Santa Teresa de Jesús,Madre y Maestra en la Iglesia de hoy (carta pastoral)

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Santa Teresa de Jesús,Madre y Maestra en la Iglesia de hoy (carta pastoral)

Carta pastoral, del 8 de septiembre de 1970, publicada en Barcelona con motivo de la proclamación de Santa Teresa de Jesús como Doctora de la Iglesia. Texto tomado de la obra Teresa de Jesús vive en la Iglesia, Toledo, 1983, 19-51, y publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 15 septiembre 1970, 497-536.

«Y a mi parecer, jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios» (Moradas Primeras, Cap. 1, 9)

A los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas,
y fieles de la Archidiócesis.

Queridos diocesanos:

En este mes de septiembre será proclamada Doctora de la Iglesia Santa Teresa de Jesús. Ello me mueve a escribir esta Carta Pastoral, con el deseo de explicar los motivos de esta solemne determinación pontificia en favor de la gran Santa de Ávila y de reflexionar sobre la actualidad de su vida y su doctrina. Estimo que el acontecimiento es demasiado importante y significativo para que lo dejemos pasar en silencio.

Capítulo I
El título de doctor de la Iglesia #

Ignoramos los términos exactos en que el Papa hará la declaración de Doctoras tanto de Santa Teresa de Ávila como de Santa Catalina de Siena. Ateniéndonos al concepto general a que responde este título, Doctores de la Iglesia son aquellos teólogos o escritores eclesiásticos que dan testimonio de la Tradición, y en ellos concurren estas cuatro notas: ortodoxia de doctrina, santidad de vida, sabiduría extraordinaria y eminente, explícito reconocimiento por parte de la Iglesia. Se diferencian de los llamados Padres de la Iglesia en que:

  1. no es necesario que hayan vivido en la antigüedad;
  2. su doctrina ha de ser realmente extraordinaria para que puedan merecer el elogio litúrgico de la Iglesia; y
  3. el título de tales ha de serles conferido expresamente (en la actualidad lo hace el Papa en un acto especialmente solemne)

(El catálogo de los Doctores de la Iglesia es el siguiente: S. Atanasio, S. Basilio, S. Gregorio Nacianceno, S. Juan Crisóstomo (los cuatro grandes Doctores de Oriente), San Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín, S. Gregorio Magno (los cuatro grandes Doctores de Occidente), S. Efrén, S, Hilario de Poitiers, S. Gregorio de Nisa, S. Cirilo de Jerusalén, S. Cirilo de Alejandría, S. Pedro Crisólogo, S. León Magno, S. Juan Damasceno, S. Isidoro de Sevilla, S. Beda el Venerable, S. Pedro Damián, S. Anselmo de Aosta, S. Bernardo, S. Antonio de Padua, S. Buenaventura, Sto. Tomás de Aquino, S. Alberto Magno, S. Juan de la Cruz, S. Pedro Canisio, S. Roberto Belarmino, S. Francisco de Sales, S. Alfonso Mª. de Ligorio y S. Lorenzo de Brindisi).

Ninguna mujer había sido favorecida hasta hoy con este título. Ahora se incorporan los nombres gloriosos de estas dos, cuya justa celebridad, particularmente en Santa Teresa, ha sido siempre superada por algo más cálido y más vivo que la fama: el amor que las diversas generaciones de la Iglesia les han profesado. El tardío reconocimiento de sus méritos, tardío en cuanto a la solemnidad de su proclamación únicamente, se ha visto compensado siempre por una admiración sin límites a sus escritos y una fervorosa devoción del pueblo cristiano.

Por lo que se refiere a Santa Teresa, la espontaneidad de los fieles y la ciencia religiosa de los hombres cultos (muchos teólogos de diversos países) han venido llamándola Doctora, y Doctora Mística, aunque el título no estuviese sancionado por la suprema autoridad de la Iglesia. Su servicio, no sólo a la piedad, sino a la auténtica cultura religiosa católica, en su más alta expresión, ha sido extraordinario. Ávila, la silenciosa ciudad castellana, es conocida en el mundo entero por el nombre de la Santa que allí nació.

Capítulo II
Santa Teresa y su obra #

La vida de Santa Teresa es una suma de contemplación y acción difícilmente superable. Mucho más, si se tiene en cuenta el ambiente de la época en que vivió y su condición de mujer, circunstancias que en nada favorecían el logro de su empeño. Ella es la que realiza la Reforma carmelitana, empresa sumamente difícil, ya que siempre es más costoso reformar que crear.

Dios la eligió, sin duda, pero ella ofreció siempre el riquísimo caudal de sus condiciones excepcionales humanas y religiosas. No es posible hacer una síntesis abreviada de las dotes de que estuvo adornada. Para conocerlas, hay que estudiar con detalle su vida entera. El hecho es que cuando murió en octubre de 1582, a los 67 años de su vida (había nacido en 1515), dejó fundados diecisiete conventos reformados de mujeres y catorce de hombres, siendo así que comenzó su trabajo cuando ya tenía 52 años. En sólo 15 realizó aquella portentosa obra, en medio de enfermedades y achaques continuos, y teniendo que vencer a cada paso dificultades y contradicciones de toda índole que hubieran asustado al más animoso carácter.

Lo hizo llevada de una determinación y un deseo ardiente de perfección evangélica, de hondo amor a Dios, de servicio a la Iglesia. El drama de la Europa desgarrada por el protestantismo, y las noticias que hasta ella llegaron de los sufrimientos del Cuerpo Místico de Cristo, escarnecido y lacerado, así como la necesidad de predicadores de la fe en la América recién descubierta, provocaron en su alma una reacción muy viva. En el convento de la Encarnación, donde había entrado como religiosa carmelita en 1535, su vida de oración extraordinaria y las luces que recibió de los que sabia y prudentemente la dirigieron, fueron disponiéndola a tomar una determinación: la de trabajar por una reforma de la Orden tendente a restaurar el fervor primitivo del Carmelo, fundando conventos pobrísimos, con pocas monjas, clausura rigurosa, y observancia estricta de todas las virtudes propias de las almas consagradas a Dios, sin otro norte y guía que la gloria de su Divina Majestad y la salvación de las almas.

«Venida a saber los daños de Francia de estos luteranos y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta, me fatigué mucho, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Paréceme que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que vía perder; y como me vi mujer y ruin, y imposibilitada de aprovechar en nada en el servicio del Señor, que toda mi ansia era, y aun es que, pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada yo en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo, y que siendo tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre sus virtudes no temían fuerza mis faltas y podría yo contentar al Señor en algo para que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha hecho tanto bien, que parece le querrían tornar ahora a la cruz estos traidores y que no hubiese adonde reclinar la cabeza.

¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos?: ¡siempre ha de ser de ellos los que más os fatiguen! A los que mejores obras hacéis, los que más os deben, a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos, no están hartos, Señor de mi alma, de los tormentos que os dieron los judíos.

Por cierto, Señor, no hace nada quien se aparta del mundo ahora: pues a Vos os tienen tan poca ley, ¿qué esperamos nosotros?, ¿por ventura merecemos mejor nos tengan ley?, ¿por ventura les hemos hecho mejores obras para que nos guarden amistad los cristianos?, ¿qué es esto?, ¿qué esperamos ya los que por la bondad del Señor estamos sin aquella roña pestilencial?; que ya aquéllos son del demonio. ¡Buen castigo han ganado por sus manos y bien han granjeado con sus deleites fuego eterno! ¡Allá se lo hayan!, aunque no se me deja de quebrar el corazón ver tantas almas como se pierden; mas, del mal no tanto, querría no ver perder más cada día.

¡Oh hermanas mías en Cristo!, ayudádmele a suplicar esto; para esto os juntó aquí el Señor; éste es vuestro llamamiento; éstos han de ser vuestros negocios; éstos han de ser vuestros deseos; aquí vuestras lágrimas; éstas vuestras peticiones; no, hermanas mías, por negocios acá del mundo, que yo me río y aun me congojo de las cosas que aquí nos vienen a encargar, hasta que roguemos a Dios por negocios y pleitos por dineros, a los que querría yo suplicasen a Dios los repisasen todos. Ellos buena intención tienen, y allá lo encomiendo a Dios por decir verdad, mas tengo yo para mí que nunca me oye. Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios y quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar el tiempo en cosas que, por ventura, si Dios se las diese, temíamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías; no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia. Por cierto que, si no es por corresponder a la flaqueza humana que se consuelan en que las ayuden en todo, que holgaría se entendiese que no son éstas las cosas que han de suplicar a Dios en San Josef»1.

Esta página conmovedora, tantas veces citada y meditada, revela por sí misma las motivaciones internas de su decisión. Está escrita hacia 1565 o 1566, cuando se ha clausurado ya definitivamente el Concilio de Trento y ha empezado la Reforma de la Iglesia. El único sonido que arrancan al limpio metal de su alma los acontecimientos de la época, tan densa y dramática, es ése: reforma interior, fidelidad al Evangelio, perfección monástica, servicio a la Iglesia, salvación de las almas.

Es de suma importancia comprender esta dimensión de la vida y la obra de Santa Teresa de Jesús. Con ser tan excelsa, contemplada en sí misma, en cuanto tiene de fe y de amor, es decir, de respuesta a una llamada del Espíritu, aún lo es más cuando se percibe esa existencia en conexión consciente y querida por ella con todo el misterio de la Iglesia Madre tal como ésta aparecía en aquel momento histórico. Nos gusta saber que la oración y la mortificación son siempre fecundas dentro del Cuerpo Místico, aunque el que ora así, apenas lo perciba. Pero es más fuerte la atracción que ejerce un alma contemplativa cuando se la ve humildemente entregada a su tarea silenciosa, y vibrando además con todos los anhelos que brotan de las entrañas de la Iglesia. Nunca fue Santa Teresa ajena a las preocupaciones de su tiempo. Nunca fue una evadida, sino comprometida con el más fecundo y difícil de los compromisos.

«La misión providencial de Teresa parece haber sido la de reaccionar contra el pseudo-misticismo de los “Alumbrados” españoles, y contra aquel otro de los protestantes que, en su tiempo, se extendía por toda Europa.

Teresa la llevó a cabo (aquella misión), en primer lugar, sirviéndose de una doctrina que, aunque se encuadraba en las líneas de la tradición, sumó a esta tradición algunas luces de extraordinario esplendor, en tal manera que por ello pudo llamarse a Teresa la “Doctora de la oración”.

La enseñanza de Teresa es verdaderamente, según expresión de la Iglesia, una “doctrina celeste”. Y así se explica la influencia que la Monja de Ávila ejerció en el campo místico, ascético y también pastoral, más que en el campo apologético. Teresa enseña, mejor que nadie, al sacerdote el arte de dirigir las almas por las vías más luminosas y más difíciles de la vida interior»2.

Capítulo III
Su obra escrita #

Hago ahora una referencia a sus principales obras. Santa Teresa tenía una prodigiosa facilidad para escribir. La vivacidad es una nota tanto de su carácter como de su pluma. Pero quizá no hubiese escrito más que cartas, a no ser por la necesidad que sintió de dar a conocer su conciencia, para mejor ser guiada, y porque sus mismos confesores le ordenaron que escribiese. Su preparación espiritual y literaria, en lo que cabe, venía de atrás. Fueron veintiséis años los que pasó en el Convento de la Encarnación antes de que apareciese su primer libro. Allí sufrió, oró, meditó, y amó mucho. Los dominicos P. Pedro Ibáñez y el célebre teólogo P. Báñez orientaron su conciencia. Y ocasionalmente, hombres tan eminentes como San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara, San Juan de Ávila, y más tarde San Juan de la Cruz, le ayudaron eficazmente con sus consejos y con sus luces.

El libro de su vida #

Lo empezó en el año 1562, en Toledo, y posteriormente fue añadiendo nuevos capítulos. Ella designó este libro con diversos nombres: «El libro grande», «Mi alma», «De las misericordias de Dios». Las copias corrieron de mano en mano, muy en contra de su deseo, y el libro fue sometido a la rigurosa censura de la Inquisición, que terminó dando fallo favorable.

El Camino de Perfección #

Lo inicia a finales de este mismo año de 1562, cuando ya estaba en el Convento de San José, el primero de la Reforma, y lo hizo a ruegos de sus confesores y de sus propias monjas, para dirigir a éstas por los caminos de la vida interior. No lo terminó hasta 1564, pues sus quehaceres múltiples no le permitían escribir más que en momentos sueltos y aislados. El título es de la propia Santa, aunque a veces ella lo llama el «Librillo» o el «Paternóster».

Meditaciones sobre los Cantares #

Escrito por primera vez en San José de Ávila entre 1566 y 1567, lo rehízo también en San José hacia 1574, según afirma el P. Efrén. Seguramente se habría perdido, de no ser por la censura favorable que dio el P. Báñez, frente al dictamen más exigente de algún otro. También es conocido con el nombre de «Conceptos del Amor de Dios».

Moradas del Castillo interior #

Comenzó a escribirlo en Toledo y lo terminó también en su convento de San José. Era el año 1577, cinco antes de su muerte. Se había desencadenado muy dura tempestad contra ella y su obra. Es en esta época cuando San Juan de la Cruz, confesor de la Encarnación, fue encarcelado en Toledo. Enferma y combatida en todos los frentes, la Santa compuso este libro, su obra maestra, en medio de una maravillosa serenidad de espíritu, sólo comprensible desde las alturas a que su alma había llegado.

Fundaciones #

Calmada la tempestad, en 1579 pudo nuevamente visitar sus monasterios, y aún logra las fundaciones de Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos en las postrimerías de su vida. Cada vez con más achaques y cansancios, pero siempre obedeciendo a quienes se lo mandaban, pudo en estos años añadir el relato de las últimas fundaciones logradas a lo que había ido escribiendo tiempo atrás sobre las anteriores en aquellos cuadernos que le había preparado la H. Isabel de Jesús, narraciones que dieron origen a otro libro célebre en la literatura teresiana, el de las Fundaciones, igualmente admirable por su riqueza espiritual y psicológica.

Otros escritos #

No se agota la producción literaria de la Santa con estos grandes títulos. Sus poesías, sus cuentas de conciencia, sus reglas, máximas, avisos, exclamaciones, y sobre todo su maravilloso epistolario ofrecen también un caudal inagotable de pensamientos y observaciones que dejan admirado a todo lector que se acerca a ellos con reverencia o con simple curiosidad. El P. Efrén calcula que escribiría unas 15.000 cartas.

Su vida se apagó en Alba de Tormes un día 4 de octubre de 1582. Entre las últimas palabras que brotaron de sus labios, fueron éstas las más repetidas: «En fin, Señor, soy hija de la Iglesia» «Gracias te hago, Dios mío, Esposo de mi alma, porque me hiciste hija de tu Santa Iglesia católica». Decía también «que por la sangre de Jesucristo había de ser salva», y pedía a las monjas le ayudasen a salir del purgatorio. Fue beatificada en 1614, y canonizada por el Papa Gregorio XV en 1622, a los cuarenta de su muerte. En la Bula de la canonización se decía con hipérbole explicable que no falleció por la fuerza de la enfermedad, sino por el incendio irresistible del amor divino.

