Seminario y sacerdotes para Dios y para el pueblo

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Seminario y sacerdotes para Dios y para el pueblo

Exhortación pastoral, febrero 1982: apud Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, marzo, 1982, 20-23.

Queridos diocesanos: Os escribo una vez más sobre el Seminario y los sacerdotes. Lo haré siempre con ocasión de la Jornada que celebramos en la fiesta de San José o en otras oportunidades. Desearía no tener que extender mi mano pidiendo ayuda económica, pero no puedo evitarlo. Sostener hoy los dos Seminarios, Mayor y Menor, cuesta mucho, a pesar de las pensiones que pagan los alumnos, a la que se une la muy escasa aportación que nos llega de lo que el Estado ofrece para que se distribuya entre todas las diócesis.

Motivo fundamental y más remoto #

Trabajar por el Seminario y ayudar a que surjan y puedan llegar a su fin propio las vocaciones sacerdotales es un empeño apostólico de todo el que ama a la Iglesia de Jesucristo. Él, el Señor, confió a los Apóstoles y a los obispos y sacerdotes que habían de suceder a éstos en el tiempo, la tarea de predicar el Evangelio en toda la tierra. Cuando yo, Obispo de Toledo, trabajo por el Seminario, estoy atendiendo al deseo del Señor, que quiere una Iglesia universal, implantada en todas las naciones, para que todos los hombres se salven. Y la Iglesia no se implantará, si no hay conocimiento de la palabra y vida de Jesús, sacramentos, amor fraterno, fe, esperanza. Para que todo esto exista es necesario el sacerdocio jerárquico, es decir, hombres consagrados que quieran ser y sean sacerdotes de Cristo en el mundo.

Motivo más inmediato #

Pero a la vez, como Obispo que soy de un territorio determinado –esta Diócesis de Toledo– dentro de esa Iglesia universal, tengo que preocuparme de que haya sacerdotes en número suficiente para las comunidades católicas que aquí existen, en la capital, en las villas y ciudades, en los pueblos grandes y pequeños. Digo en número suficiente. No digo uno por núcleo de población por pequeño que sea, ni más de los necesarios. Los suficientes para que la Iglesia que aquí existe se mantenga viva, operante y capaz de propagar la fe que ha recibido. Y naturalmente, si estando en Toledo pensamos en la Iglesia universal, también hemos de pensar, y con mayor razón, en la Iglesia de España entera, que es una parte más amplia que nuestra Diócesis, de esa Iglesia que se extiende por todo el mundo.

Por eso trabajo por el Seminario y ruego y exhorto y pido ayuda a toda la comunidad diocesana para alcanzar los medios adecuados que la formación de los seminaristas exige. Necesitamos que las instalaciones materiales de los edificios estén bien acomodadas, que los estudios y niveles académicos sean elevados, que la vida espiritual ayude a formar hombres rectos en su condición humana y sacerdotes santos en su vida apostólica. Esta preocupación no ha de ser sólo mía, sino de todos los sacerdotes de la Diócesis, de todas las familias, de todas las comunidades.

¿Qué sacerdotes? #

Si me preguntáis qué clase de sacerdotes queremos formar os responderé que no dudamos. Porque no podemos dudar. La Iglesia ha hablado de lo que debe ser el sacerdote, en su continuo Magisterio, con las enseñanzas del Concilio y de los Papas, con su liturgia. Con el ejemplo de los santos. El pueblo sabe distinguir muy bien cuándo un sacerdote es lo que debe ser y cuándo no lo es. El sacerdote santo es un hombre sencillo, muy sacrificado, muy de Dios y, por lo mismo, muy de los hombres, para comunicarles los dones divinos, muy de su tiempo, para descubrir los valores que existen y alentarlos, para ver las dificultades que entorpecen la realización del plan de Dios sobre el hombre y combatirlas como corresponde a los ministros de Cristo, para ver el vacío de Dios que existe en la sociedad y llenarlo con la siembra del Evangelio, que siempre da frutos abundantes. El sacerdote no es, no debe ser nunca, un líder político, un revolucionario, un mero observador de los hechos, equívocamente tolerante, un frívolo, un mundano. Él tiene la fuente de su alegría y su paz interior en la oración, en la Eucaristía, en la conciencia de lo que realmente es como llamado por Cristo a seguirlo sólo a Él, arrodillado ante Dios para adorarle y ofrecerle el sacrificio de la Nueva Alianza, y entregado a los hombres para darles lo que por sí solos no tienen y tanto necesitan. Entonces es cuando alimenta y difunde la esperanza.

Dudar de esto a estas alturas es una insensatez. Dejar en suspenso esta doctrina, porque tal o cual cuestión bíblica o teológica demandan mayor aclaración, es confundir la catedral con las sombras que la rodean.

Necesidad #

Los hombres de nuestro tiempo necesitan del sacerdote y seguirán necesitándole siempre. ¡Qué bien se advierte lo que es el tesoro de la redención cuando vemos, por ejemplo, al Papa en su reciente viaje por países africanos despertando alegría y esperanza en las muchedumbres que le acogen!

El sacerdote, hoy como ayer, va bendiciéndolo todo. Pero es Dios el que bendice por medio de sus manos. Desde la cuna hasta la sepultura, el hombre que nace y que muere cada día tiene en el sacerdote un amigo, un hermano, un padre que le ayuda a vivir y le enseña a morir.

Los sacramentos del bautismo, de la penitencia y el perdón de los pecados, de la Eucaristía, de la unción última, son como el aleteo misericordioso de Dios sobre la vida humana. Cuando todo termina, la palabra de la liturgia que el sacerdote pronuncia junto al agonizante es un canto a la vida que se espera. Cuando la juventud, en los años de la imaginación ardiente, canta las canciones del amor o la protesta, el consejo del buen sacerdote ayuda a caminar con los pies en la tierra, sin exaltaciones alocadas ni encogimientos paralizadores. Y en el hogar, es decir, en la familia, la fuerza que la sostiene y la purifica o la eleva, viene con frecuencia del sacerdote, que, de una manera o de otra, se hace presente en ella sosteniéndola para que no caiga o reconstruyéndola cuando ha caído. La dirección espiritual del sacerdote, con su palabra, con su consejo, con la predicación, en el confesonario, en la charla con estos o aquellos grupos, cuando une a la dirección el respeto a las orientaciones que emanan de la vieja sabiduría de la Iglesia, es un auxilio de eficacia insuperable para el hombre que avanza por el camino de la vida.

Ayudadnos ahora #

Nuestros Seminarios, Mayor y Menor, marchan bien. Pero necesitamos mucha ayuda. Todos los cálculos que hacemos, para el sostenimiento de la institución o para obras de reparación o ampliación necesarias, se vienen abajo ante el aumento del coste de la vida, incesante casi mes tras mes. Hablad a los fieles y disponedles a que respondan con generosidad en la colecta del próximo día de San José.

Pero no os limitéis a esto. Hay que orar mucho por las vocaciones sacerdotales y atender espiritualmente a los seminaristas. Estableced en todas las parroquias los «Jueves Sacerdotales», de oración y plegaria. Hay que volver a lo que antaño decíamos y repetíamos: ¡Dadnos, Señor, suficientes y santos sacerdotes!

Por último, pido a todos que leáis y comentéis esta exhortación en las Misas del día de San José o en las del domingo anterior.

Os bendigo y agradezco mucho todo cuanto hagáis.

Febrero 1982.