Seminario para un mundo nuevo

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Seminario para un mundo nuevo

Exhortación pastoral, febrero 1977: apud Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, marzo, 1977, 117-122.

Queridos diocesanos: Como otros años, por estas fechas, me dirijo a todos vosotros para hablaros del Seminario. Pongo por intercesor al Patriarca San José para que Dios bendiga los esfuerzos en que estamos empeñados y mueva a la generosidad la conciencia de todos los que pueden ayudarnos con la oración, con la reflexión y con sus aportaciones económicas.

Alegría de tener sacerdotes #

En medio de la dolorosa crisis de la Iglesia, tan obstinadamente provocada en muchos aspectos de la misma, aunque explicable en algunos otros, un pensamiento se sobrepone en mi alma a todos los demás: el del bien inmenso que puede hacer en su vida un sacerdote fiel al Señor. Él es el hombre que por su ministerio puede señalar con objetividad la grandeza del destino humano, mover a la práctica del bien, fundamentar en un amor puro las relaciones humanas, hacer entender el sentido del dolor y de la muerte y mantener irrompible el hilo de la comunicación de los hombres con Dios concretada en la esperanza cristiana o, al menos, en un anhelo vago de inmortalidad que ayuda a vivir. Si no hubiera sacerdotes, los hombres los inventaríamos, aunque fueran ministros de una religión fabricada por nosotros. La prueba es que el sacerdote y las religiones, diversas y extrañas, pero siempre coincidentes en la búsqueda de algo superior, existen en todas partes. Y cuando no, son los sistemas de vida política o social, son las místicas terrenas, los movimientos artísticos o culturales, los que se convierten en algo así como sacerdotes nuevos de cada tiempo y cada hora.

Mas prescindiendo de esta consideración general, y refiriéndonos al mundo cristiano, lo que afirmo es que, donde la fe en Cristo no se ha apagado, la mayor alegría que pueden tener los hombres es la que nace de la presencia de un sacerdote que ilumine su existencia con las palabras de vida eterna y fortalece su fe con los sacramentos. Y la más pesada carencia es también la de verse privados de quien les habla de Dios, perdona sus pecados, les exhorta a la práctica del bien y les conduce al cielo.

A pesar del materialismo de la vida, que no es de ahora, aunque hoy está mucho más acentuado, vivimos en tierras cristianas.

En nuestra Diócesis de Toledo, al igual que en la mayor parte de España, las gentes de nuestros pueblos y ciudades no han renegado de Cristo. Tienen un sentido de la vida que no es pagano. Les envuelve una civilización y una cultura que están impregnadas de valores evangélicos. Tienen costumbres, piedad, fe cristiana. La que tengan, pero la tienen. Más cultivadas unos, más superficial otros. Con defectos que nacen en unos de su farisaica conciencia de selectos, en otros de su ignorancia, en éstos o aquéllos de su debilidad o su concupiscencia. Todos tenemos fallos en nuestra fe y en el modo de vivirla, pero no quisiéramos que esa fe se extinguiera dejando a nuestra alma desertizada y sin rumbo. En estos pueblos y ciudades nuestras se quiere al sacerdote, y yo, como obispo de esta Iglesia de Toledo, desearía que su presencia no faltase nunca. Los otros problemas, distribución del clero, modo de atender hoy a la vida pastoral de las parroquias, cambios en la atención a los fieles como consecuencia del desplazamiento de la población del ámbito rural hacia las zonas industrializadas, etc., existen y deben ser estudiados y resueltos. Pero esto es otra cuestión. Lo que está fuera de duda es que mal podremos distribuir a los sacerdotes en su trabajo, si no los tenemos.