Capítulo IV
El valor de su doctrina #

Podríamos hacer la siguiente afirmación: los escritos de Santa Teresa, y con ellos su propia vida, ofrecen a los hombres una enseñanza tan ajustada a la revelación cristiana, y tan expresiva de las riquezas del orden sobrenatural, que sólo por este título merecería un puesto insigne en la Iglesia. Digo sus escritos y su propia vida a la vez, porque lo que hay de particular en la Santa es precisamente esto, que sus escritos son un puro reflejo de su vida. No es la suya una doctrina teológica elaborada en la soledad de sus meditaciones, que se coloca aparte como un fruto del trabajo personal.

Es toda su vida la que late allí, su pensamiento, su amor, su esperanza, su celo por la gloria de Dios. En otros Santos Doctores de la Iglesia hay más separación entre las dos zonas, la del pensar y el vivir. En Santa Teresa, no, no puede haberla. Es toda ella la que se entrega en cada página que brota de su pluma. Lo que escribe es experiencia vital, decantación de su propio espíritu. Indudablemente estamos en presencia de uno de los casos más claros en toda la historia del cristianismo, de lo que la luz del Espíritu Santo hace sobre un alma fiel cuando vuelca sobre ella sus dones. La doctrina de Santa Teresa no puede explicarse sin una celestial y casi continua luz divina que busca a través de ella difundirse sobre la Iglesia en un momento en que ésta lo necesitaba. Este es su carisma.

A esta acción iluminadora de Dios ha precedido o acompañado por parte de ella un conjunto de actitudes y disposiciones, las cuales eliminan todo peligro de superficialidad, subjetivismo, o sentimentalismo religioso vacío. Me atrevería a enumerar las siguientes:

  1. Un talento natural grande, dotado de capacidad de discernimiento y fino análisis.
  2. Instrucción religiosa seria y esmerada. Leyó y meditó siempre libros de teología, de ascética, y moral, muy provechosos, a pesar de las continuas alusiones que hace a su carencia de letras.
  3. Una búsqueda sincera de la verdad, mediante la consulta repetida y humilde a hombres eminentes en ciencia teológica, sin contentarse nunca con los juicios apresurados o parciales de otros.
  4. Una fidelidad purísima a la Iglesia, a lo que hoy llamamos Magisterio jerárquico.

Sobre estas bases, como apoyo y sustento de su personalidad, viene después, desde el día en que decide entregarse totalmente a su Señor, a la vista de aquel «Cristo muy llagado» –sucedía esto en 1553–, el trabajo de perfeccionamiento interior, en que, además de una asistencia particular de Dios (favores místicos especialísimos), ella puso de su parte la lucha tenaz de cada día para ser mejor, llegando incluso al voto de hacer siempre lo más perfecto.

Este afán de crecimiento y de progreso, consubstancial a un verdadero cristiano, según vemos tan repetido en la teología de San Pablo, se centra en Santa Teresa sobre cuatro grandes ejes de su vida espiritual: la fe, el amor, la oración, y el deseo de cooperar al bien sobrenatural de las almas en la Iglesia de Cristo. Estas son, a mi juicio, las cuatro grandes fuerzas de su vida en cuya génesis y desarrollo hay que contar con esa secreta, pero insoslayable, acción del Espíritu Santo.

Lo demás que hay en ella, con ser tan rico y maravilloso, es paisaje interior o externo, ambientación o consecuencia, cualidades naturales o gracias actuales, síntesis concentrada o despliegue armonioso de su actuosidad y dinamismo al servicio del gran ideal. Incluyo en ese lo demás, su donaire y su espontaneidad, su gracia literaria inimitable, su entendimiento de los hombres, su fortaleza de carácter, su recato y su expansiva naturalidad, sus viajes y salidas, su trato con toda clase de personas, su comprensión y sus exigencias, su firmeza frente a los obstáculos temibles que hubo de superar o la dulce debilidad que manifiesta en otras ocasiones solicitando los apoyos que necesitaba. Hubiera sido lo mismo si en lugar de diecisiete conventos fuesen diez o cinco los que hubiera fundado; lo mismo, si los favores místicos hubiesen sido abundantes o escasos; lo mismo, si su sagacidad natural hubiera sido mayor o menor.

En la Santa de Ávila, la fuerza interior, el secreto, la luz, el alma en una palabra, están en esa corriente de fe y de amor a Dios, de oración y de deseo del bien, que marcaron para siempre su vida y se aprecian tan singularmente en sus escritos.

  1. La fe

Es la suya una fe limpia y robusta, hecha no de conceptos abstractos y referencias a unos principios aceptados y decorosamente mantenidos, como sucede en la inmensa mayoría de los cristianos, sino concreta, viva y operante. Los dogmas que la Iglesia profesa los acepta y los hace personalmente suyos; se fía de Dios sin titubeos ni vacilaciones; hace de Él el objeto único de su amistad, ella que tuvo siempre tantos amigos; encuentra en la vida de Cristo su camino verdadero; reza y se mortifica porque cree; traslada al terreno de su existencia diaria, hora tras hora, los estímulos y el contenido de su fe, y deja en el asombrado lector de sus escritos o analista de su vida una impresión de pasmo al contemplar cómo aquella mujer maneja ideas teológicas sobre la vida trinitaria de Dios, o incorpora a sí misma el contenido de la oración del «Paternóster», o traduce en la práctica las invitaciones de Cristo en el Evangelio a los que quieren ser sus discípulos.

La fe de, Santa Teresa es a la vez ortodoxia pura en la afirmación, adhesión firmísima de sus potencias, ternura y devoción en su piedad, asimilación en sus reflexiones silenciosas, exposición clara hasta lo inverosímil de lo que sucede en las cumbres más altas de esa fe, las de la unión mística. El teólogo estudia y explica el contenido de la fe; el misionero la predica y la propaga; el místico la vive en su más radical exigencia. Santa Teresa lo hace todo a la vez.

«Latina y castellana hasta lo íntimo de su ser, tenía una sensibilidad totalmente católica. Todo le agrada en la Iglesia. Ella, que goza casi a la continua de la visión intelectual de la Trinidad beatísima, tiene verdadera veneración por el agua bendita. Su incomparable libertad de espíritu no se encoge con la vida austerísima que en el Carmelo reformado se lleva. La más insignificante de las verdades católicas vale para ella más que la propia vida y renunciaría a todas las gracias tan sorprendentes que recibe si contradijeran a la más mínima letra de la Escritura Sagrada. “Las herejías decía me apenan con frecuencia y cuando en ellas pienso, me parece que son la única desgracia digna de llorarse,” “¡En fin, Señor –decía contenta en su lecho de muerte– muero hija de la Iglesia!” Tal vez en toda la historia de la Iglesia no se recuerde, después de San Ireneo, figura de más perfecto catolicismo que la de Teresa de Jesús. Lea sus obras quien quiera conocer el espíritu verdadero del catolicismo, pero aún puede hacer otra cosa mejor, ya que su familia no ha desaparecido, una conversación ante las rejas del Monasterio del Carmelo enseña, mejor que muchos libros alemanes, cuál es la esencia del cristianismo.»3

  1. Amor a Dios

Ya se comprende que una fe, vivida así, lleva inevitablemente al amor. Lleva a él y por él es alimentada sin cesar. Este es el caso de Santa Teresa. La pluma no encuentra palabras fácilmente para expresar las calidades tan altas que alcanzó en el alma de Santa Teresa el puro amor de Dios. Sentimos el peso de nuestra miseria y pequeñez frente a la grandeza de su espíritu enamorado de Dios, y un hondo respeto religioso se apodera de nosotros, tan débiles entre nuestras propias sombras y claudicaciones, al contemplar la luminosidad radiante del amor divino que en la Santa de Ávila fue vida de su vida.

Y una vez más se impone la observación, absolutamente justificada y tranquilizadora para el que examina este hecho con actitud crítica propicia a la desconfianza: el amor de Dios, en Santa Teresa, parte de bases muy reales, y se desarrolla lentamente, con la calma y la fuerza a la vez de los grandes procesos de la naturaleza. No temáis. Aunque los conceptos que expresa y el lenguaje utilizado adquieran el más subido tono de las elevaciones místicas, generalmente extrañas a nuestra condición torpe, Santa Teresa va labrando su corona de amor con joyas muy sólidas. Ama al Dios de su fe católica, y a Jesucristo su Hijo benditísimo; ama el valor de las almas redimidas al precio de su sangre, la hermosura de la gracia santificante, la inhabitación del Espíritu Santo en el corazón de los que creen; ama los sacramentos y los misterios revelados; ama en una palabra el plan divino de la creación y la redención del hombre por Cristo, que ya en este mundo, merced a la acción del Espíritu Santo, anticipa en el interior de las almas algo de las secretas alegrías del cielo.

Vivió el amor de Dios ya desde niña y en plena juventud y en sus primeros años de vida religiosa. Gradualmente se hizo ese amor cada vez más acendrado y más puro, hasta que, maduras ya su existencia y su personalidad femenina, tan ricamente dotada, fiel siempre a las operaciones de la gracia, orientó todas sus facultades y potencias hacia la verdad de Dios, la hermosura de Dios, la paz y la felicidad de Dios, el secreto de Dios. Pero ni un paso falso, ni una concesión, por leve que fuese, a contentamientos puramente sentimentales y pseudo-místicos. Su amor es operativo y sereno, afanoso y buscador de las más finas fidelidades, siempre guiado por el pensamiento y la meditación, y orientado hacia las zonas tranquilas de la voluntad templada que opera libremente, responsablemente, queriendo dar más a quien tanto ha dado a ella, procurando servir a Su Majestad, a la Iglesia, a los defensores de ella, a sus hijas del Carmen, a la sociedad cristiana española, todo lo cual lo ve en el marco de la grandeza de Dios y de su obra.

Su lenguaje es el de la mística, pero en él no hay melindres ni dulzonas evasiones; hay naturalidad y valentía en las imágenes y metáforas, hay vigor y espontaneidad, colorido y vibración. A medida que asciende, sin perder nunca de vista el punto de origen de su realismo sereno, su alma es como un fuego que ha de atravesar las capas de la atmósfera y va haciéndose cada vez más delgado y sutil. Pero es el mismo fuego que nace y tiene su hoguera en el plano humilde y real de su fe y su fidelidad a la santa voluntad de Dios, que empieza a manifestarse con los mandamientos de su ley, y se abre progresivamente en invitaciones cada vez más apremiantes a conocer y gozar de su intimidad, ya en este mundo.

  1. La oración

Y llegamos a lo más característico en la vida de Santa Teresa: su oración. La fe y el amor que nutrieron su vida espiritual no habrían alcanzado en ella un tal grado de expresión sin la oración, que fue como la respiración de su alma. Este es su honor y su grandeza de luchadora de la vida interior, si vale hablar así. Gracias a ella, aunque no a ella sola ciertamente, nos es dado comprobar hasta dónde un discípulo de Cristo puede ser fiel a su Maestro en el ejemplo de oración que Él nos dio y en su apremiante llamada a mantener la comunicación con el Padre. Los capítulos 14 al 17 del Evangelio de San Juan no son inteligibles si no es partiendo de la realidad que allí aparece proclamada, y, mejor aún, supuesta, vivida, señalada para siempre como algo sublime a lo que hay que aspirar, la unión con Jesucristo, con el Padre, con el Espíritu Santo. Unión por la voluntad, por el pensamiento, por el amor, por la cruz, por todo lo que en el cristiano es vida, libertad y posibilidad de destino eterno. Esa unión es la oración en todo su despliegue vital. Y así vivió la oración Santa Teresa.

Siempre me ha parecido mezquino y pobre el intento de presentar a Santa Teresa como maestra de un método de oración determinado, como si se tratara de meter la tela de un cuadro dentro de un marco y dejarla allí bien claveteada y fija. Hay algo más que un método en Santa Teresa. Hay toda una vida que asciende y crece en unión con Dios, en una labor de finísima continuidad y de dulce y terrible esfuerzo. Dulce y terrible a la vez. Cuanto más busca, más halla. ¡Qué gozo en lo que halla! ¡Pero qué sobrecogedor desasimiento cuando busca! Ella ora para conocer mejor a Dios; para amarle más, para darse sin cesar, para obrar y actuar. Ella une la contemplación y la acción. ¡Pero qué acción tan limpia y tan pura, tan desvelada y exigente a la vez, para con su persona y su carácter! ¿Cómo es posible que hiciera lo que hizo, si no hubiera sido por esa oración a la que llegó y en la que se mantuvo siempre, sin querer otra cosa en todo y por todo que cumplir la voluntad de Dios?

Santa Teresa creyó de verdad en la oración. La entendió como necesidad de su alma, como obsequio al Dios a quien amaba, como fuerza para purificar sus intenciones y propósitos, como remedio y consuelo en su soledad y su pobreza, como fuente de alegría en sus sufrimientos. Y mucho más aún, como plenitud de verdad en cuanto se puede alcanzar en este mando. El lenguaje que emplea en las Moradas, en el Libro de los Cantares, en sus cuentas de conciencia, es lo de menos. Lo importante y lo serio es ver con qué extremo de sinceridad y de verdad ha llegado a entender y vivir que sólo hay dos realidades: el Creador y lo creado, y que todo lo creado es pobre y miserable en comparación con el Señor, que todo debe dejarse a un lado para tratar con Él, porque no puede haber duda en la elección. Oración es el camino para llegar, y por eso escribirá aquellas impresionantes palabras a sus hijas exhortándolas a tomar

«una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo; como muchas veces acaece con decir: “hay peligros”, “fulana por aquí se perdió”, “el otro se engañó”, “el otro que rezaba cayó”, “dañan la virtud”, “no es para mujeres, que les vienen ilusiones”, “mejor será que hilen”, “no han menester esas delicadeces”, “basta el Paternóster y Avemaría”.»4

Y nada debe Santa Teresa al movimiento llamado «Renacimiento», y nada debe a la llamada «Reforma». Si uno quiere comprenderla, hay que ver en ella un fruto directo de la práctica de la oración, tal como la Edad Media agonizante la había descubierto, analizado, sistematizado, erigido en doctrina y en método de reforma personal y de santificación. Su vida entera no fue más que un desarrollo del espíritu de oración, y un ejemplo de encadenamiento de las gracias que Dios prepara y cuida para las almas de fe y de amor decididas a dejarse conducir por Él según su beneplácito.

