe

Además de la cura de almas, los jerónimos cultivaban el estudio. Guadalupe fue un gran foco de cultura en el que hubo escuelas de todas las ramas del saber, que frecuentaban, junto a los monjes, los seglares.

Artes liberales y ciencias sagradas #

En Guadalupe se enseñaba gramática, filosofía, teología, derecho, medicina, cirugía, farmacia y canto.

En la Escuela de Medicina de Guadalupe se practicó por primera vez en España la disección sobre cadáveres humanos. Don Juan Guadalupe y don Alonso Fernández de Guadalupe, médicos insignes de su Escuela, fueron nombrados por los Reyes Católicos miembros del Protomedicato de la Corte.

El Colegio para enseñar canto y gramática, de principios del siglo XVI –palacio del marqués de la Romana–, y la Hospedería de Nobles forman actualmente el parador de turismo. En aquél se escribieron los preciosos códices musicales que hoy todavía se admiran.

Artes gráficas #

El primer libro impreso en Extremadura salió de las prensas de Guadalupe.

Artes y oficios #

Los monjes jerónimos en Guadalupe desarrollaron las técnicas del cobre e impusieron una potente industria del tejido artístico y de las miniaturas. En sus talleres de bordados y de miniaturas trabajaron monjes e iluminadores seglares. De su auge son testimonio las magníficas colecciones de telas y miniados.

En las crónicas se habla de monjes alarifes, escultores, entalladores, pintores, broncistas, miniaturistas, orfebres, herreros, bordadores y cerrajeros, que hicieron del monasterio una verdadera joya artística.

Artes mecánicas #

Para las labores propias del monasterio, los monjes construyeron el estanque, los molinos, una sierra hidráulica, un batán y un martinete.

  1. Priores beneméritos y hombres santos

Treinta monjes jerónimos de Lupiana (Guadalajara), con fray Fernando Yáñez de Figueroa como prior, constituyeron la primera comunidad jerónima de Guadalupe.

Pronto iniciaron las obras de reedificación y agrandamiento de la iglesia, del hospital y de las dependencias del monasterio.

El monasterio mudéjar del siglo XIV recibe así formas gótico-mudéjares de ladrillo, lográndose en Guadalupe una artística armonización de las formas góticas occidentales con las hispanomusulmanas.

En 1405, también durante el Priorato del padre Yáñez, se levanta, en el centro del claustro mudéjar, el templete de la fuente o lavatorio, interesante obra gótico-mudéjar de ladrillo y mármol, con azulejos blancos, azules y verdes.

Cuando muere el padre Yáñez, en 1412, después de veintitrés años de priorato, su ilusión e inagotable actividad habían dado tal impulso al monasterio que, en 1424, los monjes eran ya un centenar.

«Siguieron en el gobierno del monasterio hombres santos y doctos inmortalizados muchos de ellos por el pincel de Zurbarán (1598-1664), como fray Pedro de las Cabañuelas, de Valladolid, fray Gonzalo de Illescas, que después fue obispo de Córdoba, miembro del Consejo de Castilla, y confesor de Juan II, de su primera esposa, la reina doña María, y del hijo de ambos, Enrique IV. Junto a ellos brillaron la obediencia del venerable fray Agustín, la contemplación de fray Pedro de Plasencia, la penitencia de fray Andrés de Salmerón, la pobreza de fray Pedro de Salamanca, la inocencia de fray Diego de Orgaz, y otros muchos»5.

  1. Privilegios, donaciones y visitas de reyes

En la etapa anterior (desde el hallazgo de la Imagen hasta 1389), hemos alabado el fervor mariano guadalupense, demostrado en generosas concesiones y devotas visitas, de los reyes Alfonso XI (1312-1350), Pedro I (1350-1369), Enrique II (1369-1379) y Juan I (1379-1390).

En esta segunda etapa (1389-1835), registramos las visitas reales de Enrique III (1390-1406), de Juan II (1406-1454), de Enrique IV (1454-1474), los Reyes Católicos (1474-1504), Carlos I el Emperador (1516-1556), Felipe II (1556-1598) y Felipe III (1598-1621).

Enrique III apreciaba tanto al primer prior jerónimo, fray Femando Yáñez de Figueroa, que le ofreció la mitra toledana, entonces vacante, gesto inmortalizado por el artista extremeño Francisco de Zurbarán.

Durante el reinado de Juan II, heredero de la tradición guadalupense, el Papa Martín V concede, en 1424, al monasterio la exención total de la jurisdicción arzobispal.

Enrique IV y su madre María de Aragón allí están enterrados, en sepulcros construidos por Giraldo de Merlo.

Los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, son el ejemplo más limpio, entre los reyes, de devoción a Santa María de Guadalupe. Acudieron muchas veces al santuario y muy cerca tuvieron la Granja de Mirabel, como lugar de recreo.

En su visita de 1477 fundaron una capellanía para el rey Enrique IV, allí sepultado.