He observado estos años que, cuando hablamos del escaso número de vocaciones sacerdotales, en seguida se oyen las voces de quienes nos dicen que nos alarmamos sin motivo y dan las siguientes razones:

  1. Que antes sobraban, y no debemos volver a aquella situación anterior, cuando en un pequeño pueblo existían cinco o seis sacerdotes, sin apenas actividad apostólica. Contesto que nadie quiere volver a esas situaciones, sino que entre aquello y lo que sucede hoy hay un término medio, que es el que buscamos.
  2. Que todo es problema de acertar en las fórmulas e iniciativas que compensen la carencia actual. Pero luego sucede que las iniciativas se interrumpen apenas iniciadas, que los nacionalismos exacerbados impiden la colaboración, y el número de misioneros disminuye sin cesar.
  3. Que en ciudades pequeñas hay muchos sacerdotes ociosos y sin función pastoral. Y no piensan los que así hablan, en la cantidad de ancianos, jubilados o dedicados a tareas irrenunciables como seminarios, curias, enseñanza, etc.
  4. Que la escasez de sacerdotes –añaden otros– se debe a que antes las vocaciones procedían del mundo rural en su mayor parte, mundo que ahora se despuebla. Consta, sin embargo, que había órdenes y congregaciones religiosas que antaño nutrían sus filas con hijos de familias bien acomodadas, de las ciudades populosas y del mundo industrializado, mientras que ahora tienen sus noviciados vacíos. Luego las causas son distintas.

No, no podemos tomar este problema a la ligera. Queremos sacerdotes para nuestros pueblos y ciudades de Toledo, y que se distribuyan como deban distribuirse, bien estudiada la situación y sus posibles evoluciones, y que existan en número suficiente para que puedan ponerse al servicio de la Iglesia allí donde ésta los necesite.

La Iglesia de las misiones es hoy, cada vez más, la Iglesia de todos los países de la tierra, y hasta es posible que algún día tengan que venir sacerdotes de la India o de África a predicar el Evangelio en Europa, de seguir las cosas como van. Pero será porque existen en número suficiente para ello, es decir, porque se habrá hecho allí lo mismo que no quisiera yo que dejásemos de hacer aquí mientras podamos.

Los seglares y los diáconos #

Dos soluciones apuntan como remedio al problema de la escasez de vocaciones: la de los seglares colaborando en el apostolado, y la de los diáconos permanentes. Son muy precarias.

  1. Los seglares. – Me remito a cuanto escribí sobre este punto en mi Carta Pastoral de 1973: Un Seminario Nuevo y Libre.
  2. Los diáconos. – Sin duda es conveniente instaurar el diaconado. y no como algo supletorio y de emergencia, sino como perteneciente a la estructura de la Iglesia, tal como el Concilio Vaticano II nos impulsa a promoverlo.

Pero los diáconos y otros posibles ministerios que irán apareciendo serán, sí, un complemento o necesario o deseado, y podrán ayudar como ayudan, por ejemplo, los llamados catequistas en tierras de misión. Poco más, aunque, si su número creciera, sería mucho.

Deseamos que se encuentren las fórmulas acertadas para su institucionalización y su desarrollo. No obstante, debemos urgir la conciencia de todos para que esta posible introducción favorezca, en lugar de tranquilizarnos falsamente, la entrega más radical y plena de cuantos sean necesarios al sacerdocio completo, el de los hombres de la Eucaristía y el perdón de los pecados, el de los que actúan «in persona Christi» como rectores del Pueblo de Dios.

Por otra parte, algo significa el hecho de que, diez años después del Concilio, la institución del diaconado se halla desarrollado pobremente. La revista «Effort Diaconal», que se edita en Estados Unidos, en su número de enero de 1975, subrayaba el escaso éxito que esta institución ha tenido en países necesitados como los de misiones. Los datos que daban eran los siguientes:

En USA, hasta ese año, 825 diáconos. En Brasil, 118. En Chile, 60. En otros países de América, 30. En toda Europa, 458; en toda África, 54; en Australia y Oceanía, 12.

Y es que el dinamismo interno y natural del sacramento del Orden pide y lleva al sacerdocio. Cuando las comunidades cristianas viven su fe y la estructura y vida de la Iglesia ofrecen una imagen serena y coherente, no turbada por crisis de pensamiento o de disciplina interna, la respuesta a la llamada de Dios va por su propio peso hacia el sacerdocio. Me gustaría que hubiera diáconos, aunque hubiera sacerdotes en número suficiente: quisiera que los hubiera, con mayor razón si los sacerdotes son pocos: pero ni en una hipótesis ni en otra el diaconado permanente puede solucionar el problema en su completa dimensión interna, ni en cuanto a las necesidades pastorales que se presentan hoy en la Iglesia.