Los acontecimientos principales de su vida son los pasos de su alma de un estado de oración a otro estado superior. Su genio literario penetra, comprende, fija, describe psicológicamente por primera vez, los estados místicos extraordinarios engendrados en ella misma por el ejercicio de la oración, bajo el influjo de la gracia divina. Ella fue la exploradora maravillosa de un mundo casi desconocido antes de su tiempo. Ella pudo muy bien decir: «Recibir de Dios es una primera gracia; saber en qué consiste es una segunda; y es una tercera, poder darse cuenta de ella y explicarla». Ahora bien, Teresa tuvo en grado excelente estas tres bendiciones divinas: recibir, comprender y explicar. Su vida y sus obras resumen y coronan admirablemente la historia de la España mística, reformadora y misionera, en tiempos del Concilio de Trento.»5

  1. Deseo de hacer el bien

Vivísimo, acuciante, generoso deseo de hacer el bien, de servir, de ayudar a las-almas, de contribuir a la renovación de la Iglesia, buscando una mayor perfección en la vida religiosa, e indirectamente en la vida católica de la sociedad española.

«Recorrería cuantas veces fuese necesario, en carro, a pie, en jamuga, los polvorientos caminos de Castilla en el verano, enfangados de barro y nieve en el invierno, y se abrasaría en julio bajo los soles andaluces para ganar almas vírgenes y doncellas virtuosas con que llenar sus atalayas.»6

Sin duda es este aspecto el que puede presentarse en la vida de Santa Teresa como respuesta que ella da a la llamada del Concilio de Trento. El eco que iba llegando del movimiento protestante; el trato frecuente con obispos, teólogos y superiores religiosos; y la propia palpitación político-religiosa de la España de Felipe II facilitaron lo que por sí misma se sentía inclinada a hacer: ayudar al perfeccionamiento de la vida cristiana en los demás.

La que estaba tan hecha para amar encontró, dichosamente para ella y para los demás, los caminos por donde el amor podía volcarse sin riesgo de verse empañado: los de la defensa, propagación y purificación de la fe y la virtud sacrificándose por todos. Las obras de Santa Teresa están literalmente sembradas de exclamaciones y conceptos, de anhelos y casi gritos, llenos, eso sí, de serenidad y equilibrio, por los que se escapa su inmenso afán de hacer el bien al prójimo. ¡Con qué claridad se ve en Santa Teresa la unión íntima que existe entre vida interior y apostolado!, y ¡qué fecundidad tan prodigiosa la suya en la vida de la Iglesia de su tiempo y del nuestro! Millones de almas de todos los pueblos y de todas las lenguas se han hecho mejores, y al mejorar ellas han hecho mejor al mundo, influidas por la lectura de las obras y el conocimiento de la vida de Santa Teresa de Ávila. Magnífico premio para aquella «intrépida hija del deseo», como la llamó el poeta protestante inglés Ricardo Crashan, convertido al catolicismo al leer sus libros.

He aquí, entre mil, un párrafo de sus escritos, no de los más conocidos, en que se oye vibrar el puro y ardiente amor a las almas que Santa Teresa sentía:

«¡Oh, amor poderoso de Dios, cuán diferentes son tus efectos del amor del mundo! Este no quiere compañía, por parecerle que le han de quitar de lo que posee; el de mi Dios, mientras más amadores entiende que hay, más crece, y así sus gozos se templan en ver que no gozan todos de aquel bien. ¡Oh, bien mío!, que esto hace, que en los mayores regalos y contentos que se tienen con Vos, lastime la memoria de los muchos que hay que no quieren estos contentos y de los que para siempre los han de perder; y así el alma busca medios para buscar compañía, y de buena gana deja su gozo cuando piensa será alguna parte para que otros le procuren gozar.

Mas, Padre celestial mío, ¿no valdría más dejar estos deseos para cuando esté el alma con menos regalos vuestros y ahora emplearse toda en gozaros? ¡Oh, Jesús mío!, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia, y entonces sois poseído más enteramente; porque, aunque no se satisface tanto en gozar la voluntad, el alma se goza de que os contenta a Vos, y ve que los gozos de la tierra son inciertos, aunque parezcan dados de Vos, mientras vivimos en esta mortalidad, si no van acompañados con el amor del prójimo. Quien no le amare, no os ama. Señor mío; pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán»7.

Capitulo V
¿Por qué doctora de la Iglesia? #

Las reflexiones anteriores me facilitan la respuesta a la pregunta, objeto principal de esta instrucción pastoral. Si una de las condiciones requeridas para que la Iglesia declare a alguien Doctor de la Iglesia es la de que posea y enseñe doctrina eminente, se comprende que lo haga con Santa Teresa de Jesús.

En realidad, siempre ha sido considerada así, y a los especialistas en temas teresianos les resulta fácil ofrecernos abundante documentación que demuestra el consenso unánime con que, a lo largo de los siglos, la Santa de Ávila ha sido estimada como la Doctora Mística de la Iglesia. «Por un privilegio único, –afirmó el Cardenal Billot– aunque San Pablo haya dicho: callen las mujeres en la Iglesia, la Virgen de Ávila posee la aureola de los doctores»8. «Nadie ha hablado nunca, –escribía Mourret– con tanta profundidad y seguridad de doctrina de las maravillas de la vida divina, cuya existencia acababa de negar audazmente el protestantismo»9.

«San Pío X, con fecha 7 de marzo de 1914, había escrito: “Fue tan a propósito esta mujer para la formación cristiana, que en poco o en nada cede a los Padres y Doctores de la Iglesia”. A continuación, reconocía “cuán justamente suele conceder la Iglesia a esta virgen los honores que reserva a sus Doctores, impetrando en el oficio litúrgico que Dios la alimente con el celestial manjar de su doctrina”. Y ya en los días conciliares Pablo VI, con fecha 10 de septiembre de 1965, la proclamaba oficialmente “lumen Hispanie et universae Ecclesiae” “porque con el fulgor indefectible de su vida y de sus libros, se yergue como Maestra preclarísima”»10.

Así pues, dejando para los especialistas el estudio técnico que a ellos corresponde, señalo, más bien desde un punto de vista pastoral, las siguientes razones que justifican su Doctorado hoy, todas ellas de evidente importancia.

  1. Enseña la doctrina de la unión con Dios

¿No es ésta la más excelsa y elevada teología? Entre el teólogo que discurre, apoyado en los datos de la Revelación y con la ayuda del Magisterio de la Iglesia, sobre la vida, el ser y las perfecciones de Dios, y el místico que habla, porque lo vive, de la unión efectiva del alma con su Creador y Padre, hay la misma diferencia que entre el que escribe un tratado de alpinismo sin haber escalado una montaña, y el que habiendo llegado a la cumbre después de haber abierto el sendero, se sitúa en cada uno de los puntos del camino dando su mano para ayudar en la ascensión y diciendo a todos: ¡Venid, estad seguros, ésta es la senda que hay que recorrer! En los escritos de Santa Teresa alienta continuamente la más sólida tradición de lo que Jesucristo y su Iglesia han enseñado sobre el destino del hombre, sobre la perfección cristiana de los discípulos del Evangelio, sobre la grandeza y el amor de Dios, sobre la vida de las almas consagradas, sobre la oración como medio para el conocimiento y el amor, sobre la docilidad a las inspiraciones incesantes del Espíritu Santo.

Más en concreto: la doctrina de Santa Teresa no sólo acerca al hombre a Dios, sino aproxima a Dios al hombre mediante los conceptos, vivencias experimentadas por ella, relaciones espontáneas de lo que Dios obró en su alma, con tal sencillez e intensidad, que nos hace entender, mejor que nadie, la realidad de un Dios que es nuestro Padre y Hermano, compendio de todas las enseñanzas del Evangelio.

Más aún: la doctrina de Santa Teresa alecciona y enseña, de modo eminente y singularísimo, sobre lo que es la vida sobrenatural en este mundo, el Reino de Dios, la perla escondida, el íntimo secreto que sólo Jesucristo desveló y que está ahí, siempre esperando los ojos iluminados de los que sepan descubrirle para que nos hablen de Él a los demás y nos lo hagan amar.

Todavía más: la doctrina de Santa Teresa es tan limpia, tan profunda, tan celestial, tan justa y exacta, que ayuda como pocas a creer en el cielo, en la vida eterna, en la armonía del plan creador de Dios, y mueve a amar la virtud y a aborrecer el pecado, engendra deseos vivos y eficaces de santidad, alimenta la llama de la esperanza y la paz, difunde la alegría de vivir y aun de morir, da seguridad y sentido a ese enorme y desconcertante misterio que es la persona humana realizándose en la tierra.

Y algo más todavía: la doctrina de Santa Teresa (sus libros, sus cartas, sus otros escritos), con ser tan celestial y elevada, enseña a hacer la gran síntesis, la del amor a Dios y el amor a los hombres, y el mundo en que a cada uno le toca vivir; el amor a la soledad y el silencio, y el amor a la Iglesia militante y comprometida; el amor a la más alta perfección y la atención a las pequeñas realidades de la vida.

  1. Influencia universal

Esta doctrina de la Santa de Ávila, como si estuviese destinada por Dios a tal fin, no quedó encerrada en sí misma, ni sólo para examen de los estudiosos, ni siquiera recluida en los ambientes de las familias religiosas carmelitanas. Ha sido en todo momento popular, abierta a todos, meditada y saboreada por el gran pueblo de Dios compuesto por sacerdotes y religiosos y seglares. Si observamos el catálogo de los Doctores de la Iglesia, creo poder afirmar que San Agustín, San Francisco de Sales y Santa Teresa han sido los más leídos y que, si de los tres alguien lleva ventaja, es precisamente ella.

Las obras de Santa Teresa han sido y son lectura preferida de papas, obispos, intelectuales creyentes y aun incrédulos, sacerdotes, estudiantes, hombres y mujeres de su casa, madres de familia, muchachos y muchachas jóvenes, gentes en fin de toda condición, lo mismo católicos que protestantes y aun de otros credos y religiones no cristianas. Curioso éxito el suyo, éste de hallar tan magnífica audiencia en quienes nada tienen en común con el catolicismo, ¡ella que tan genuinamente católica se profesó siempre! El secreto del mismo está no sólo en su genio literario inimitable, sino en la fresca y caudalosa vitalidad de su fe y su amor que se comunican y contagian. Leyéndola, apenas hay quien no advierta dentro de sí mismo la nostalgia del paraíso perdido, el anhelo de ese mundo, real aunque lejano para tantos de nosotros, tan bello sin embargo que se desea irresistiblemente poseer, el mundo de la verdad de Dios hacia la cual caminamos.

Y hay en ella algo muy particular, que yo me atrevería a llamar la seriedad de las madres. Porque ni en su estilo ni en el contenido de sus escritos permite el entretenimiento evasivo y vano. Con Santa Teresa no se puede jugar. ¡Qué exigente es en medio de su indefinible, humana y maternal aproximación! Nadie crea que puede contentarse con poco en su purificación personal, si verdaderamente quiere seguir los caminos que señala Santa Teresa. Sus escritos son como un incendio cuyas llamas se propagan cada vez más. Según narra o describe, aparecen exclamaciones, advertencias, avisos, precisiones minuciosas, soliloquios impetuosos, todo lo cual mueve y arrastra, abrasa, impide el descanso, inquieta la conciencia y hace querer más. Como el ángel al profeta Elías, la voz de Santa Teresa dice siempre: todavía te queda un largo camino que recorrer. Y ella aparece yendo delante siempre, siempre, y ayudando, invitando dulcemente. La dulzura es para invitar y ayudar, pero el tirón de su mano es fuerte y sin contemplaciones. Ella sabe que para escalar alturas no hay que andar con melindres. Es una madre dulce y fuerte.

Es imposible calcular la influencia que Santa Teresa ha ejercido. Mas si pensamos en los millones de ejemplares que se han editado de sus libros11, en los ejemplos de vida y santidad que han ofrecido al mundo los frailes y monjas carmelitas que la veneran como Madre, y no sólo los del Carmelo, sino todas las demás familias religiosas teresianas, y en el respeto y devoción con que teólogos insignes, desde los que ella trató en vida hasta nuestros mismos días, y prelados y superiores de órdenes religiosas, y apóstoles seglares, han leído y siguen leyendo sus escritos, nos quedaremos asombrados. Santa Teresa ha sido y es maestra de incontables discípulos en la Iglesia de Dios.

  1. Actualidad

He aquí otro aspecto insoslayable al tratar de examinar las razones de la oportunidad de la proclamación de su Doctorado en la Iglesia: la actualidad de su magisterio y de su temple de vida. ¡Está la Iglesia tan necesitada de silencio y de paz para el trato de sus hijos con Dios nuestro Señor! ¡Tan necesitada de fe y de amor, de oración y de deseo de hacer el bien sobrenatural a las almas! ¡Incluso en los conventos y monasterios, cuánto ruido y cuánta vana agitación! La época del Concilio de Trento quedó atrás, con sus luchas y sus glorias, con sus dramas religiosos también; pero surgieron almas como la de Santa Teresa que inyectaron en la sangre de la sociedad de entonces la alegría de la interioridad y de la fe, mil veces superior a todas las conquistas. Hoy tenemos delante de nosotros la época del Concilio Vaticano II.

¿Se encontrarán ya en algún lugar de la geografía del Cuerpo Místico los que estén llamados a la misma grandiosa tarea, tal como la Iglesia de hoy lo necesita? Y si existen, ¿será posible que cumplan su misión sin enlazar sus manos y juntar sus deseos con las manos y el deseo de la Santa de Ávila, y otros como ella, que tan eficazmente sirvieron al Señor?

Porque no habrá reforma que valga un ochavo en la Iglesia ni se alcanzará esa tan necesaria presencia del sentido cristiano de la vida en el mundo de las realidades temporales, si nos olvidamos de la oración, de las hondas intimidades de la fe, del destino eterno del hombre, de la cruz de Jesús, de su muerte y resurrección, de su ascensión al cielo en donde Él nos espera.

Suele decirse que Santa Teresa fue también inconformista con su época y que su grandeza consiste precisamente en haberse entregado con valentía y sinceridad a una dura tarea de reforma. Desde luego que sí. Pero lo hizo con caridad y sin faltar a la obediencia; exigiéndose a sí misma la primera un nivel extraordinario en todas las virtudes; amando hasta lo indecible a la Iglesia de Cristo; soportando con humildad y alegría interior todas las contradicciones; viviendo en suma pobreza sin alardear de ella; mortificándose en su cuerpo y en su alma con toda clase de penitencias aceptadas y buscadas. Todo lo cual no fue obstáculo para su comprensión y trato de los hombres, para su valoración de las diversas misiones que cada uno ha de cumplir, para su simpatía y atención a las distintas realidades humanas de la vida.

Inconformistas y reformadores de este tipo los necesita la Iglesia siempre, también hoy. Por eso puede ser actualísimo el Doctorado de la Santa. El hecho de la proclamación solemne por el Vicario de Cristo en la tierra, y la posterior aparición de reflexiones, comentarios y estudios que esperamos surjan en todas partes, si es que no se ha perdido en la Iglesia la capacidad de meditar, puede contribuir, en primer lugar en las órdenes y congregaciones religiosas, a que se orienten bien los esfuerzos para fomentar la vida interior de sus miembros, libres de toda alucinadora y alienante deformación de las enseñanzas del Vaticano II, que podría pulverizar lo que en su vida hay de consagración a Dios con el pretexto de vivir la consagración al hombre.