El 21 de abril de 1486 se firma, en el monasterio, la Sentencia arbitral de Guadalupe, que puso fin al conflicto agrario de Cataluña. El Rey Católico recibió a los síndicos de las remensas y a los representantes de los señores en este monasterio y, después de tres meses de negociaciones, se llegó al acuerdo que reglamentó las relaciones jurídicas y sociales en el campo catalán. Quedaron abolidos los malos usos y los abusos señoriales, con lo que el campesino vio garantizada su libertad personal, obligado por otra parte a prestar homenaje al dueño de las tierras y al pago de un censo enfitéutico y de las rentas.

El Rey Católico murió en Madrigalejo (Cáceres), en 1516, cuando se dirigía a Guadalupe.

Carlos V visitó Guadalupe en 1525.

Felipe II tuvo en este monasterio la célebre entrevista con su sobrino don Sebastián, rey de Portugal, en 1576. Y tanto amó a los monjes jerónimos de Guadalupe que de aquí salió la primera comunidad que fue a regir los destinos espirituales del monasterio de El Escorial. Más aún: el precioso mueble de su escritorio particular pasó a ser, y sigue siéndolo, el tabernáculo de la Basílica de Guadalupe.

En la capilla mayor, separada del resto del templo por una magnífica reja de principios del siglo XVI, está, en sustitución del primitivo retablo, otro realizado a principios del siglo XVII, en el que intervinieron Giraldo de Merlo y, posiblemente, Jorge Manuel Theotocópuli, el hijo del Greco; tiene pinturas de Vicente Carducho y Eugenio Caxés. El rey Felipe III inauguró personalmente dicho retablo mayor de la iglesia guadalupense en 1618.

Esta fue la última visita real hasta los tiempos modernos. Don Alfonso XIII, en 1926 y en 1928, y el monarca actual don Juan Carlos I con su esposa doña Sofía, en 1977, se postraron a los pies de la Virgen reanudando la cita espiritual de tantos reyes con Nuestra Señora de Guadalupe. Pero no adelantemos acontecimientos. Sigamos con la etapa histórica que estamos recordando.

  1. Devoción y generosidad de los nobles

Junto a los reyes –muchas veces acompañándoles en sus visitas al santuario– tenemos a los nobles. El Libro de Bienhechores y las Antiguas Crónicas ofrecen muchos nombres. Es casi imposible una enumeración completa. Baste citar a don Manuel López de Zúñiga Sotomayor Mendoza y Guzmán, duque de Béjar, muerto en Buda en 1686, cuyo corazón reposa junto al altar de nuestra Señora.

A doña María de Guadalupe Lancáster, duquesa de Aveiro, enterrada en hermoso sarcófago debajo del lugar que ocupa el trono de la sagrada imagen.

A Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, que ofrendó uno de los mantos más ricos de la Virgen.

A don Juan de Austria, que regaló el famoso Fanal, la farola de la nave capitana turca de Lepanto, colgada actualmente en la sacristía del santuario.

Al Gran Capitán don Gonzalo Fernández de Córdoba, quien visitó el santuario en 1512 y es contado entre sus más insignes bienhechores.

  1. Fervor guadalupense de los santos

Entre los santos recordemos a San Vicente Ferrer, que «llegó al célebre santuario de Nuestra Señora de Guadalupe» a finales del siglo XIV.

A San Juan de Dios, donado algún tiempo en el convento, que recibió en 1537 la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, presentándole al Niño desnudo y diciéndole: «Juan, viste a Jesús para que aprendas a vestir a los pobres».

A Santa Teresa de Jesús, peregrina en 1548.

A San Pedro de Alcántara, quien visitó a Nuestra Señora en 1541.

A San Francisco de Borja, peregrino en 1555.

A San Antonio María Claret, quien en medio de sus desgracias, acudió a Santa María de Guadalupe en 1865.

  1. Escritores y poetas

También merecen mencionarse las grandes figuras de nuestras letras. Entre otros, José de Valdivielso, Pero Lope de Ayala, Marqués de Santillana, Fernando de Rojas, Bernardino de Laredo, Antonio de Guevara, Luis de Góngora, Tirso de Molina, Vélez de Guevara, Miguel de Cervantes, Calderón de la Barca y Lope de Vega; algunos de ellos fueron peregrinos de Guadalupe, y todos, cantores de la devoción guadalupense.

  1. El Cardenal Cisneros y Guadalupe

EI Cardenal Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo (1495-1517), expresó en varias cartas autógrafas, que guarda el archivo del monasterio, su devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, y, aunque señor temporal de Talavera, pleiteó mucho con los jerónimos, visitó a Nuestra Señora en 1509 y en 1516, manifestando «su mucha devoción» a la Virgen de Guadalupe.