Formación adecuada #

La Campaña Pro Seminario en este año de 1977 habla de Sacerdotes «para un mundo nuevo». Sí, siempre es nuevo el mundo, y siempre viejo. Jesucristo formó a sus Apóstoles –los primeros sacerdotes– para un mundo nuevo. Porque nuevo era el de la cultura griega o romana, o africana, o asiática, al que tendrían que acudir desde su Palestina natal. Del mismo modo que han ido apareciendo continuamente cambios y novedades al compás de los movimientos culturales y políticos en nuestra vieja Europa. Pero los valores evangélicos son siempre los mismos. El Concilio Vaticano II y los documentos posteriores de la Santa Sede –tantos y tan luminosos– nos han dicho cómo tiene que ser el sacerdote de hoy para el mundo de hoy. Debemos seguirlos en toda su integridad, bien conscientes de la oportunidad de adaptaciones necesarias a los diversos lugares, pero igualmente convencidos de que adaptar no es desconocer, ni la innovación puede equivaler a olvido o destrucción de lo que está tan claro y tan experimentado ya. Y no olvidemos que el mundo nuevo, el auténticamente nuevo, lo lleva el sacerdote mismo en su ministerio, porque es Cristo «el eternamente nuevo», quien aporta ese don.

EI Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, en el Congreso Mundial de Vocaciones de 1973, pronunció estas palabras: «No temo afirmar que una cierta ligereza e indiferencia en los directivos de la Iglesia en lo referente a la preparación para el sacerdocio y a la institución de los seminarios han de ser consideradas preocupantes. ¿Es que se puede pensar que la gracia acompañe a quienes desprecian las orientaciones más formales del Concilio? Ninguna dificultad práctica, ninguna experiencia inoportuna pueden permitir saltarse lo que el Espíritu Santo ha mostrado a su Iglesia. Tanto más que las experiencias que se hacen no proporcionan con claridad a los jóvenes lo que legítimamente esperan: una idea del fin, y mucho menos una garantía sobre los medios, tanto desde el punto de vista intelectual como desde el punto de vista espiritual.»

La misma Sagrada Congregación, en Carta dirigida a los rectores de seminarios pontificios y colegios eclesiásticos de Roma, en 1975, no ha dudado en advertir: «El tiempo para el «aggiornamento» de las Bases y el Reglamento nos parece, por lo demás, más que suficiente: las experiencias positivas y negativas de estos últimos años debieran ser para todos de ensayo, de aviso y de guía».

Y Pablo VI ha dicho: «Es evidente que un centro de formación eclesiástica debe, ante todo, saber ofrecer y garantizar una atmósfera, un estilo, una capacidad pedagógica y sacerdotal que respondan a la consecución de sus finalidades específicas. Se trata, en definitiva, de hacer del seminario una escuela que facilite el silencio interior, en el que habla la voz misteriosa de Dios: la palestra para el entrenamiento de las virtudes difíciles; la casa en la que habita Cristo, el Maestro»1.

En esta tarea de renovación fiel del Seminario y de formación adecuada de los alumnos del mismo estamos empeñados con el más vivo afán.

Las familias, los sacerdotes, las comunidades cristianas, parroquiales o no, deben interesarse hasta el máximo por algo que nos interesa a todos.

En nuestro Seminario de Toledo se trabaja con modestia y con ilusión muy noble por alcanzar niveles cada vez más altos. Os pido que nos ayudéis generosamente. Estableced los Jueves Sacerdotales en todas las parroquias para pedir por las vocaciones al sacerdocio. Colaborad con el Secretariado Diocesano de Vocaciones, que tan abnegadamente trabaja en este campo. Y enviadnos también vuestra ayuda económica, indispensable dados los cuantiosos gastos que el Seminario nos exige.

El pasado año la colecta del día de San José aumentó extraordinariamente. Confiamos en que este año los resultados sean aún más positivos. Ordenamos que se celebre esa colecta el próximo día 19 de marzo en todas las iglesias y templos de la diócesis, incluidas las de religiosos y religiosas exentos.

Dios os lo pague, queridos sacerdotes, queridas Comunidades, queridas familias de la Archidiócesis Toledana.

Os bendigo con el mayor afecto en el Señor.

Febrero 1977.

1 PabloVI, discurso en el cuarto centenario de la institución de los Seminarios tridentinos, 4 de noviembre de 1963: apud Insegnamenti di Paolo VI, 1, 1963, 291.