Séame permitido recomendar aquí la lectura de un libro escrito por una religiosa francesa, recientemente traducido al castellano, titulado En espíritu y verdad con Teresa de Ávila. Es un buen «test» para quienes hablan del Concilio y las reformas en la vida religiosa, y vale no solamente para las de vida contemplativa.

Particularmente las Ordenes religiosas del Carmelo –de hombres y mujeres– tienen ahora una oportunidad, la de convertirse en instrumento eficaz para la reforma de la vida de la Iglesia, difundiendo y haciendo vivir, con todas sus fuerzas, las enseñanzas de Santa Teresa. Piensen sobre todo los religiosos carmelitas jóvenes que pueden rendir un servicio incalculable a la Iglesia de hoy si, dejando a un lado tanta literatura religiosa averiada y facilona, se unen serie y eficazmente, con el ejemplo de su oración y con el esfuerzo de su magisterio y enseñanza, para recordarnos a todos los que vivimos en la Iglesia de nuestros días lo que Santa Teresa les dejó como herencia preciosa. Si alguien creyere que Santa Teresa ha dejado de ser actual, cometería una trágica equivocación para sí mismo y para su propia orden religiosa. También para la Iglesia. Cuando se habla tanto, y a veces tan abusivamente de los signos de los tiempos, vale la pena pensar que un signo refulgente y vivo es el hecho de que el Papa proclame a Santa Teresa Doctora de la Iglesia para nuestro tiempo y para nuestra Iglesia.

Leo en la Carta Pastoral que el Prepósito General de los Carmelitas Descalzos dirigió a sus religiosos en 1968, con motivo del cuarto centenario de la Reforma las siguientes palabras:

«Ser testigos: ¿Qué significa esta expresión? En nuestro caso, se trata de la transmisión del mensaje cristiano y carmelitano; transmisión que debe llevarse a cabo con el ejemplo, la predicación, las palabras, con nuestro modo de vivir; con todo aquello que constituye nuestro ser carmelitano-teresiano en la Iglesia. Sin embargo, para dar testimonio de nuestro auténtico ser carmelitano-teresiano, no basta la observancia externa de una cierta forma definida de vida, como no es suficiente seguir nuestro estilo de vida simplemente, cual si de un arte u oficio se tratara. Es del todo imprescindible penetrar lo más íntimamente posible en el secreto del carisma comunicado a Santa Teresa por el Espíritu Santo; convencernos de la perenne validez del mensaje eclesial y convertir nuestra vida en una nueva encarnación de aquella vida que Santa Teresa misma quiso que se instaurase entre sus hijos, adaptándola a las actuales circunstancias del mundo y de la Iglesia»12.

También los obispos y sacerdotes diocesanos podemos encontrar en Santa Teresa y en sus escritos un auxilio sumamente oportuno en esta hora: el amor a la Iglesia sin desfallecimiento, a pesar de tan amargas pruebas; el discernimiento entre lo que viene de Dios como regalo del Espíritu Santo, y lo que es veleidad de las almas frívolas fascinadas por falsas teologías; la decisión firme de proclamar los verdaderos caminos del Evangelio, inexistentes sin la oración ni el sacrificio, y defender a nuestra grey de los peligros que la amenazan.

Y unos y otros, religiosos, sacerdotes y seglares podemos encontrar en las obras escritas de Santa Teresa, si las leemos y meditamos con amor y con fe, algo que se ha perdido en la época posconciliar: la alegría de sabernos hijos de Dios, el encanto de lo sencillo y profundo a la vez en la vida religiosa cristiana, el gozo de la afirmación frente a tanta crítica demoledora y destructiva. Santa Teresa, sin pretender hacer apologética, disipa dudas y oscuridades, y va dejando en el alma la suave convicción de que merece la pena esforzarse por avanzar en la vida del espíritu, en medio de este tosco y bárbaro materialismo que nos inunda, tan viejo y decadente a pesar de sus modernidades de expresión. Como quien descubre otra vez los manantiales puros y las fuentes cristalinas entre los riscos montañosos, podremos ver y aprender en los libros de Santa Teresa, incluso con la sorpresa feliz de quien había olvidado que tenía en casa tan ricos tesoros, lo que vale la experiencia vital del trato con Dios, la religión personalizada pero no personalista, y todo eso que hoy tanto se invoca por unos y por otros: sinceridad, autenticidad, espontaneidad serena y –¡oh palabras mágicas pero tan maltratadas!– la verdadera libertad de los hijos de Dios.

¿Será acaso ésta la razón de que cada día aumente más entre los protestantes de las grandes confesiones históricas la devoción a Santa Teresa y la estima y el estudio de sus obras? A los monasterios de la Encarnación y de San José de Ávila y al de Alba de Tormes donde se guarda su sepulcro, llegan con frecuencia cartas y visitas, no sólo de hijos de la Iglesia Católica, sino de personas y aun grupos de cristianos no católicos, literalmente ansiosos de conocer aspectos reales y concretos de la vida de Santa Teresa y de sus hijas las Carmelitas. Es decir, que hasta por razones de ecumenismo tiene actualidad el doctorado de la Santa de Ávila. De un ecumenismo silencioso y humilde, hecho de oración y anhelo común de encontrarnos juntos en el abrazo de un Dios cuyo amor supera las diferencias. Sólo avanzando por aquí, llegará un día en que desaparezcan también las otras barreras: las del pensamiento dogmático y las que ha creado la historia.

  1. Valoración de sus escritos dentro de la teología espiritual y característica de su espiritualidad

Por último, a modo de resumen, si es posible hacerlo, del contenido de sus enseñanzas más singulares, ofrezco el juicio que hace, sintetizándolo, un teresianista insigne:

«Sin haberse dedicado propiamente a los estudios, Teresa gozaba dedicándose a la lectura; por ello se adentró en muchísimos libros de carácter espiritual que agudizaron su gran inteligencia y enriquecieron su concepto de la vida interior, expuesta después por ella en sus obras místicas.

Sus dotes de escritora no se limitan a este campo; en su extensísimo epistolario toca los temas más variados con narraciones briosas y sugestivas descripciones de sus fundaciones. Sus escritos místicos requieren una atención muy singular, porque brindan una contribución notabilísima y de primerísima importancia para el progreso de la ciencia espiritual.

Más que propiamente doctrinal y teológica, la mística de Teresa es descriptiva; se refiere a la experiencia de las almas contemplativas y, especialmente, a la sombra del anonimato, a la suya personal, sobre la cual se apoya efectivamente toda su exposición.

Mas Teresa supo encuadrar tan perfectamente las gracias contemplativas y místicas en el conjunto de la vida espiritual e indicar tan claramente su relación con los otros elementos de la vida interior, que el conjunto de su enseñanza constituye un verdadero cuerpo de doctrina de la vida contemplativa y sirve de óptima guía para todas las almas de vida espiritual.

Sus puntos más sobresalientes pueden resumirse en cinco:

  1. Concepto de perfección. – Teresa no confunde la perfección cristiana con las gracias contemplativas: la idea que tiene de esto es clara y constante: “Está claro que la suma perfección no consiste en dulzuras espirituales, ni en grandes raptos ni visiones, ni en el espíritu de profecía, sino en el tener nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que no haya cosa que entendamos que Él desea, que no la queramos con toda nuestra voluntad, y no aceptemos con la misma alegría lo dulce y lo amargo, una vez sabido que lo quiere Su Majestad.” (Fundaciones, 5, 10).
  2. Gracias contemplativas. – Sin embargo, Teresa estima grandemente las gracias contemplativas y cree que a esta “fuente de agua viva” Dios, en cierto modo, invita a todos, aunque no todos debamos beber de la fuente con la misma abundancia. Cree que Dios concede voluntariamente esas gracias a las almas que se preparan para ellas con una vida de continua oración y generosa donación y que éstas son un verdadero atajo para llegar más rápidamente a la santidad. Por esto son verdaderamente deseables; pero siendo dones divinos que Dios concede “a quien quiere y cuando quiere”, no podemos fomentar ningún pretexto para alcanzarlos por nosotros mismos. Además, conviene distinguir de la contemplación las gracias extraordinarias: visiones y locuciones sobrenaturales, que muchas veces son engaños, y que no se pueden desear porque sería como abrir la puerta a ilusiones extravagantes.
  3. Ascesis contemplativa. – Existe, por consiguiente, una forma de ascesis que prepara al alma a recibir de Dios las gracias contemplativas, una ascesis que se practica en los monasterios carmelitanos descalzos fundados por Teresa. Y la Santa afirma que, de ordinario, la mayor parte de sus hijas conseguían efectivamente tales gracias contemplativas. Esta ascesis, descrita en el Camino de Perfección, consiste fundamentalmente en la práctica heroica de varias virtudes que operan en el alma en desasimiento completo de las creaturas, y en el ejercicio activo de una intensa oración mental, cuya evolución progresiva Teresa expone magistralmente.
  4. Contemplación infusa. – En su “Castillo interior”, desde la “cuarta morada” en adelante, Teresa describe las varias formas de contemplación infusa caracterizadas según el grado de pasividad del alma que recibe el don de Dios: unas veces de manera que no suprime toda la cooperación personal (oración semi-pasiva, tipo oración de quietud); otras, de manera que absorbe totalmente el alma de modo que no queda lugar alguno para su actividad personal: el alma, empero, opera porque conoce y ama (oración de unión, totalmente pasiva).

Cada uno de estos tipos de oración tiene muchas variantes. Las más importantes son la de la oración unitiva, que puede ser simple unión (quinta morada) o convertirse en éxtasis por la fuerza de la acción de Dios, la profunda manifestación del objeto divino (sexta morada), o bien toma una forma en cierto modo permanente, aunque la unión experimental con Dios no presente siempre la misma intensidad (séptima morada).

En el esquema teresiano de las gracias místicas, las “verdaderas” visiones aparecen sólo en la sexta morada (éxtasis) y las “imaginativas” tienden a desaparecer en la séptima morada.

  1. Mística cristológica. – Teresa tuvo un sentido profundo de la función mediadora de Cristo aun en toda la vida mística. No sólo no quiso admitir jamás que fuera oportuno alejar el recuerdo de la Humanidad de Cristo en el desarrollo de la contemplación, sino que recomendó positivamente al alma dedicada a la oración el cultivo del contacto con Aquél que en el mundo de las gracias místicas es el camino que conduce al Padre. Ella fue siempre Teresa “de Jesús”»13.

Capitulo VI
Santa Teresa y la mujer de hoy #

La proclamación del Doctorado de Santa Teresa se presenta además llena de actualidad por otro motivo: el de que sea una mujer la que recibe este título glorioso. Es ésta la primera vez que sucede algo semejante en la Iglesia, donde las mujeres, por razones históricas comprensibles, han tenido escasa audiencia a pesar de que precisamente a ellas les deba tanto en el ejercicio de su ministerio de amor y salvación. El otro campo, el del magisterio, parecía reservado exclusivamente a los hombres.

Pablo VI, el gran Papa del Concilio Vaticano II, se sentirá dichoso de poder reconocer méritos objetivos en una mujer santa, más que para reparar injusticias, como algunos se atreverán a decir con ligereza, para ofrecer, siguiendo el ritmo y la evolución de los tiempos, una imagen cada vez más completa de lo que es la Iglesia en la plenitud de su expresión. Él ha sido quien hizo posible una significativa presencia de la mujer en el Concilio Vaticano II. Y a él corresponde la gloria de uno de los mejores discursos que se han pronunciado en la historia de la Religión cristiana sobre María, Madre de la Iglesia. Ahora él es también quien ha tenido esta feliz iniciativa, que sólo en el transcurso del tiempo podrá ser suficientemente valorada.

Santa Teresa, Doctora de la Iglesia, significa que, en este mundo de hoy en que la mujer ejerce tan poderosa influencia, faltaba una presencia femenina de más alto rango: la que brota de las enseñanzas que una mujer puede brindar en nuestros días sobre lo que vale el conocimiento y trato de Dios, no sólo como motivo de supremo amor, sino como raíz de humanidad y de serena grandeza en las dimensiones de la existencia terrestre. Porque resulta que Santa Teresa, con sus escritos y con su vida, es también un tipo de mujer incomparable. Y aquí sí que hemos de reconocer que la peculiaridad de su magisterio se debe en gran parte a su condición femenina. Por lo que sería un grave error si, para exaltar su enseñanza y la justeza y profundidad de sus conceptos, se dijese que parece tener la ciencia de un hombre. Es precisamente por ser mujer por lo que Santa Teresa es como es, y por lo que sus escritos tienen un sello propio.

«Mujer, Teresa lo es en primer lugar en la forma, en esa frase algo precipitada que quiere decirlo todo, donde la idea principal va acompañada por tantos incidentes que tiene que permanecer en suspenso. Lo es también en el tono conciso, cortante y voluntarioso que adopta, a veces, cuando se siente contradicha en discusiones de ideas. Nerviosa, de una imaginación extremadamente móvil y muy despierta, antes de haber llegado al pleno dominio de sí misma, Teresa debió hablar con desparpajo. Sus pobres palabras sucumben bajo el peso que ella quiere hacerles llevar. Pero, como bien decía, su manera de hablar era agradable. Lo sigue siendo a pesar de que los labios de esta mujer cautivadora estén cerrados para siempre.

Mujer aún, Teresa lo es en la misma estructura de sus ideas. Toma menos el objeto de su pensamiento en la esencia abstracta y sintética que bajo la yuxtaposición de los detalles concretos. Pues no tiene ninguna cultura filosófica. Es, bien considerado todo, una mujer ignorante que ningún sistema solicita en un sentido determinado. Dice lo que sabe, muy simplemente. Siente una gran preocupación por la exactitud, pues su inteligencia es positiva. Busca la precisión y algunas veces se muestra en ello escrupulosa. Salvo en materia de fechas. Armándose un lío con ellas, desvía a sus biógrafos por sus cronologías erróneas. En efecto, para ella sólo importa el hecho.

A medida que su inteligencia se desprende de la vida puramente emotiva, su extremada sensibilidad sensorial se ve reemplazada por un don extraordinario de lucidez psíquica. Esta inteligencia de mujer es de una asombrosa finura de penetración. Instintivamente penetra el menor gesto del alma humana. Unida a su preocupación por la exactitud, esta penetración le dará un pensamiento tan límpido que ni la emoción ni el entusiasmo, siquiera en sus mayores vuelos líricos, conseguirán nunca velarla con un halo sentimental. Su inteligencia, como su imaginación, tiende a la objetivación práctica, al empleo útil.

Pues el análisis minucioso que hace primero de sí misma, seguidamente lo proyecta hacia afuera. Lo que le da un maravilloso conocimiento de los hombres y ese tacto tan sutil que hicieron de la fundadora una gran diplomática»14.