  1. Figuras insignes de la Iglesia o de la Patria, hijos de Guadalupe

Entre los hijos de Guadalupe, naturales de esta Puebla, más insignes por sus servicios a la Iglesia y a la Patria, merecen especial mención:

Gregorio López, comentador, en el siglo XVI, de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, famoso jurisconsulto español, presidente del Consejo de Indias, de grata memoria en Guadalupe.

Fray Juan de Guadalupe, franciscano, del siglo XV, cofundador de la provincia descalza de los Ángeles.

Fray Andrés de Guadalupe, franciscano insigne del siglo XVII, autor de la «Historia de la Provincia de los Ángeles», gran teólogo concepcionista.

Don Juan de Guadalupe y don Alonso Fernández de Guadalupe, médicos de la Escuela de Medicina de Guadalupe, nombrados por los Reyes Católicos miembros del Protomedicato de la Corte.

  1. Finalizando esta etapa: la ruina económica

A fines del siglo XVIII la situación del monasterio decayó por las medidas que tomó Carlos III, inspiradas en el regalismo. Hubo que vender mucho ganado y el monasterio se endeudó.

A comienzos del siglo XIX llegó a faltar grano para comer, a causa de las malas cosechas.

La situación se agravó con la guerra de la Independencia. La comunidad jerónima contribuyó al equipamiento de las milicias con 14 arrobas de plata y con la venta de posesiones. Las tropas francesas llegaron a Guadalupe en 1810 y confiscaron las alhajas y los ganados, siendo ésta la mayor catástrofe económica del monasterio. Los monjes recurrieron a tomar dinero prestado.

  1. Intervención del cardenal don Isidro de Borbón

Al producirse la primera exclaustración, durante la revolución de Riego, el ayuntamiento constitucional de Guadalupe entró en colisión con el monasterio y los monjes hubieron de abandonarlo el 17 de junio de 1822. Entonces, el cardenal arzobispo don Isidro de Borbón nombró cura de Guadalupe a don Agustín Castillón. Es el primer sacerdote secular de la diócesis de Toledo que regentó el santuario después de la fundación jerónima.

Más tarde volvieron los monjes, aunque por poco tiempo; además, muchos de ellos estaban secularizados, lo que provocó disensiones internas.

  1. Los Jerónimos salen definitivamente de Guadalupe

El 25 de julio de 1835 se publica oficialmente por el Estado el decreto de exclaustración de los regulares.

El gobierno liberal procedió a la desamortización de los bienes de las órdenes religiosas suprimidas. El inmenso latrocinio afectó de lleno a Guadalupe. Fueron arrebatados sus bienes y vendidas a particulares muchas de sus edificaciones, a excepción del templo y sus anejos que adquieren la condición de iglesia y casa parroquial.

Los monjes jerónimos abandonan Guadalupe de modo definitivo el 18 de septiembre de 1835. El santuario queda convertido en parroquia secular de la Diócesis de Toledo. Vuelve, después de cuatrocientos sesenta y seis años, a la jurisdicción de los arzobispos de Toledo el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción la iglesia toledana jamás había dejado de fomentar.

Comienza la tercera etapa de la historia del santuario.

3ª etapa:
Guadalupe, parroquia secular
de la Diócesis de Toledo (1835-1908) #

Del 18 de septiembre de 1835 hasta el 7 de noviembre de 1908, es decir, durante setenta y tres años, el santuario de Guadalupe es parroquia secular servida por religiosos exclaustrados y por ecónomos del clero toledano, nombrados por los arzobispos de Toledo.

Tras la desamortización, el estado de Guadalupe fue calamitoso. Los inmensos daños materiales y espirituales producidos contribuyeron a que desaparecieran innumerables tesoros aportados como ofrendas y dones en épocas anteriores. Parte del monasterio se derrumbó. La ruina hubiera sido total si no lo hubieran impedido los arzobispos de Toledo.

Aún más; apartado de las grandes ciudades y vías de comunicación, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, sin el interés de sus prelados y párrocos, hubiera caído totalmente en el olvido nacional.

Justo es reconocer los esfuerzos de los prelados toledanos y de los párrocos seculares del santuario para defender el templo y mantener viva la devoción a Santa María de Guadalupe. Limpia hoja de servicio a Guadalupe tienen los sacerdotes diocesanos.

Entre los hechos importantes que revelan la preocupación de los arzobispos de Toledo por el santuario tenemos:

La declaración de monumento nacional a favor del mismo, otorgada por Real Orden en 1879, con el propósito de salvar al arruinado santuario.

La reinstalación de una comunidad jerónima, integrada por monjes exclaustrados, llevada a cabo, en 1884, por el cardenal arzobispo don Juan Ignacio Moreno (1876-1884). Tras un año de duración se disolvió. Fue ciertamente un intento de restablecer en Guadalupe la vida religiosa, pero las circunstancias de los tiempos y el estado material del santuario no permitieron la continuidad de los exclaustrados jerónimos.

