Sólo palabras, no, comentario a las lecturas del XXVI domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

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Sólo palabras, no, comentario a las lecturas del XXVI domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Comentario a las lecturas del XXVI domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 29 de septiembre de 1996.

Son nuestras propias acciones las que nos configuran. El desorden moral nos arruina personal y socialmente. Las obras buenas nos dignifican y subliman por encima de nuestras debilidades. No es lícito descargar nuestra responsabilidad en el conjunto social, en las circunstancias adversas. La palabra de Dios es una llamada continua a la reflexión sobre la propia vida, y a la oración, para pedir luz, fuerza y discernimiento en un trato de amistad con Cristo.

Un hombre –dijo Jesús– tenía dos hijos. Pidió al primero que fuese a trabajar en la viña y contestó que no quería ir. Pero se arrepintió pronto de haber dicho que no, y fue. Pidió lo mismo al segundo y dijo éste: “Voy, Señor”. Pero no fue. ¿Quién es el que obró como quería el padre? Y contestaron los oyentes: el primero. Fue entonces cuando Jesús pronunció durísimas palabras contra los fariseos y levantó la esperanza del pecador a lo más elevado del cielo. “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os precederán en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros, enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis, ni le creísteis”.

San Pablo nos traza el plan que hemos de seguir, en su carta a los filipenses. Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús. Él se despojó de su rango y pasó por uno de tantos; y actuando como un hombre cualquiera, se sometió incluso a la muerte y muerte de cruz. La humildad divina es de inmensa trascendencia para entender la obra de Dios Padre. Todo cuanto hace Jesús es criticado y aún rechazado. Muere a consecuencia de un proceso entablado contra Él por las autoridades religiosas, pero después se levantó sobre todo nombre y Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.

Dios es ya en la historia de la humanidad un Dios hecho hombre. Dios ha rebasado las formas convencionales. Es un gran misterio de humildad divina; pero esta es la verdadera humildad, que el grande se incline respetuosa y amorosamente sobre el pequeño.

Dios, el creador, el providente, el amor, es humilde, el que ama humildemente. De ninguna manera la humildad y la caridad son virtudes propias de los débiles, y, por lo mismo, rechazables, como se las ha presentado muchas veces. No medir con cálculos humanos su misericordia y su bondad.

De esto saben bastante los padres buenos, los amigos de corazón, que dan más al hijo y al amigo que necesita más; los hombres y las mujeres entregados al servicio de los más pobres. La revelación de Dios en Jesucristo no deja nunca de sorprendernos. No es cuestión de merecer o no merecer y de pagar lo que corresponde. Es cuestión de salvación y redención, para lo cual nuestras medidas humanas no cuentan. Lo concreto, pues, no es pensar en lo mucho que nosotros hemos dado a Dios, sino en procurar amar como Cristo nos amó. Dios es mucho más que un empresario justo. Dios es Dios, y ama y salva a cada uno en particular. La seguridad no está en nuestros años de servicio, sino en su amor.