Reconozcamos, pues, a la mujer cristiana sus legítimos merecimientos, mas piensen también ellas que no basta sentirse orgullosa de que alguien de su sexo alcance en la Iglesia tan alta categoría. Es necesario esforzarse por imitar de cerca el ejemplo que Santa Teresa ofrece. Pienso, sobre todo, en las jóvenes, en las mujeres llenas de juventud y de promesas, amenazadas más que nunca de los riesgos de una libertad nociva para ellas y para el mundo. En esta libertad, tantas veces sin freno, cada día podremos hacer menos los sacerdotes para indicarles un camino de liberación plena, el del sentido cristiano de la vida hondo y sincero, porque cada día estimarán menos nuestra capacidad de dirección, si además se desdibuja ante ellas nuestra dimensión sacerdotal, en obsequio a un comportamiento más «de hombres» en una sociedad secularizada. Pero el camino está ahí, y existe. Pues que sean ellas al menos las que lo descubran, y las que lo sigan o lo hagan seguir a sus hermanas de sexo. Y que no llegue su reivindicación a rechazar el intento de quienes queramos simplemente ayudarlas.

  1. Santa Teresa y el alma de la mujer

Nadie duda que Santa Teresa de Jesús es una «figura femenina» de primer orden, con todo el rigor y precisión que encierran esas dos palabras. Su riqueza no se agota nunca porque en ella estalla la vida. A pesar de su «clasicismo», o quizá por eso, y no obstante la tendencia inconsciente a hacer de su carácter y su santidad un cliché fijo, es tanta la vitalidad que bulle en ella y se desborda, que con su figura y su tipo psicológico y espiritual sintonizan las mujeres de todos los tiempos, también las de hoy, si se les sabe presentar bien. Hay una forma de «ser», cuyo ideal es Teresa de Ávila. Hay unas cualidades que son teresianas: simpatía, amor a la verdad, generosidad, alegría, riqueza interior, decisión, lealtad, claridad, intuición, conocimiento del mundo y de los hombres, capacidad de entrega.

Ella sabía de su fuerza, de su fuerza concreta de mujer. Es significativo el capítulo V de su Vida en que pone de manifiesto la influencia de la mujer sobre el hombre y escribe aquella frase: «creo que todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven inclinadas a virtud»15. Y al P. Gracián le dice con su desenvoltura y gracia natural: «creo que entiendo mejor los reveses de las mujeres que vuestra Paternidad»16.

Valoraba grandemente las posibilidades de la mujer en la vida del espíritu, a pesar de la frecuencia con que se refiere a su pobre condición femenina con una graciosa mezcla de realismo y de ironía. «Y hay muchas más mujeres que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo Fr. Pedro de Alcántara –y también lo he visto yo– que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres y daba de ello excelentes razones que no hay para qué las decir aquí, todas en favor de las mujeres»17. Véase todo el cap. XXXIX del libro de su Vida, en que habla del progreso espiritual de muchas que vuelan como águilas, y pide que no las hagan andar como pollo trabado; o las Cuentas de Conciencia, Relación III, en que refiriéndose a los hombres les llama palillos de romero seco (y habla de sus debilidades), que en habiendo algún peso de contradicciones o murmuraciones se quiebran.

Santa Teresa tuvo alma de esposa y madre, que eso es una mujer cuando vive la riqueza de su ser, aun cuando haya consagrado su virginidad a Dios. La mujer cabal sabe pasar todas las cosas por su corazón, porque ama; y también por su cabeza, porque intuye y previene. Todo lo pasa por sí misma y lo convierte en dato personal, para abrirse mejor al otro y responder a su llamada. Se compenetra con todo. Está próxima a la naturaleza; es naturaleza, porque lleva la vida. No teoriza, vive preocupada y encarnada en lo que hace. Penetra el mundo, los acontecimientos y las personas con su intuición. Vive con energía, con solicitud, con delicada ternura. En lo que la rodea, no ve objetos de estudio abstracto, sino «seres vivos» con los que hay que establecer contacto, a los que hay que acoger, escuchar, dar respuesta. La mujer posee la dinámica maravillosa de la adaptación. Cuando ama, no sabe contar ni medir. Es firme y fuerte sin gritos ni exhibiciones. Tiene fe y es piadosa. Las palabras privación y sacrificio tienen para ella un sentido: disponibilidad para la entrega de sí misma. Y orgullosa por su capacidad de darse, conoce, no obstante, sus limitaciones y se hace humilde.

¿No es todo esto lo que brilla en el carácter y la vida de Santa Teresa? Basta un ligero contacto con su obra –en el doble aspecto de la reforma del Carmelo y en sus escritos– para ver con toda claridad cómo se sentía ella esposa y madre.

Esposa de Cristo. Su manera de ser, pensar, sentir, actuar, hablar, vivir, lo refleja constantemente. «No hay quien nos quite decir esta palabra a nuestro Esposo, pues le tomamos como tal cuando hicimos la profesión»18.Es cierto que todas las mujeres consagradas a Dios se llaman esposas del Señor, pero lo importante es vivirlo con intensidad y hacer que ello trascienda palpable y vitalmente a la monotonía y la rutina de cada día y a los momentos decisivos. «O somos esposas de tan gran Rey, o no. Si somos, ¿qué mujer honrada hay que no participe de las deshonras que a su Esposo se hacen?»19.«Razón será, hijas, que entendamos con quién estamos casadas»20.

De esta actitud profunda viene, sin duda, el gran equilibrio de Teresa de Jesús, y el atractivo de su espíritu y su persona. Su fuerza de mujer, su delicadeza y ternura tuvieron un cauce infinito. Había sitio para todo lo que echaran en él. «La tenía tan rendida, que no sabía, ni quería más de lo que hiciera y quisiera hacer con ella», nos dice textualmente en el capítulo de las Moradas. «El amor hace tener por descanso el trabajo… Sólo amor es el que da valor a todas las cosas»21. Las citas se harían innumerables.

De este amor suyo a Jesucristo brotó su otro amor de madre –Mater spiritualium– como en ley natural brota el amor al hijo del amor al esposo. «De esto sirve este matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras»22. El amor verdadero va más allá del propio esposo y se encama en el hijo, en el cual se perfecciona. La verdadera esposa y madre no trata de «aprisionar» con su amor, sino que aceptadas las renuncias que la vida impone, vive cumpliendo su grandiosa misión, que es colaborar en el destino propio, personal e individual de los seres a quienes ama más que a su propia vida. De esto nace la espléndida exclamación de Teresa: «Mil vidas daría yo por salvar una sola alma de las muchas que se pierden»23. «El amor jamás está ocioso»24. «Esta fuerza tiene el amor cuando es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos»25. «Si pudiera ser parte, que siquiera un alma le amase más y alabase por mí, me parece importa más que estar en la gloria»26.«Los que verdaderamente aman este Señor, qué poco descanso podrán tener si ven que son un poquito de parte pura que un alma le ame más»27.

  1. Santa Teresa y la consagración de la mujer a Dios en la vida religiosa

Esta capacidad de amar, de que Santa Teresa estuvo tan ricamente dotada, se desplegó en una única dirección: la de la verdad y la vida de Dios, a la cual se consagró. Durante los años que pasó en el Monasterio de la Encarnación forjando su personalidad religiosa, se percibe una lucha constante, no entre dos amores, el del mundo y el de Dios, sino mucho más singular y profunda. Diría que fue la lucha entre dos concepciones de la consagración: la que podríamos llamar de renuncia, meritoria siempre pero psicológicamente incompleta, y la de entrega ardiente con lodo lo que una persona es y tiene. Este es el secreto de aquella gran mujer.

Se percibe en ella, mejor que en muchas otras, la transformación, sin quebranto y merma de su encantadora condición humana. Todo queda sublimado y enaltecido. Y es que, para ser religiosa, lo primero que se necesita es ser mujer, o como escribió León Bloy: «Cuanto más santa es una mujer, más mujer es», citado por Dominique Deneuville, en su libro Santa Teresa de Jesús y la mujer, p. 164. Entendámoslo. No pretendo hacer apologías necias. La mujer, como el hombre, tiene sus propios y graves fallos. Y cuando se trata de consagrarse a Dios, es evidente que el alma –de una mujer o de un hombre– no puede detenerse en una contemplación narcisista y roussoniana de su propia índole, tan necesitada de corrección continua, y tan expuesta a todas las miserias. Ello no obstante, la mujer que se consagra a Dios, consagra la integridad de su condición femenina, de todo su ser, de su particularidad propia. No es lo mismo reprimir o ahogar que canalizar, aunque esta canalización discurra por cauces sobrenaturales.

La verdadera consagración a Dios no puede estar ajena a nada de lo que es vida, porque entonces no se consagrarían personas ni vidas humanas, sino seres devaluados y deformes. Se trata de una consagración a la Vida, al Amor, a la Plenitud, a la Verdad, a la Belleza sumas, y ello exige una purificación constante y una radical elevación de la mirada y del afán interior, pero no excluye nada de aquello que en el orden de las vivencias internas engrandece a una mujer cuando se entrega a una criatura. Dios no es un vago Absoluto. Es el Ser Personal. Nuestra riqueza individual y nuestra personalidad son creación suya, hecha a su imagen y semejanza. La relación con Dios no es caer en un abismo inseguro y diluidamente misterioso. Tampoco puede ser menor, ni igual por supuesto, a la relación con otra persona humana. Semejante, sí, pero infinitamente más honda, más plena, más eficiente, solamente marcada por nuestra condición de criatura y por consiguiente sometida a la fe y a la esperanza.

Creo que el gran equilibrio de Santa Teresa de Jesús vino de que supo vivir intensamente su vida de mujer y canalizar al servicio de Dios todas las fuerzas que latían dentro de su rica personalidad sin destruir ninguna, más que lo que pudiera haber de inclinación al pecado. Siendo un ejemplo espléndido de humanidad, llega a ser ejemplo no menos alto de elevación sobre todo lo humano y de entrega total a su Señor. Ella consagró a Dios su ser de mujer concreto y real, con su nombre y apellidos, con sus cualidades y limitaciones. Fue natural hasta para vivir la sobrenaturalidad de la ascensión a que Dios la fue llevando. «Sírvate yo siempre, y haz de mí lo que quisieres»28 «Quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida»29. Así, con éstas o con otras palabras, constantemente. ¡Cuánta sinceridad en el amor!

Otro aspecto. Al observar en Santa Teresa la armonía que se dio entre vida activa y contemplativa, se comprende también otro dato importante de lo que es la consagración a Dios. No puede entenderse ni juzgarse ésta con las categorías de lo que corrientemente entendemos por útil y práctico o beneficioso. En Santa Teresa todo es igualmente grande, y todo se influye mutuamente, sus horas de oración y sus trabajos de fundadora, porque todo va dirigido y regulado por la misma fuerza interior: su amor a Dios.

No es más útil para la Iglesia y para el mundo una religiosa que cuida enfermos que la que pasa su vida en el silencio de una Cartuja. Desde el punto de vista cristiano de la vida tan útil es a la humanidad un hombre enfermo que en su sufrimiento ama, sabe sonreír sin amargura, suaviza a los demás incluso el dolor de su propio dolor, se siente querido por Dios y ofrece el testimonio de su fe y su esperanza, como el líder cristiano más fuerte, activo y luchador. Líder que evidentemente habría de tener la misma actitud de espíritu, ya que en caso contrario la comparación sería imposible porque faltaba lo esencial: el amor a Dios. En la consagración es el amor a Jesucristo lo que impulsa y marca, y lleva a vivir y morir por todos, si es preciso, en la cruz de cada día. «Un precioso amor –exclama la Santa– que va imitando al Capitán del amor, Jesús nuestro bien»30. «Por este camino de Cristo han de ir los que le siguen»31. «Cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras»32.

Finalmente, la consagración a Dios es una manifestación en esta vida de cómo hemos de amar en el cielo, «adonde ni los hombres tomarán mujeres ni las mujeres maridos». Va consustancialmente unida al misterio mismo de la vida cristiana de la que es su manifestación más perfecta. Como ella, tiene dos dimensiones fundamentales: desprendimiento y entrega, conforme a las palabras del Señor: «el que quiera venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Como un eco dulce de esta sentencia evangélica, Santa Teresa nos dirá: «Vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección»33. «Hacer su voluntad conforme con la de Dios, en esto consiste la mayor perfección»34. Desprenderse para estar disponible a la acción del Espíritu Santo en servicio de la Iglesia, a través de la cual Cristo quiere darnos la redención y salvación que nos mereció, porque «se comienza a tener vida cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia»35.

Capítulo VII
Santa Teresa y su obra en Cataluña #

Paso ahora a referirme, y lo hago con particular satisfacción, a la influencia de Santa Teresa y su obra en Cataluña. Influencia que fue posible gracias particularmente a un catalán insigne, el cual ayudó muy eficazmente a la Santa. En el capítulo XXIII del libro de las Fundaciones, dice ella:

«En este tiempo entróse un gran amigo suyo —del P. Gracián— por fraile de nuestra Orden en el Monasterio de Pastrana, llamado Fr. Juan de Jesús, también Maestro.»

Era el después célebre P. Roca, natural de Sanahuja (Lérida), nacido en 1540. Graduado de doctor en la Universidad de Barcelona y ordenado sacerdote, llegó a explicar un curso de filosofía «con aplauso de grande ingenio». Pasó más tarde a la Universidad de Alcalá de Henares para completar su formación, en donde hizo amistad con el futuro P. Gracián, tan vinculado a Santa Teresa. Y deseoso de mayor perfección y atraído por la fama de virtud extraordinaria que gozaba el convento de Carmelitas Descalzos de Pastrana, fundado por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, tomó allí el hábito en enero de 1572. La naciente rama de los Descalzos recibió aquel día una ayuda providencial.

«Hombre tan completo, de tanta virtud y letras, cuando aún había tan pocos en la Descalcez, que entonces comenzaba, necesariamente tenía que atraerse la estima de la Santa, que ya había puesto los ojos en él para importantes cargos de la naciente Reforma. Es fama que cuando la Santa supo su entrada en Pastrana y las buenas partes que le adornaban, exclamó: ¡Ya tengo hombre en mi Religión!»36.

Tuvo mucha relación con la Santa, de palabra y por escrito, y en una ocasión se le queja ésta graciosamente: «Yo pensé Vuestra Reverencia tornara por aquí; poco rodeo se le quitó. No debe ser mucho el deseo de hacerme merced, que cuando aquí estuvo Vuestra Reverencia le pude hablar muy poco»37.

Dos grandes servicios, uno de ellos de carácter definitivo, prestó el P. Roca a la Reforma: el de ser celador de los Conventos que se iban fundando para asegurar la observancia, y, sobre todo, su gestión con el Nuncio Mons. Felipe Sega, defendiendo la obra de la Reforma, y las que hizo en Roma hasta conseguir en 1580 el Breve de separación de Carmelitas Calzados y Descalzos. Mucho le quiso y le agradeció Santa Teresa todos sus trabajos.