La fundación de un Seminario Menor en Guadalupe, por iniciativa del cardenal Payá y Rico, arzobispo de Toledo de 1886 a 1891, continuada por el cardenal Monescillo y Viso, durante su pontificado de 1892 a 1898. Este seminario con una comunidad de eclesiásticos, a la que estaba encomendado, funcionó durante dos etapas: 1885-1893 y 1895-1899, que corresponden, respectivamente, a los prelados mencionados. En 1899, por motivos de diversa índole, fue cerrado el seminario, que tanto contribuyó al esplendor del culto y a la promoción de vocaciones sacerdotales.

La peregrinación regional de 1906, que conmovió profundamente los sentimientos marianos guadalupenses de la región extremeña y preparó convenientemente los espíritus para la declaración del patronato canónico de Santa María de Guadalupe sobre Extremadura.

La declaración de dicho Patronato a ruegos del cardenal don Ciriaco Sancha y Hervás, arzobispo de Toledo (1898-1909). Otorgado por San Pío X, mediante Rescripto de la Sagrada Congregación de Ritos, el 20 de marzo de 1907, el patronato de Santa María sobre Extremadura fue un impulso poderosísimo para el resurgimiento de la devoción de Extremadura a Guadalupe. En su consecución y promulgación solemne tuvo parte muy destacada la sede de Toledo, preocupada por la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe. Encabezó el interés de los otros obispos con jurisdicción en Extremadura: Plasencia, Coria, Badajoz, Córdoba, Ciudad Rodrigo y Ávila.

La generosa contribución al restablecimiento de una comunidad religiosa en Guadalupe. El cardenal Sancha y Hervás, en 1908, entregó, sin menoscabo de su jurisdicción ordinaria, el santuario y parroquia de Guadalupe a la Orden Franciscana, accediendo a los deseos de Su Majestad el rey don Alfonso XIII y de los promotores de la restauración guadalupense.

Por Rescripto de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, de 1 de agosto de 1908, ejecutado el 3 de noviembre por el Ordinario de Toledo, la parroquia secular fue convertida en regular y entregada «pleno iure» a la Orden Franciscana, quedando sujeta como parroquia a la jurisdicción ordinaria de la Diócesis de Toledo.

El 7 de noviembre de 1908, los padres franciscanos se hicieron cargo del monasterio. Comenzaba la cuarta y última etapa de la historia guadalupense.

4ª etapa:
Guadalupe bajo la custodia de la Orden Franciscana #

  1. Labor de los padres franciscanos en Guadalupe

Desde el 7 de noviembre de 1908 hasta nuestros días han pasado setenta años.

Es difícil condensar en pocas líneas la labor que los padres franciscanos han realizado, durante setenta años, en el santuario-convento y parroquia.

Las gentes, fieles testigos de los hechos, han enaltecido siempre la labor meritísima y desinteresada de los hijos de San Francisco en Guadalupe, y admirado cómo, con su extrema pobreza, han podido realizar la restauración y rescate del santuario-convento.

En cuatro o cinco puntos puede sintetizarse la obra franciscana guadalupense en su vertiente exterior:

Labor pastoral y espiritual: Con la regencia del santuario y su parroquia, acomodada a los métodos de acción de cada época, realizada con celo, seriedad y dignidad, han promovido la vida cristiana de la comunidad de creyentes de la Puebla y de los peregrinos, sirviendo con solemnidad el culto litúrgico de todos los días y el de las fiestas y circunstancias especiales. La Casa de estudios de la Orden, con su Schola Cantorum, durante muchos años, y la Coral Guadalupense, en la actualidad, han ayudado mucho a la promoción del canto y realización del culto solemne.

En esta obra pastoral y espiritual es conveniente mencionar algunas efemérides, ciertamente gloriosas, pero también efectivas como fuente de vida espiritual, que han tenido lugar durante la era franciscana: la coronación canónica en 1928; la ofrenda de un nuevo trono a la Señora en 1953; la declaración de Basílica en 1955; el Congreso Mariano Regional en 1954, con la consagración de Extremadura a la Virgen de Guadalupe; la renovación solemne de esta consagración en 1956; el Año Jubilar guadalupense en 1957-58, conmemorativo del patronato de Santa María de Guadalupe sobre Extremadura; la ofrenda de una nueva carroza procesional en 1960, etc., etc.

Pero no son estos actos solemnes y ocasionales los que realmente han hecho el Guadalupe franciscano, sino la vida y actividad diarias de unos religiosos sencillos y abiertos, entregados a la santificación propia, al servicio del pueblo y de los numerosos peregrinos.

Labor material: Después de setenta años de continuas restauraciones puede la comunidad franciscana presentar un Guadalupe más hermoso que el anterior a 1835. Esto no es exageración; basta comprobar el santuario de 1835, mutilado por construcciones sobre el templo y sobre la fortaleza, y el actual, devuelto a su primitiva hermosura y enaltecido con nuevas obras.

