Comentario a las lecturas del III domingo de Pascua. ABC, 13 de abril de 1997.
Estaban los discípulos hablando de lo sucedido a los dos de Emaús, y de cómo éstos le reconocieron al partir el pan. Lo comentaban con los demás, llenos de miedo y de sorpresa. Y de repente se apareció Jesús en medio de ellos, dirigiéndoles el saludo pascual: “Paz a vosotros”. Pero creían que era un fantasma. Y es que, así como la muerte en la cruz les había hecho caer víctimas del mayor desamparo, así la alegría de los dos de Emaús les desconcertó y les hizo desconfiar de lo que contaban. Tenían miedo de confiar demasiado y de que la excesiva credulidad, según ellos, se desvaneciera y les dejase sumidos en una mayor tristeza.
También nosotros necesitamos una gran dosis de alegría, de confianza, de resolución para creer en Él y sacudir nuestras dudas por encima de todo lo que pueda acontecernos. Hay que tener coraje cristiano para seguirle, tanto en el camino de la cruz como en el de la resurrección. Cuando surjan las dudas en nuestro interior, hay que luchar contra ellas y levantar nuestros ojos hacia Dios, revelado en Cristo como Camino, Verdad y Vida.
No tengamos miedo a esperar demasiado del Señor, que es lo que pasó a los discípulos. Tenían miedo a esperar, porque si después no se producía lo que esperaban, la frustración sería mayor. Es lo que nos pasa a nosotros. No nos atrevemos a tener una fe animosa y fuerte en Cristo resucitado, no sea que después las cosas no sean así. Nuestras dudas son producidas por nuestro corazón pequeño, que no se abre a la inmensidad del amor y misericordia del Señor. ¿Es posible realmente la fe sin esperanza gozosa? La esperanza nos hace cristianos abiertos, comunicativos, serenos. Como decía Bernanos, un cristiano triste es un triste cristiano.
Jesús resucitado proclama el mensaje de conversión y perdón de los pecados, como lo hizo al comentar su predicación. En plena alegría pascual, nos insiste el Señor, en lo que ciertamente es el pan nuestro de cada día. Porque nuestra esperanza en Cristo no puede ser un sentimiento frívolo y superficial, como si nos estuviera permitido juguetear con lo que se nos manda y se nos prohíbe. La verdadera esperanza va siempre acompañada del esfuerzo diario para lograr la superación anhelada. Nos redimió sin nosotros, pero no nos salvará sin que aportemos nuestro esfuerzo, para seguirle en su camino. Por eso, comentó san Juan que quien dice conocer a Cristo, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está con él. El discurso misionero de Pedro, provocado por la curación del ciego de nacimiento, tiene el mismo sentido. Dios ha glorificado a Jesús, en Él se cumplió lo que habían anunciado los profetas: por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.
La resurrección de Cristo es la piedra angular de nuestra vida cristiana. Cristo glorificado, igual que el Cristo de Belén, de Nazaret, de su vida pública, de su Pasión y muerte, sigue siendo solidario de toda la humanidad. Tenemos al que aboga por nosotros ante el Padre: Jesucristo, el Justo. Nuestra vocación cristiana es caminar en la luz de la resurrección, por caminos de purificación, de esfuerzo, de observancia de los mandatos del Señor, de conversión continua. Llenos de esperanza y alegría, porque Su Majestad hará que vayamos pudiendo cada día más y más, sin cansarnos, dado lo poco que en realidad dura esta vida, ofreciendo al Señor el sacrificio diario, que se nos presenta, y Dios lo juntará con el que hizo Jesucristo por nosotros, como dice deliciosamente santa Teresa de Jesús.