«La última vez que se vieron los dos, presintiendo la Santa su muerte próxima, dio al P. Roca una prueba de cariño que no hemos visto referida en ninguna parte. Queriéndole dejar un recuerdo, como testimonio perenne del amor que le tenía y del agradecimiento a sus servicios por la Reforma, le dio “el báculo que llevaba en la mano” y que, como es sabido, necesitó en los últimos años de su vida»38.

Muerta la Santa, fue el P. Roca quien introdujo la Descalcez en Cataluña. La primera fundación fue el convento de Carmelitas en 1586, en la Rambla de Barcelona, donde está hoy el mercado de San José. Siguió la de Mataró, de frailes también, en 1588. Y en este mismo año la de las monjas carmelitas de Barcelona, a la que vino como fundadora y superiora la H. Catalina de Cristo, antigua Priora de Soria, cuyo elogio hizo la Santa tratando de disipar los temores del P. Gracián.

«Calle, mi Padre, que Catalina de Cristo sabe amar mucho a Dios y es muy gran santa y tiene un espíritu muy alto y no ha menester saber más para gobierno. Ella será tan buena Priora como cuantas hay.» Y así salió, añade el P. Gracián39.

La influencia religiosa y pastoral de los Carmelitas en Cataluña fue siempre muy notable. Los diversos conventos de frailes y monjas contribuyeron hondamente al florecimiento de la piedad y a la defensa de las costumbres cristianas. En particular, la devoción a San José, tan arraigada en la tierra catalana, es fruto directo de su labor, y Provincia de San José se llamó la de Cataluña, una vez erigida, y a San José fue dedicado el templo de ese primer convento a que nos hemos referido, construido con piedra de sillería procedente del palacio de los antiguos Condes de Barcelona. Llegó a ser un auténtico foco de cultura religiosa y morada de hombres de ciencia teológica.

«Todavía se recuerda con admiración por los amantes de las glorias barcelonesas la magnífica Biblioteca de Descalzos, rica en volúmenes y admirable en organización, que ponían al servicio del público en tiempos en que apenas estaba en uso esta práctica tan útil a la cultura»40.

Se distinguieron los Carmelitas por su heroica caridad cuando la peste asoló la población de Barcelona en 1589 y diez años más tarde en la villa de Bellpuig (Lérida), cabeza de la Baronía del Duque de Sessa. Varios de ellos murieron víctimas del contagio, y en el pueblo sencillo quedó grabado para siempre el ejemplo de abnegación y amor que los religiosos supieron dar.

Las fundaciones se sucedieron con el tiempo y llegó a haber en Cataluña 13 conventos de frailes y seis de monjas, siempre con abundantes vocaciones. Hoy son 16 monasterios de monjas Carmelitas, cuatro de ellos en la Diócesis de Barcelona, y seis conventos de frailes.

Otras instituciones #

Prueba admirable de la fecundidad del árbol teresiano en Cataluña son las instituciones que surgieron más tarde, nacidas de su raíz y alimentadas con su savia. Entre ellas, hemos de citar a las Carmelitas Misioneras Descalzas, las Carmelitas Descalzas Misioneras y los Hermanos Terciarios Carmelitas (hoy extinguidos). Las tres Congregaciones han tenido como fundador al célebre P. Palau, Carmelita Descalzo, natural de Aitona (Lérida).

También las Carmelitas Teresas de San José, fundadas por Teresa Guasch y Toda, y las Carmelitas de San José. De todas estas Congregaciones y de sus obras de apostolado han brotado innumerables frutos de vida espiritual y religiosa que son gozo legítimo de la Iglesia en Cataluña y tributo de reconocimiento al espíritu de Santa Teresa.

Don Enrique de Ossó y la Compañía de Santa Teresa de Jesús #

He aquí otra espléndida manifestación de la influencia de Santa Teresa de Jesús en Cataluña. El venerable sacerdote de Tortosa, don Enrique de Ossó es una figura de primera magnitud en el clero secular español del siglo XIX. Su celo sacerdotal y sus actividades apostólicas fueron extraordinarios. Pero todo en él quedó envuelto y como penetrado por la devoción y el amor a Santa Teresa de Jesús, cuyas obras empezó a conocer y meditar, puede decirse que desde niño.

Fundó la «Revista Teresiana», que dirigió y escribió en su mayor parte durante 24 años seguidos, mes tras mes, y logró que alcanzase más de 2.000 suscriptores, cifra notabilísima entonces. Creó la Asociación de jóvenes católicas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús, elevada más tarde al rango de Archicofradía Teresiana, y de tal modo la propagó por Cataluña y por toda España que llegó a tener 130.000 asociadas, muchas de las cuales recibieron una formación excelente.

Pero su obra cumbre, a la que dedicó desde que la fundara en 1876 todas las restantes energías de su vida, fue la Compañía de Santa Teresa de Jesús, Congregación Religiosa de mujeres dedicada al apostolado de la oración, la enseñanza y el sacrificio. Nacida en Tortosa, se consolidó en Barcelona, donde pronto se estableció la Casa Madre, y se extendió rápidamente por toda España y diversos países de América. El teresianismo ardiente de don Enrique tuvo a partir de entonces un cauce tranquilo y sereno, que auguraba su continuidad y permanencia, el de las Religiosas Teresianas, que, formadas ellas en la doctrina y en el espíritu de Santa Teresa, formarían igualmente a las miles y miles de alumnas que de ellas han recibido y siguen recibiendo educación humana y cristiana.

Nunca se agradecerá bastante a este sacerdote catalán su colaboración insuperable al arraigo popular de la devoción a Santa Teresa en toda España. Las peregrinaciones que organizó a Ávila, a Alba de Tormes, los libros, folletos y artículos que escribió sobre doctrina y enseñanzas teresianas, particularmente el famoso «Cuarto de hora de oración», en el que lautas personas han aprendido a orar y meditar; sus predicaciones incesantes y, sobre todo, el estilo teresiano que logró comunicar a sus hijas las Religiosas de la Compañía, hacen que pueda ser llamado con toda justicia el paladín de Santa Teresa en el siglo XIX.

Escritores catalanes y Santa Teresa de Jesús.
Palabras del Dr. Torras y Bages #

No es ni puede ser mi propósito en esta Carta Pastoral hacer una síntesis histórica del teresianismo en Cataluña a través de los escritos múltiples de diversos autores. Sólo he querido apuntar esos hechos más relevantes a que me he referido anteriormente, y que demuestran, según se complace en reconocer el P. Silverio de Santa Teresa, que ni en Castilla, ni en ninguna otra región de España, si se exceptúa la Institución Teresiana del P. Poveda, han surgido obras semejantes. Muy de atrás venía la estimación que en tierras catalanas se tenía del espíritu y la obra de Santa Teresa. En Barcelona se editaron los libros de la Santa en 1589, muy pocos meses después de la primera edición hecha por Fr. Luis de León en Salamanca. Aún se conserva algún ejemplar. Extraordinarias fueron también las fiestas religiosas y literarias que se celebraron en Barcelona en 1614, con motivo de la Beatificación de la Santa.

En los tiempos modernos, Balmes escribió sobre ella páginas luminosas. Verdaguer, capellán algún tiempo de las Carmelitas Descalzas de Barcelona, se inspiraba en Santa Teresa y San Juan de la Cruz, para sus Idilis y Cants Mistichs, como afirma Milá y Fontanals. Pero es sobre todo el gran Obispo de Vich, Torras y Bages, el que más certeramente trató el tema de la doctrina y el espíritu de Santa Teresa.

En 1914 escribió una Carta Pastoral titulada «Les Verges Contemplatives», con motivo del tercer centenario de la beatificación de la Santa. En ella habla del Magisterio de Santa Teresa, de su obra de fundadora, de la vida de contemplación, y de agradecimiento por la vocación a la misma. Va dirigida a la Priora y Religiosas del Convento de Carmelitas de Vich. No me resisto a transcribir algunos de sus preciosos conceptos:

«…la Providència del Senyor, que disposa sàviament i paternalment totes les coses, disposà que la meva entrada a la ciutat de Vic per a regir espiritualment aquesta estimada Diòcesi s’efectués en el dia de la festa de la Santa. Per això em considero posat baix la protecció de la meravellosa Dona que Déu Senyor nostre envià al món per a ensenyar els camins de la perfecció i de la santedat de la vida…

…I és tanta l’excel·lència de la doctrina de Santa Teresa, que el seu nom és famós no sols entre la gent espiritual, que s’ha donat a viure segons les màximes de l’Evangeli en les ordres religioses, sinó que fins també entre els mundans qui no estan ensopits en les sensualitats terrenals i conserven un esperit capa? d’interessar-se en la perfecció de l’ànima humana. Perquè ella era amant sobretot de la perfecció, s’enamorà de Deu, i en l’amor i en la contemplació d’Ell, veié obrir-se-li el cel i pogué contemplar les sublimitats de què és capa? la nostra ànima, posada en comunicació amb el Ser perfectíssim qui ens ha creat per a fer-nos semblants a Ell.

La perfecció espiritual és com la medul·la de la Iglesia: la Iglesia, com ensenya Sant Pau, és un cos organitzat, amb diferents membres, lligats pels corresponents tendrums, amb nervis que uneixen les parts del cos que té unitat de vida; però el centre vital, que distribueix la calor pels membres, és la perfecció evangèlica, que mai morirà en la Iglesia de Déu…

…Dins de la Iglesia de Déu, els mals, els vicis y el pecat serveixen per a promoure el bé, la virtut i la santedat, i aquesta llei de la Saviduria eterna la veiem resplendir en Santa Teresa. Visqué en un temps de grans escàndols públics, de pertorbacions, heretgies, cismes, de persecucions i sacrilegis, d’alçament de potestats mundanes contra l’autoritat divina de la Iglesia; però aquesta inundació de mals que negà tantes ànimes en les impures aigües de l’heretgia i del pecat, excità el noble esperit d’alguns filis de la Iglesia a seguir heroicament les petjades de Jesús i a prendre la seva creu per bandera en els combats de la vida…

…L’odi desperta l’amor en les ànimes nobles que no poden sofrir les injuries contra Aquell a qui estimen, i aleshores es complauen en augmentar-li els obsequis. Luter i els altres heresiarques d’aquell temps, qui volien destruir la Iglesia de Jesucrist i de fet li robaren moltes ànimes, ocasionaren un incendi d’amor en Santa Teresa, i trobant ella que sola no basta va per a satisfer el deute d’amorós culte a Jesús que els homes li negaven abolint el sant sacrifici de la Missa, mofant-se deis sagraments, perseguint la virginitat i declarant-la cosa dolenta, desitjà que s’augmentés el nombre de les ànimes amants de Jesús, consagrades al seu culte, dedicades a la seva contemplació; volgué portar-li multitud d’espirituals i santes esposes, qui s’identifiquessin amb Ell, i fecundat el gran cor de la Santa per aquests forts i amorosos sentiments, senti el desig d’ésser mare espiritual per a portar a l’amor de Jesús multitud d’ànimes qui es consagressin a la seva perpètua alabança i al seu servei…

…La vostra gloriosa Mare, amb la simplicitat i saviduria que ella acostuma, dóna la raó de la necessitat que hi ha en la Iglesia de la contemplació divina, per a la perfecció espiritual deis cristians. Dos coneixements són necessaris, segons Sant Agustí, per a assolir la perfecció de la vida: el coneixement de Deu i el coneixement de si mateix. Santa Teresa explica com no s’arriba al verdader coneixement de si mateix si no es té coneixement de Déu. “Mai, diu, ens acaben de conèixer si no procurem conèixer a Déu: guaitant la seva grandesa veurem la nostra baixesa, i mirant la seva netedat veurem la nostra brutícia; considerant la seva humilitat veurem que ens falta molt per a ésser humils.” En efecte, caríssimes filies, per a viure segons la regla de la santedat i de la perfecció, necessitem veure-la vivent, hem de tenir com un exemplar davant del nostres ulls per a imitar-lo, com un pintor per a fer una figura ha d’anar mirant una imatge viva que li serveixi com de guia. Contemplant la perfecció veiem la nostra imperfecció, viem lo que ens falta per a ésser perfets i considerem lo que hem de fer per a arribar a ésser-ho. I Déu, Senyor nostre, el Ser perfectíssim, per a posar-se més a mida de la nostra insuficiència, envia al món a son Fill Unigènit a fer-se home, a fi que veient-lo, fins amb els ulls de la carn, tinguéssim més facilitat d’imitar la perfecció divina…

…La vanitat moderna, caríssimes filies, parla de la solidaritat humana, és a dir, d’aquell llaç de la naturalesa i de la gràcia que lliga ais homes entre si, i parlen pom àticament d’això com si fos un descobriment d’ara: la santa Mare Iglesia, seguint les ensenyances divines, sempre ha tingut com un dogma de fe aquesta comunicació espiritual entre els filis de Déu; i podem dir que tota la nostra religió es funda en aquest principi. Per això és que el vostre ministeri de contemplació divina i de perfecció evangèlica, no és en profit de vosaltres soles, sinó que també de tot el poble. I a l’escriure-us aquesta Carta, i a l’exhortar-vos a seguir les doctrines i els exemples de la Santa Mare ho faig no sols pel vostre progrés en la virtut per a sostenir en la convenient elevació la vostra vocació contemplativa, sinó que també pensant que així vosaltres excitareu amb major fervor el generós Cor de Jesús, el vostre celestial Espòs, en favor dels nostres diocesans les ànimes deis quals el Senyor em té encomanades… »41.

Y antes de ser obispo, en el discurso que pronunció en Barcelona en 1882, con motivo del centenario de la muerte de Santa Teresa, su amor a la Santa alcanzó niveles de expresión como éstos:

«…Su vida es una epopeya en que resplandece de una manera maravillosa el trino carácter de la divina semejanza, propio de todos aquellos que reproducen con expresión verdadera la imagen del Criador soberano, es decir, de los santos; pero esta epopeya de la vida de Teresa viene pintada, excepción tal vez única en la historia humana, con los vivos, pero suavísimos colores del idilio. En nadie la gracia divina es más graciosa ni parece tan natural, la grandeza tan tratable, la sabiduría tan comprensible y la bondad tan comunicativa; por lo cual en ella la gracia helénica debe ceder a la gracia castellana, como la gracia humana debe ceder a la divina. La grandeza o el poder de los políticos y de los guerreros es nada en comparación del de esta virgen inerme, que vence todos los obstáculos, allana todas las resistencias y se hace señora de numerosísimos enemigos, y las santidades más sublimes palidecen al lado de la Santa Madre, cuyo corazón era volcán de amor divino, que con poderosas llamas (y ya sabéis, señores, que no es metáfora, sino verdad muy demostrada) llegó a abrir brecha por donde rebosar afuera…»42.