Con sus propios recursos en los primeros años –hasta 1924–, y con la ayuda del Estado a partir de esta fecha, la comunidad franciscana ha acometido con éxito la ingente obra de la restauración material, que ha exigido también el rescate, por compra, de varias partes del santuario vendidas en el siglo pasado.

Un estudio comparativo sobre el material fotográfico de 1908 y el actual pone de relieve la gran obra restauradora de la Orden Franciscana en el conjunto de edificaciones, aumentada por otras realizaciones artísticas que ha llevado a cabo durante este tiempo.

Labor social: La labor social de la comunidad franciscana en Guadalupe se centra, entre otros aspectos, en la enseñanza, durante los setenta años, en las escuelas públicas del santuario; además, en los puestos de trabajo creados, en el convento y hospedería, para gentes del pueblo; y, sobre todo, en una constante y preferente atención por parte de la parroquia a las gentes más pobres y necesitadas.

Últimamente, la comunidad, preocupada siempre por la promoción cultural de los jóvenes, ha donado al pueblo un extenso olivar para instalaciones deportivas.

Labor cultural: Íntimamente unida y a veces confundida con la labor social está la obra cultural que la comunidad franciscana ha realizado en Guadalupe.

En este aspecto, baste decir que el santuario fue honrado por la Provincia Bética franciscana primero con la Casa Mayor de Estudios (Filosofía y Teología) desde 1909, y últimamente con el Noviciado de la Provincia, a partir de 1967.

Los franciscanos han fundado, en 1916, la revista «El Monasterio de Guadalupe» («Guadalupe» desde 1962) para fomentar la devoción a la Virgen y publicar estudios sobre temas relacionados con Guadalupe y la región, y han editado varias obras de relevante mérito.

En este orden cultural es preciso consignar la instalación de museos; también se promueven con frecuencia actos culturales extraordinarios.

La comunidad ofrece una bien nutrida biblioteca mayor con valiosísimos fondos, formada con distintas aportaciones y adquisiciones durante esta época franciscana. El archivo está debidamente catalogado para que los estudiosos, preferentemente los de Extremadura, puedan investigar sobre temas guadalupenses en su triple dimensión: devocional, histórica y artística; y sobre temas relacionados con la región y el culto mariano.

Durante este tiempo el convento guadalupense ha dado hombres insignes en ciencia y virtud. Entre los que han muerto merecen mencionarse Fr. Germán Rubio, autor de la famosa «Historia de Nuestra Señora de Guadalupe»; Fr. Carlos G. Villacampa, que escribió «Grandezas de Guadalupe», y, últimamente, Fr. Benigno Lerchundi, párroco de Guadalupe, durante diez y ocho años, que ha fallecido en olor de santidad en 1975, en Loreto, cerca de Sevilla, después de haber anunciado el día de su muerte. La recibió, como San Francisco, pobre y humilde, sobre el suelo de su celda, coronando así más de cuarenta años de vida guadalupense, entregado a la virtud y al desarrollo de la ciencia y de la cultura en favor del convento y de los hijos de la Puebla.

Labor vocacional: Guadalupe ha dado siempre vocaciones sacerdotales y religiosas. En proporción al número de habitantes, podemos decir que en abundancia considerable; más para el clero secular que para la orden franciscana; y más –en cuanto a la vida religiosa– para instituciones femeninas: órdenes y congregaciones religiosas. Los sacerdotes y religiosas que de Guadalupe han salido se han distinguido por su ejemplar entrega a la vocación sentida.

Actualmente, no faltan en el noviciado franciscano los jóvenes que ofrecen muy sólida esperanza para el futuro de la orden.

  1. Los arzobispos de Toledo y la comunidad franciscana

Los arzobispos de Toledo han mantenido estrechas relaciones con el santuario y con la comunidad franciscana.

Todos los arzobispos toledanos de esta etapa han demostrado gran devoción a la Señora y han considerado siempre a Guadalupe como uno de los focos de piedad mariana en el arzobispado, fomentando las peregrinaciones al santuario y procurando su mayor estimación entre los fieles con diversas acciones pastorales.

Entre ellas merecen mencionarse: la coronación canónica, en 1928, de Nuestra Señora de Guadalupe por el cardenal don Pedro Segura y Sáez; la celebración, en 1933, de las bodas de plata de la comunidad franciscana en Guadalupe, cuyo acto principal presidió, como arzobispo de Toledo, el cardenal don Isidro Gomá y Tomás; la declaración de Basílica Menor, recomendada vivamente por el cardenal don Enrique Plá y Deniel, en 1955; un año después, el 14 de octubre de 1956, el cardenal Plá y Deniel presidió, en Guadalupe, la renovación de la consagración de Extremadura a su celestial Patrona; la celebración del Año Jubilar guadalupense (1957-1958) con la recomendación del mencionado cardenal Plá y Deniel.

Ampliamos, dentro de la obligada brevedad, estos datos.

  1. La coronación canónica, en 1928, de Santa María de Guadalupe

Si en ningún momento la Iglesia toledana ha dejado de fomentar la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, el interés de su Prelado se hizo más patente, en 1928, cuando obtuvo de la Santa Sede la concesión de la coronación canónica de tan venerada Imagen, cuyo cincuentenario celebramos ahora.

El cardenal don Pedro Segura y Sáez, quien, en nombre de Su Santidad el Papa Pío XI, coronó la imagen de Santa María de Guadalupe, fue el organizador y promotor de tan inolvidable jornada.

La coronación canónica de Nuestra Señora era, desde antiguo, un vivo deseo del santuario, de Extremadura y de la comunidad franciscana.

A partir de la toma de posesión de la Sede Primada de Toledo, por el cardenal don Pedro Segura y Sáez, el 24 de enero de 1928, la iniciativa, por obra de este insigne arzobispo, comenzó a hacerse realidad, de tal modo que en octubre de ese mismo año era llevada a feliz término.

Intervención personal del arzobispo de Toledo: El mismo cardenal Segura asumió la tarea de la preparación de los actos. Visitó algunas de las diócesis con territorio en Extremadura y, de acuerdo con sus obispos, se constituyeron las Juntas Diocesanas organizadoras.

Dirigió una carta a dichos obispos y al Vicario General de la Orden Franciscana en España, en la que expresaba su antiguo deseo, nacido cuando regía la diócesis de Coria, de proponer a los prelados con jurisdicción en Extremadura la iniciativa de elevar a la Santa Sede preces, solicitando la coronación canónica de la Imagen.

Acogida por los obispos y por la Orden Franciscana la iniciativa del Cardenal Primado, éste dirigió después, en mayo de 1928, a sus diocesanos otra carta, en la que exponía el sentido de las fiestas de la coronación, la cual se celebró con extraordinaria solemnidad el 12 de octubre de 1928, con asistencia del rey Alfonso XIII.

La coronación canónica de la Imagen de Nuestra Señora ha sido el acontecimiento más solemne y la jornada más gloriosa de la historia de Guadalupe en la etapa franciscana.

Presencia espiritual del Papa Pío XI en la coronación canónica: La coronación canónica de la Virgen de Guadalupe tiene, además, una significación especialísima: la presencia espiritual del Papa Pío XI.

Dada la importancia de este acto, la Santa Sede no se contentó solamente con la autorización, de trámite ordinario, concedida por el Cabildo Vaticano, en decreto de 13 de agosto de 1928, sino que quiso hacerse presente designando al cardenal arzobispo de Toledo don Pedro Segura y Sáez como Legado «a látere» de Su Santidad Pío XI, en Carta de la Secretaría de Estado, de 30 de septiembre de 1928.

Se dice en esta Carta: «Su Santidad se congratula mucho de tan fausto acontecimiento, tanto más cuanto que conoce y sabe que España entera, por su egregia fe y devoción a la Virgen, se conmueve para celebrarla con gran magnificencia… Por tanto, tratándose de cosa de tan gran importancia, el Augusto Pontífice te ha elegido Legado Suyo, para que, en su nombre y con su autoridad, corones solemnemente a la venerada Imagen de Guadalupe y presidas las ceremonias, confiando plenamente en que tú mismo, por tu piedad y por la dignidad de la púrpura romana, has de contribuir no poco al esplendor de estas solemnidades».

Con este gesto Pío XI mostró el amor de toda la Iglesia a esta advocación de Guadalupe.

Resonancia regional y nacional de la coronación: Entre todos los acontecimientos de la historia de Guadalupe es, ciertamente, éste de su coronación, el de mayor incidencia en la fama externa del santuario. Fue un acto solemne de proclamación de María, bajo el título de Guadalupe, como Reina de las Españas. Fue el comienzo de un nuevo resurgir de la antigua devoción en Extremadura y en toda España.

  1. 1933. Bodas de Plata de la Comunidad Franciscana en Guadalupe

Fervoroso entusiasta de Guadalupe fue también el cardenal don Isidro Gomá y Tomás. Visitó varias veces el santuario; y presidió, como arzobispo de Toledo, el acto principal de las Bodas de Plata de la Comunidad Franciscana en Guadalupe, el año 1933.

  1. Declaración de Basílica Menor en 1955

Fue otorgada por Pío XII, a petición de la Orden Franciscana, con la viva recomendación del cardenal don Enrique Plá y Deniel que, durante su largo pontificado, promovió varias iniciativas en favor de Guadalupe.

  1. Renovación de la consagración de Extremadura a su Patrona

El 14 de octubre de 1956, el mismo cardenal Plá y Deniel presidió, en la Basílica, la renovación de la consagración de Extremadura a su Patrona. También elevó preces, que fueron atendidas, para que se declarase el Año Jubilar Guadalupense, en 1957-58, durante el cual la Comunidad Franciscana trabajó celosamente para facilitar la gracia del Señor a los fieles.