Capitulo VIII
Reflexión final. Santa Teresa y el hombre moderno.
Su «filosofía» de la vida #

Para terminar, sugiero unos puntos de meditación que me brotan de la pluma merced a una más intensa lectura, la que he hecho estos días de las obras de Santa Teresa. Valen, seguramente, para muchos espíritus fatigados –¡tantos como hoy existen!– y, sin embargo, afanosos de encontrar la verdad.

Sólo nosotros, los hombres, tenemos a nuestra disposición armas poderosas. Nuestro entendimiento no vive prisionero de lo concreto y lo inmediato. Somos de algún modo independientes de las leyes biológicas. Tenemos conciencia de que somos seres libres. Nos creamos nuevas necesidades y jamás estamos satisfechos. El mundo de la religión y de la ciencia ponen claramente de manifiesto nuestra limitación y a la vez nuestra carencia de límites. Podemos reflexionar sobre nuestro destino y somos los únicos seres vivos que tenemos clara conciencia de nuestra muerte. Vivimos en un mundo de valores. Por nuestra capacidad de pensar tenemos una tradición que nos permite aprender más, una técnica, una posibilidad de progreso. Poseemos la riqueza inmensa de poder reflexionar, auto-conocernos, entrar dentro de nosotros mismos. Vivimos la tremenda realidad de nuestra limitación y finitud, y de nuestros anhelos de absoluto, de progreso infinito, de plenitud total.

Para toda esta dura y exigente problemática, los cristianos tenemos respuesta, y no por tenerla es menos fuerte y dramática la vida. Todo lo contrario: la libertad, la responsabilidad, la lucha humana se agrandan en proporciones maravillosas, más dignas todavía que las preguntas que nos inquietan, porque nos abren a «lo que ni ojo vio, ni oído oyó». Es decir, Dios, Dios siempre, el Dios inevitable en nuestro camino. Las «grandes experiencias» cristianas nos señalan la perspectiva real: Dios es Amor, Dios es Vida Trinitaria, Dios es palabra, Dios nos salva, Dios se ha hecho hombre y ha muerto por nosotros en la cruz43.

Santa Teresa de Jesús no supo nada de filosofía, pero supo no ya de verdades, sino de LA VERDAD.«En esta majestad se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las verdades». «Esta verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta verdad»44.Poseía un lenguaje infinitamente superior y en cambio le faltaba «nuestra moneda», la moneda de nuestro razonamiento filosófico que investiga la verdad.«¡Oh, válame Dios, qué maravillas hay en este encenderse más el fuego con el agua, cuando es fuego fuerte, poderoso, no sujeto a los elementos, pues éste, con ser su contrario no le empece, antes le hace crecer! Mucho valiera aquí poder hablar con quien supiera filosofía, porque sabiendo las propiedades de las cosas, supiérame declarar, que me voy regalando en ello y no lo sé decir, y aun por ventura no lo sé entender»45.Nuestro mundo es un mundo lleno de sentido, en el que «todo depende del amor con que se hace, si va por amor de Dios»46,porque«el Señor no mira tanto la grandeza de las obras, como el amor con que se hacen»47.

¿Qué es el hombre? ¿Qué somos realmente nosotros mismos? «Nuestra alma es como un castillo, todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos… no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde Él tiene sus deleites. Pues, ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleite? No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad. Y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios; pues Él mismo dice que nos creó a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima. ¿No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quiénes somos? ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese, ni supiese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotros cuando no procuramos saber qué cosa somos… qué bienes puede haber en esta alma, o quién está dentro de esta alma, o el gran valor de ella pocas veces lo consideramos»48.Un castillo con el que quiere expresamos todo el sentido de nuestra vida, nuestra relación con Dios, el Absoluto, el Misterio.

No tiene ninguna vinculación, pero me viene al pensamiento la obra de Kafka: «El Castillo». También él quiere expresarnos nuestra relación con el Absoluto. ¡Qué contraste! La obra pone de manifiesto el drama del «hombre» –todos los hombres– que busca siempre «vivir», «habitar» en los pueblos y ciudades en las que está de más y no se cuenta con él. Terrible y sombría imagen, verdaderamente angustiosa por la pérdida total de la esperanza del hombre que no encuentra acceso al Castillo. No hay posibilidad de comunicación. Todas las comunicaciones están rotas y desconectadas. Nunca llega la salvación, siempre es tarde.

Castillo, maneras de regar un huerto, matrimonio espiritual, el gusano de seda… metáforas y comparaciones –que como dice ella no puede excusar por ser mujer– en las que encuentran sentido la acción más pequeña, las exigencias del amor más fuerte, los impulsos y realizaciones más grandes y heroicas. Geniales intuiciones las de Teresa de Jesús, maravillosas explicaciones entre la cercanía y lejanía de Dios. ¡Qué sencilla y hondamente expresa esta gran mujer nuestro peregrinaje a la búsqueda de Dios!, porque somos eso, eternos peregrinos que vamos en Su busca. Podemos ver el Camino, conocer la Verdad y tener la Vida. Hay que vencer las etapas para llegar al término de nuestro viaje y«cuántos quedan al pie que pudieran llegar a la cumbre»,y dan«mucha lástima porque parecen como unas personas que tienen mucha sed y ven el agua de lejos, y cuando quieren ir allí hallan quien los defiende el paso al principio y medio y fin. Acaece que, cuando ya con su trabajo, y con harto trabajo han vencido los primeros enemigos, a los segundos se dejan vencer y quieren más morir de sed que beber agua que tanto ha de costar… y por ventura estaba a dos pasos de la fuente de agua viva que dijo el Señor a la Samaritana que quien la bebiere no tendrá sed»49.

Vida para Santa Teresa es este viaje de ascensión hacia la Verdad y el Amor donde todo tiene sentido y explicación. La incógnita, lo incierto, lo inseguro está en la actitud personal de cada uno, en la respuesta a la Palabra que nos ha sido dada. «Vida es vivir de tal manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida»50.Ella habla constantemente de ese tremendo contraste y hasta misterio que es la vida humana: grandeza-debilidad.«Las cosas del alma siempre se han de considerar con amplitud, anchura, grandeza»51.Nos repite constantemente que nuestro entendimiento no puede llegar a comprenderla. Pero también sabe perfectamente de nuestra miseria y bajeza, y no en plural, sino en la suya propia.«Somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra»52. «Vamos muy cargados de esta tierra de nuestra miseria»53.«Muchas veces me veo, Dios mío, tan miserable que ando a buscar qué se hizo de vuestra sierva»54.La misericordia de Dios templa nuestro sentimiento: «¿En quién, Señor, pueden así resplandecer vuestras misericordias como en mí?»55.«Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias»56. «La misericordia de Dios me pone seguridad»57. «Muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y esto téngolo por gran misericordia de Dios»58.

El humanismo de Santa Teresa está hecho de espíritu y realidad. Es preciso un ambiente de vida interior, de oración, de trato lleno de amor, amistad y confianza en el Señor, en el que podamos realizar nuestros actos, desarrollar nuestra vida, tan naturalmente como en la tierra se cargan sus frutos de sustancia. El problema fundamental es el conocimiento de Cristo y de nosotros mismos a la luz de Cristo y de su amor redentor y salvador. Todos buscamos la seguridad, la valoración comprensiva, la relación vital con todo. Estamos solos muchas veces y esto ha de ser fuente de riqueza, porque esta soledad nos pone de manifiesto nuestra apertura a Dios. En ella descubrimos nuestra religación a Dios. No estamos «arrojados» en este mundo, aunque muchas veces no entendemos el sentido de nuestro dolor, de nuestra amargura, de nuestro sufrimiento.

Teresa de Jesús vivió en un mundo en el que todos los pasos tenían un sentido: el vivir en Cristo de San Pablo. En él se mueve amando y entregando su vida por todos. Supo perfectamente que crecemos cuando vivimos en el amor y en la fidelidad al Señor, no en la voluntad de poder. La autenticidad de la vida tiene para ella unas bases muy claras y al alcance de todos: verdad, lealtad, honradez, amor verdadero. El trabajo, nuestro oficio y profesión propia nos unen a los demás, tienen el poder de reflejar la cualidad humana. «No hayáis miedo se pierda vuestro trabajo»59, y «Procurad tomar trabajo por quitarle al prójimo»60. Es la mujer de acción, de acción puesta al servicio de su oración y de su seguimiento de Cristo. El mensaje de Teresa es un camino a Dios a través de todo lo humano que no separa la vida del espíritu de la vida real. Ella sabe del peligro de vivir sin estar presente verdaderamente en la vida. «Enseña con obras lo que por palabra por ventura no lo entenderá»61. «Si estáis aprovechadas, se entienda en las obras»62. «Vosotras diciendo y haciendo, palabras y obras»63. «Este amor que tenemos ha de ser probado con obras»64. Ella asumió su propia vida con toda la responsabilidad sin descargarla en nadie, siendo realmente humana para servirse de todos los medios que tenemos a nuestro alcance: consejo, orientaciones, relaciones humanas, pero cuidado «mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo. Procurad tener limpia conciencia y humildad… y creer firmemente lo que tiene la Madre Santa Iglesia»65.

La obra de Teresa de Jesús tiene todas las condiciones de un mensaje deliciosamente humano y divino. Es una fuerte llamada al descubrimiento de nuestra intimidad, de nuestra riqueza. Esta actitud, por esencia, por naturaleza, exige la comunicación, la entrega de todos los bienes a los hermanos: «pide hacer grandes obras en servicio de Nuestro Señor y del prójimo y por esto huelga de perder aquel deleite y contento, que aunque es vida más activa que contemplativa cuando el alma está en este estado, siempre están casi juntas Marta y María, porque en lo activo y superior obra lo interior y cuando las obras activas salen de esta raíz salen admirables y olorosísimas flores, porque proceden de este árbol de amor de Dios y por solo Él sin ningún interés propio»66. «Paréceme que debe ser uno de los grandísimos consuelos que hay en la tierra, ver uno almas aprovechadas por medio suyo»67.

El hombre actual, tan torturado y empequeñecido, a pesar de su grandeza, necesita más que nunca de una mano que le ayude a trabajar en esa búsqueda y a gozar del encuentro. Dios otra vez y siempre.

Barcelona, 8 de septiembre de 1970.

Apéndice #

Con ánimo de invitar a la reflexión, sobre todo a los sacerdotes y personas de formación teológica, he creído conveniente transcribir a continuación unas páginas del libro (trabajo de Tesis Doctoral) «La Persona Divina en la Espiritualidad de Santa Teresa», del P. Ángel M. García Ordás, O.C.D. Constituyen un punto de vista profundo y serio que puede servir para comprender mejor los fundamentos teológicos de la vida sobrenatural en las almas y, desde luego, para saber apreciar y respetar al menos los fenómenos de la vida mística, tan tristemente desestimada en el ambiente religioso de hoy.

Las nuevas orientaciones de la gracia #

Un signo de los tiempos modernos es la preocupación por lo vital y concreto. En teología se ha centrado esta preocupación en los temas más vivos y existenciales.

Aquí nos interesamos solamente de las preocupaciones actuales sobre la gracia divina. El tema de la gracia ha sido uno de los preferidos en los últimos años. Entre los diversos aspectos estudiados y clarificados, merece especial atención el aspecto personal de la gracia divina. Se trata, en definitiva, de una orientación nueva de toda la gracia, ya que el aspecto personal toca directamente su esencia íntima.

El aspecto personal de la gracia divina no se limita a una nueva orientación del tratado de Gratia; es una realidad que tiene repercusión en la teología, en la espiritualidad y en toda la concepción de la divina revelación.

En la Sagrada Escritura aparece este aspecto personal como una revelación progresiva de la Presencia divina de Dios a su pueblo. Dios elige a su pueblo y se manifiesta personalmente culminando con la venida de Cristo y la manifestación trinitaria.

El aspecto personal de la Revelación y de la fe es una de las líneas maestras de la teología. La Revelación es una actitud personal de Dios, es una Persona que habla y se presenta saliendo al encuentro del hombre. Si reducimos la Revelación a la manifestación de proposiciones doctrinales, olvidamos el núcleo íntimo y central que la anima y vivifica. La Revelación divina es una autorrevelación y una autodonación personal.

Si la Revelación es una actitud personal de Dios, la fe es una inclinación interior y personal del hombre, que responde a la llamada divina. La fe del cristiano se centra principalmente en la Persona divina: Credere Deo; el asentimiento a las verdades y proposiciones doctrinales está ligado a esta realidad primaria. La fe es un encuentro personal con el Dios personal que se ha revelado. Es una relación interpersonal.

Es inútil insistir aquí en el influjo mutuo entre la teología y la espiritualidad en esta vertiente del aspecto personal. Este es precisamente el fin de este artículo, y de esto mismo tratamos en la primera parte.

Señalado el influjo de esta orientación personalista en el campo de la teología y materias afines, tratamos ahora de presentar los aspectos fundamentales de la tendencia personalista de la gracia.

Desde el siglo XVI, el tratado de Gratia se centraba principalmente en los problemas de la gracia actual y en la renovación ontológica del hombre originada por la gracia santificante. Durante cuatro siglos casi no se dio interés al aspecto personal e increado de la gracia.

Un artículo del P. De la Taille, publicado el año 1928, proponía una nueva concepción de la gracia. En lugar de considerarla como accidente y como cosa, De la Taille la reduce a una comunicación del Acto Increado a la criatura. Es una actuación creada por el Acto Increado.

Las objeciones presentadas a la nueva teoría referentes a la confusión entre lo natural y lo sobrenatural, la causa eficiente y formal, y sobre todo por su concepción de una actuación no informativa, no han oscurecido la intuición central del P. De la Taille.

El año 1953, G. Philips hacía una revisión del tratado De Gratia anotando deficiencias y señalando vías nuevas. Elegimos dos ideas centrales apuntadas por el autor:

La gracia es una comunicación personal de Dios, así aparece en la Revelación divina y en la tradición griega. La gracia es inseparable de las Personas divinas; no es una cosa que posee el hombre como un tesoro, sino una comunicación personal.

Esta comunicación personal transforma al hombre y produce en él una tendencia total hacia las Personas divinas que inhabitan en el alma.

Podemos sintetizar estos dos puntos del modo siguiente:La gracia es la comunicación personal de Dios–no una cosa–que imprime en el hombre un dinamismo nuevo y una capacidad de poseer progresivamente las Personas divinas.

Estas dos ideas centrales de la gracia divina han sido desarrolladas posteriormente por varios autores. Hoy se tiende a considerar la gracia no como una perfección ontológica del hombre, sino como un encuentro o presencia personal de Dios.

En los escritos de K. Rahner encontramos este nuevo enfoque y orientación de la gracia estudiados con rigor y con abundante documentación.