  1. El Rey don Juan Carlos I en Guadalupe

Guadalupe fue, durante varios siglos, lugar de devoción y de cita espiritual de los monarcas españoles. Eran frecuentes sus visitas para pedir a Santa María de Guadalupe ayuda en los asuntos más graves del Reino y, también, para descansar, después de sus fatigas.

El Rey don Juan Carlos I, en la actualidad, y su esposa doña Sofía, han continuado la tradición y han honrado el santuario varias veces ya, y, principalmente, en su visita del 10 de marzo de 1977.

  1. Guadalupe hoy: medios de expansión devocional

Poco a poco, a partir de la Declaración del patronato de la Virgen sobre Extremadura, la devoción guadalupense ha recobrado el puesto que le corresponde en Extremadura, en España y en América.

Los medios de difusión –prensa y radio, sobre todo– han contribuido mucho a hacerla resurgir.

Asimismo, las comunicaciones, hoy rápidas y cómodas, han acercado el santuario a los pueblos.

Entre los medios de expansión devocional ocupan lugar preferente las peregrinaciones populares, cuando se organizan y desarrollan dentro del sentido de espiritualidad peregrinante de la Iglesia; igualmente las excursiones, que siempre dejan un sedimento religioso en el visitante.

Las celebraciones de bodas y de otros acontecimientos familiares ayudan en unos a despertar, en otros a arraigar, la devoción hacia Santa María de Guadalupe.

Pero sobre todas las manifestaciones devocionales, como nacida del sentir del pueblo sencillo, todavía ocupa el primer lugar la magna y espontánea peregrinación del 8 de septiembre de cada año en las fiestas mayores de la Virgen de Guadalupe.

Queremos rendir también el tributo de nuestro reconocimiento a la «Asociación de Caballeros de Guadalupe» y de «Damas de Guadalupe», que viven actualmente un momento interesante de renovación y de acción. Esta «Asociación de Caballeros de Santa María de Guadalupe», armonizando su vida práctica de creyentes con la atención al mundo de la cultura, ha sabido colaborar en la obra –la más importante del santuario– de la devoción a María manifestada en Guadalupe. Las fiestas del 12 de octubre y las Jornadas de Hispanidad que organiza cada año, a partir de 1971, en Guadalupe, han contribuido mucho, con notable acierto, a la expansión de la devoción guadalupense en Extremadura, en España y en América.

Entre los medios de propaganda devocional, hemos de alabar también la institución «Cruzada Mariana» que dirige el franciscano fray Antonio Corredor, poeta y apóstol de María. Tanto en España como en América, realiza esta institución una labor meritísima de propaganda mariano-guadalupense, resaltando los aspectos prácticos, vivenciales, de la devoción a María.

Epílogo #

He aquí, queridos diocesanos, la historia de Guadalupe a grandes rasgos. Ocultos en el silencio quedan los datos que no se pueden recoger ni escribir: son la palabra de Dios que allí se ha predicado sin cesar, los sacramentos administrados, los ejemplos de tantos buenos religiosos y sacerdotes, la piedad y la abnegación del pueblo al que la Virgen María ha facilitado los caminos del perdón y de la confianza en Dios, la influencia social y cultural impregnada de sentido cristiano, la contribución eficacísima a la evangelización de América, a través de tantas determinaciones, consejos, propósitos y nobles ilusiones que alentaron en el espíritu de las gentes de España, en un descomunal forcejeo entre sus sueños y la pesada realidad con la que hubieron de enfrentarse. Esas tensiones internas son las que no se pueden reducir a palabras escritas. Y, sin embargo, por ellas corre el fluido vital, secreto y ardiente, sin el que no se comprende nada de lo que aparece al exterior.

Bendigo de todo corazón a la Comunidad Franciscana que hoy rige los destinos de la Basílica y del Monasterio, y que tanto ha hecho, sin querer proclamarlo nunca, para que de entre las ruinas y el polvo surja otra vez airoso el guion de la realidad actual de Guadalupe, fiel a su historia.

Cuatro grandes misiones de servicio a la Iglesia veo que podría cumplir Guadalupe en nuestros tiempos, las cuales me atrevería a encomendar a los hijos de San Francisco, si la Providencia de Dios quiere ofrecer los medios para ello.

La primera es que siga siendo, como lo es hoy, y cada vez más intensamente, centro de devoción popular mariana, lugar de peregrinaciones de grupos y de muchedumbres, que encuentren cálida y orientadora acogida a los anhelos de su alma. El cristianismo no es una religión para minorías selectas, es para el pueblo que sufre y busca la salvación de Dios, a veces sin saberlo.

La segunda sería lograr en Guadalupe un centro de formación y acción litúrgica y pastoral, especialmente orientado al mundo rural, para conservar todos los valores que aún tiene y perfeccionarlos. Unidos los religiosos franciscanos y el clero de las diócesis cercanas podrían conseguir una institución viva, capaz de contribuir poderosamente a impulsar y enriquecer esa religión del pueblo, de que ha hablado Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, libres por igual del inmovilismo de la rutina como del pastoralismo funesto de tantos que sólo saben hablar desde sus laboratorios artificiales, sin haber aprendido a amar.

Por último, Guadalupe no debe dejar de mirar a América. La Asociación de Caballeros de Guadalupe y, en su medida, la de Damas del mismo nombre, merecen un apoyo eficiente, que ellos mismos deben saber buscar, para promover encuentros, fomentar acciones, divulgar escritos, etc., que ayuden a mantener viva la llama de una amistad, nacida de la fe, entre los pueblos de España y el continente americano. La tarea ya ha sido iniciada estos últimos años. Falta desarrollarla con amplitud de miras y no limitarla a actos oficiales, el Día de la Hispanidad, sino extenderla al pueblo en todas sus dimensiones. Todo es poco, en esta hora de incertidumbres, para ofrecer lo que más eficazmente pueda dar a los hombres la paz interior y la alegría de vivir con esperanza.

No puedo ser indiferente ni a lo que Guadalupe ha significado desde siglos muy remotos, ni a la que en el futuro pueda significar para las tareas de evangelización de la Iglesia española en el ámbito nacional y en el extremeño.

Extremadura contempla al santuario de Guadalupe como algo suyo. Lo es desde siempre por el amor y la piedad. Y puede serlo ahora con una nueva regulación canónica, si se hacen bien las cosas y se evitan actuaciones y criterios anacrónicos y menos puros. Porque por encima de Toledo y de Extremadura, Guadalupe es de España entera y de América. Es un símbolo, una realidad, un medio de evangelización, una fuerza religiosa que nos alimenta y fortalece en nuestra debilidad.

Esta Carta Pastoral está escrita, porque la ocasión invita a ello, para conocer el pasado; pero el corazón pastoral y la mano de quien la escribe miran también hacia el futuro. Guadalupe es mucho más que un paisaje, un edificio arquitectónico, una imagen venerada. A Guadalupe no se le puede reivindicar bajo el impulso de una conciencia regionalista, porque no ha sido ninguna región, en el sentido en que empleamos hoy esta palabra, la que ha dado existencia al santuario ni al monasterio. Han sido la historia que corre, la Iglesia, los obispos de Toledo, las órdenes religiosas, el pueblo, y más que nadie la misma Virgen Santísima. Esté en una u otra diócesis, Guadalupe es de todos, y lo importante es que allí siga fomentándose el amor a Santa María para recibir su protección y su influencia evangelizadora. Si conviene para la vida cristiana que los territorios extremeños pertenecientes hoy a Toledo pasen a otra diócesis de Extremadura, y entre ellos Guadalupe, hágase cuanto antes, y hágase bien. Ni podemos quedar anclados en una historia que empieza en la Edad Media, ni tampoco dejarnos aturdir por consideraciones que no sean estrictamente pastorales.

Como ciudadano español y obispo de la Iglesia deseo para Extremadura toda la satisfacción y el progreso a que tiene derecho; no misericordia compasiva, sino la justicia y el respeto que merece una de las tierras más nobles y abnegadas de España.

Como arzobispo de Toledo hoy, y juzgo que lo mismo pensarán mis sucesores mañana, lo único que me parece válido, con tal de que se aplique por igual a todas las diócesis de España en la realización de las reformas necesarias, es atender al incremento de la vida cristiana para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas, lenguaje que prefiero a ese otro de la encarnación en el pueblo, etcétera, tan expuesto a las manipulaciones meramente humanas.

¡Oh, Virgen de Guadalupe, Reina y Madre del Amor más hermoso, haz que en España entera sigamos mereciendo tu protección! Que las florecillas y los arroyuelos de las Villuercas sigan murmurando suavemente aquellas palabras con que te hemos saludado tantas veces: «de todos seáis loada, ¡oh, Virgen de Guadalupe!». Que tu misión de llevarnos a Cristo, cumplida siempre con fidelidad bajo las más bellas advocaciones con que te ha honrado la historia antigua, las cuales repetimos hoy con veneración y amor humilde, siga lográndose por los siglos de los siglos en el corazón de tus hijos de Extremadura, de Toledo, y de toda la patria española.

Toledo, agosto de 1978.

1 Libro IX, cap. 13, en SS.PP. Toletanorum Opera, edición Lorenzana, vol. 3, Madrid 1973, p. 202.

2 J. C. Gómez Menor, La antigua tierra de Talavera, Toledo, 1975.

3 F. Jiménez de Gregorio, Tres puentes sobre el Tajo en el Medievo, Hispania, LV, 1954.

4 Fr. José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, I, p. 87.

5 Ignacio de Madrid, Guadalupe, en Diccionario de Historia Eclesiástica de España (DHEE), Madrid 1973, T. III, s. v. Monasterios, 1.572-1.573.