Rahner, criticando el extrinsecismo que se ha asignado a la gracia en sus relaciones con la naturaleza, al considerar a ésta en el hombre como una realidad óntica, física y acabada en sí con la sola posibilidad de un revestimiento de la gracia, expone su pensamiento del modo siguiente:

El hombre no es una realidad óntica cerrada, sino una realidad ontológico- personal, abierta a la acción de Dios en él. Esta apertura del hombre a la acción sobrenatural de Dios, llamada por Rahner «existencial-sobrenatural», es el fundamento de la gracia. Es más acertado expresar esta realidad en categorías personales (amor, intimidad, comunicación personal) que en categorías filosóficas de ontología puramente formal (cualidad, accidente).

Asentadas estas ideas fundamentales, pasa Rahner a exponer su pensamiento sobre la gracia:

En la Revelación y en la tradición griega la gracia aparece como una comunicación personal de Dios al hombre. Los dones creados son una consecuencia de esta comunicación de Dios. En la «especulación escolástica», por el contrario, la inhabitación divina aparece como una consecuencia de la gracia creada.

Para Rahner, estas dos diversas concepciones de la gracia provienen de la separación de la gracia creada de la increada. Su solución consiste en la unión y jerarquía de estas dos realidades.

La naturaleza de la gracia se clarifica comparándola con la gloria, que es su complemento. Como en la gloria la comunicación total de Dios será la realidad primaria y determinante, del mismo modo la gracia radica primariamente en la comunicación de Dios. La gracia creada: transformación, filiación…, son consecuencias de la gracia increada.

La gracia Increada y la creada están unidas de tal modo que constituyen dos aspectos diversos de una misma realidad. La causa eficiente deja el efecto fuera de la causa, independiente de ella; por esta vía se ha llegado a la separación de la gracia creada de la Increada. Para unirlas, Rahner aplica a la gracia la causa formal.

Las dos ideas centrales de la gracia: comunicación personal de Dios y transformación progresiva del hombre son una realidad que tiene dos aspectos diversos. Dios comunicándose transforma al hombre. No puede haber comunicación personal de Dios sin la consiguiente transformación del hombre; a mayor comunicación personal corresponde una mayor transformación.

Rahner ha clarificado la unión de la gracia increada = comunicación personal de Dios, con la gracia creada = transformación del hombre y la principalidad de la primera.

J. Alfaro, desarrollando de un modo propio las reflexiones de Rahner, insiste en un punto concreto: la evolución de la transformación del hombre causada por la comunicación personal de Dios. Se trata de examinar la capacidad receptiva de la persona creada.

El hombre en cuanto persona tiene una capacidad ilimitada de apertura y comunión con la Persona divina. El ser persona creada limita esa capacidad y sólo podrá romper esos limites recibiendo en sí a la Persona divina.

En la Visión quedará totalmente superada la tensión de la persona creada, la dualidad sujeto-objeto… Entonces la autoconciencia “es en lo más íntimo de sí misma una participación del Espíritu Subsistente Infinito y una aspiración a conocerlo en sí mismo; por eso, cuando el espíritu finito llega a la unión inmediata con Dios, se hace auto-transparente en su más íntima profundidad…».

«La gracia increada y la gracia creada se relacionan entre sí como la donación personal del mismo Dios y su efectiva recepción en el hombre, que determina en él una capacidad interna de autodonación a Dios…».

La comunicación personal de Dios y la capacidad de comunicación personal que se sigue en el hombre son las dos realidades centrales de la gracia.

Las nuevas orientaciones de la gracia y la experiencia teresiana #

La comunicación personal de Dios, que transforma al hombre, creando en él una tendencia o capacidad progresiva de respuesta a la donación personal de Dios, era la idea base de las nuevas orientaciones de la gracia. De la simple confrontación de esta idea con la experiencia teresiana podemos deducir un acuerdo perfecto en sus líneas generales.

Santa Teresa, sin tener ideas claras sobre la gracia, nos presenta una vida espiritual cimentada y caracterizada por contactos y encuentros personales con las Personas divinas. Este encuentro y donación de Dios ha ensanchado su capacidad de respuesta haciendo posible una comunicación personal permanente y definitiva. Pensamos que la tendencia personalista de la gracia puede ser respaldada y enriquecida con la experiencia mística.

Presentamos una simple línea de la evolución personalista de la experiencia teresiana. Después veremos la progresiva capacidad que produce la clonación personal de Dios y examinaremos la fase final del progreso místico. No nos detenemos en particularidades, ya que hemos dado una línea de la evolución espiritual teresiana en la segunda parte.

La oración inicial de Teresa está centrada en la Persona de Cristo. El Señor, término de sus relaciones personales, es un amigo, un hermano, un padre. Cristo lo llena todo en estos momentos. Podemos destacar dos notas típicas de estas relaciones interpersonales: a Teresa le agrada acompañar a Cristo en los lugares donde está más solo y afligido: Huerto, Columna…, y se esfuerza por representar y renovar en su interior sus estados íntimos.

Un hecho capital anima los principios de la vida mística teresiana: El descubrimiento directo de la presencia personal de Dios en su alma. Este descubrimiento es decisivo para la orientación de toda su vida espiritual. Si Dios mismo habita y está con nosotros, no es necesario representarlo externamente, basta centrar la vida espiritual en el Dios interior que mora en ella.

Las visiones de Cristo en carne gloriosa encauzan el dinamismo afectivo de Teresa hacia la hermosura del Ser Increado y la libran de una de sus mayores dificultades. Entre la multitud de visiones destacan las que revelan la Persona de Cristo y de Dios. Las otras visiones son instrumentales; su razón de ser es procurar una mayor comunicación personal.

El año 1571 descubre Teresa por primera vez. a la Santísima Trinidad en lo interior de su alma. Desde este año las Personas divinas y la Humanidad de Cristo serán su compañía habitual.

Esta comunicación progresiva de las Personas divinas –elemento primario de la gracia divina– han ido creando en Teresa una capacidad siempre mayor de posesión de Dios. De esta segunda nota nos ocuparemos ahora.

En líneas generales podemos notar que la transformación y aumento de la capacidad receptiva en Teresa es proporcional a las comunicaciones personales divinas. La comunicación personal divina va preparando una nueva re-creación de la persona humana. Cada comunicación tiene una misión particular:

Cristo la despega de lo terreno y criado; primeramente, con su compañía en la oración inicial, y después encauzando el vigor y descontrol de su afectividad en las visiones.

La presencia de Dios en lo interior de su alma la introduce en una zona de interioridad propia y característica de su espiritualidad.

La presencia de la Trinidad laasocia a los misterios y vida íntima de Dios.

Este proceso lineal producido por las Personas divinas no es tanto una conquista de Dios como objeto experimental cuanto una invasión progresiva de Dios en su vida. Esta invasión, lenta al principio, va ganando terreno a medida que transforma lo humano y pone en tensión a toda la persona de Teresa.

En el artículo anterior examinamos la función de las operaciones divinas en la transformación de la persona de Teresa. De las operaciones externas, percibidas desde fuera y destinadas a concentrar el alma en sí misma, se pasa a las operaciones interiores producidas por un motor divino: brasero, manantial, etcétera, y destinadas a crear una tensión progresiva hacia las Personas divinas, que culmina en una comunión interpersonal.

Ahora veremos brevemente la culminación del proceso transformativo, la paz y serenidad de la persona humana, frutos de la compañía permanente de las Personas divinas.

La superación del obrar humano ha comenzado con la suspensión de las potencias naturales en la primera etapa de la vida mística. Las primeras gracias místicas implican una disminución de la actividad natural.

La operación divina produce dos efectos simultáneos en el alma: uno negativo y previo, suspensión y acomodación progresiva del obrar humano al obrar divino; el otro positivo, comunicación progresiva de las Personas divinas a la persona humana. Estos dos efectos se implican mutuamente.

Las potencias humanas atraviesan un doble proceso: de la actividad natural a la inactividad y de la inactividad a una actividad nueva. La Santa ha ido describiendo minuciosamente este proceso de las potencias: potencias embebidas o absortas cuando no obran, pero tienen conciencia de lo que pasa en el alma; potencias como muertas cuando pierden la conciencia de sí mismas; potencias unidas cuando pierden toda actividad y conciencia de sí mismas.

En la unión queda superada la conciencia ordinaria, despertándose más tarde un «sentido interior nuevo» apto para experimentar lo divino de un modo nuevo y superior.

Después del matrimonio espiritual, sin el impedimento de los sentidos y potencias, quitadas las escamas de los ojos, se descubre una porción interior llamada espíritu, que es centro emisor de todas las operaciones del alma y centro receptor y sensible de la compañía permanente de las divinas Personas.

La persona humana está unida de un modo permanente y definitivo con Dios; está unida en espíritu, en la zona más profunda e interior de su ser. Esta zona no es puramente humana; es la morada de Dios, el punto de inserción de lo divino y humano que ahora el alma descubre misteriosamente.

Al llegar la persona humana a la raíz íntima de su ser descubre allí la mano y la operación de Dios. Lo más íntimo del ser humano es el aliento de Dios, que está dando vida y fuerza al alma.

Todas las operaciones del alma en este estado tienen un principio divino: «Se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma…». La experiencia de las Personas divinas es permanente porque la conciencia del alma es en su raíz una participación del Espíritu Subsistente. Una vez que la persona humana ha llegado en su proceso de ascensión hasta la raíz íntima de su ser y descubre allí la operación divina como principio perenne, queda impresa esta realidad en ella de un modo indeleble. Ha tocado las raíces de la existencia propia, que es una existencia en Dios.

La vida espiritual de Santa Teresa, caracterizada por profundas experiencias de las Personas divinas, culmina en una comunión interpersonal. Sus últimas experiencias son comunicaciones extraordinarias de las Personas divinas. La calidad de sus obras, en este estado celestial, con la compañía permanente de la Trinidad, es tan valiosa y meritoria que «le parece importa más que estar en la gloria».

(De La Persona Divina en la espiritualidad de Santa Teresa, Ángel María García Ordás, O.C.D., Edizioni del Teresianum, Roma, 1967, pp. 126- 135.)

1 Camino de perfección, 1, 2-5, en Obras de Santa Teresa de Jesús, edición en tres volúmenes, BAC 120, 52ss. Todas las citas de escritos de la Santa se refieren a esta edición de la BAC.

2 F. Cayre, Patrologie, libro IV, cap. VIII: Santa Teresa de Jesús.

3 J. Huby, Christus, Barcelona, 1929, 1062-1063.

4 Camino de perfección, 35, 2: BAC 120, 170.

5 L. Cristiani, L’Eglise a l’époque du Concile de Trento,vol. 17 de Fliche-Martin,Histoire de l‘Eglise,453-454.

6 Cf. Enrique J. Pardo,Estudios Teresianos,1964.

7 Exclamaciones, 2: BAC 120, 640.

8 Card. Billot,Nel terzo centenario de la Beatiflcazione di Santa Teresa di Gesú,20.

9 Mourret,Historia de la Iglesia,vol. II, 694.

10 Cf. Ecclesia, n. 1501, artículo del P. Efrén de la Madre de Dios, 26.

11 Hasta nuestros días han sido 21 las traducciones a diferentes lenguas y en total gozan de unas mil doscientas ediciones, ya de obras completas, ya de obras parciales y florilegios. Cfr. el articulo citado en la nota anterior.

12 P. Miguel Ángel De San José, Roma, 1967.

13 Extraído del artículo Teresi di Gesù, publicado por el P. Gabriele Di S. María Maddalena, en la «Enciclopedia Cattolica», XI (1953) 1992-1996.

14 R. Hoornaert, Sainte Thérèse écrivain, Desclée de Brouwer, 1925, 152 y 153; citado por Dominique Deneuville, Santa Teresa de Jesús y la mujer, Barcelona, 1966, 153ss.

15 Libro de la vida, 5, 5: BAC 74, 616.

16 Cartas, 88, 4: BAC 189, 144.

17 Libro de la vida, 40: BAC 74, 871.

18 Conceptos del amor de Dios, 2, 5: BAC 120, 593.

19 Camino de perfección, 13, 2: BAC 120, 120.

20 Ibíd., 22,7: 182.

21 Exclamaciones, 2: BAC 120, 640.

22 Séptimas moradas, 4, 6: BAC 120, 490.

23 Camino de perfección, 1, 2: BAC 120, 53.

24 Séptimas moradas, 4, 9: 491.

25 Fundaciones, 5, 10: BAC 120, 702.

26 Relaciones, 6, 5: BAC 120, 532.

27 Fundaciones, 5, 5: BAC 120, 700.

28 Exclamaciones, 17, 6: BAC 120, 657.

29 Camino de perfección, 12, 2: BAC 120,114.

30 Ibíd., 6, 9: 90.

31 Libro de la vida, 11,5: BAC 74, 653.

32 Camino de perfección, 32,10: BAC 120, 243.

33 Ibíd., 8, 1: 98.

34 Segundas Moradas, 1, 8: 359.

35 Ibíd., 3: 356.

36 P. Silverio de Santa Teresa,Influencia del espíritu de Santa Teresa en Cataluña, Burgos, 1931, 16.

37 Cartas, 122, 3: BAC 189, 217.

38 P. Silverio De Santa Teresa, o.c., 33.

39 Ibíd., 53.

40 Ibíd., 41.

41 J. Torras I Bages, Les vergescontemplatives, carta pastoral, Vich, 20 de octubre de 1914.

42 J. Torras I Bages, Misión de Santa Teresa de Jesús como fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos, Barcelona, 1882.

43 Urs Von Balthasar,El problema de Dios en el hombre actual,233.

44 Libro de la vida, 40, 1 y 4: BAC 74, 868-869.

45 Camino de perfección, 19, 3: BAC 120, 154-155.

46 Fundaciones, 12, 7: BAC 120, 737.

47 Séptimas moradas, 4, 15: BAC 120, 493-494.

48 Moradas primeras, 1 y 2: 341-342.

49 Camino de perfección, 19, 2: BAC 120-153.

50 Fundaciones, 27, 12: BAC 120, 812-813.

51 Moradas primeras, 1, 3: BAC 120, 341-342.

52 Libro de la vida, 10, 6: BAC 74, 648-649.

53 Terceras moradas, 1, 9: BAC 120, 366-367.

54 Exclamaciones, 17, 2: 656.

55 Libro de la vida, 4, 4: BAC 74, 610.

56 Ibíd., 19, 15: 705.

57 Ibíd., 38, 7: 847-848.

58 Moradas segundas, 2: BAC 120, 355.

59 Camino de perfección, 18, 3: BAC 120, 147.

60 Moradas quintas, 3, 12: BAC 120, 408.

61 Camino de perfección, 7,7: BAC 120, 95.

62 Ibíd., 17, 5: 131.

63 Ibíd., 32, 8: 241.

64 Terceras moradas, 1, 7: BAC 120, 365.

65 Camino de perfección, 21, 10: BAC 120, 175.

66 Conceptos del amor de Dios, 1,3: BAC 120, 629-630.

67 Ibíd.