Prólogo para la obra del Dr. Juan Ordóñez Márquez, titulada «Maternidad plena de María», 1987.
Es para mí un motivo de satisfacción presentar obras pensadas y elaboradas desde nuestro Centro de Estudios de Teología Espiritual. Existen razones peculiares, que acrecientan esta satisfacción, al hacerlo con esta nueva obra mariana y mariológica, que aparece bajo el título de Maternidad plena de María. Fundamentos teológicos de la espiritualidad mariana.
Ante todo, por la oportunidad de su publicación. Soy testigo de que, a principios de marzo del presente año, el autor tenía entregado en imprenta el original íntegro del libro. Un pequeño reajuste ha permitido incorporar a la obra íntegramente el texto magisterial de S.S. Juan Pablo II, su encíclica Redemptoris Mater, publicada el 25 de marzo pasado, con su impresionante originalidad mariológica y su prometedora fecundidad teológica y pastoral en el momento actual de la Iglesia.
De esta manera, el lector podrá disponer, en un solo volumen, del texto íntegro del magisterio pontificio, tan fecundo y sugestivo en su presentación de la espiritualidad original de la Madre del Redentor, y tan diáfano en la proclamación de su “maternidad permanente” en la espiritualidad de la Iglesia y de la existencia cristiana; y al mismo tiempo podrá disponer, gracias a esta obra del Dr. Ordóñez Márquez, de un amplio estudio de profundización teológica, prácticamente en todos los temas que el Romano Pontífice ha abordado en su encíclica. Con no buscada oportunidad, esta obra resulta, así, el primer comentario amplio, de singular hondura teológica y de seguro alcance pastoral, entre los muchos que sin duda habrá de provocar el documento del Santo Padre.
Me consta que su autor no ha tenido que retocar ni un solo párrafo del original. El mismo título que se había asignado a la obra –Maternidad plena de María– recibe ahora su más justo refrendo a lo largo de toda la encíclica. El Papa habla explícitamente de “la otra dimensión de la maternidad revelada por Jesús durante su misión mesiánica”; de que “Ella misma se abría cada vez más a aquella novedad de la maternidad, que debía constituir su papel junto al Hijo” (n.20); de “la nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María” (n.21, cf. n.23); maternidad “que encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia,… el reflejo y la prolongación de su maternidad respecto del Hijo” (n.24); “maternidad en el orden de la gracia que ha surgido de su misma maternidad divina” (n.22); … “una presencia permanente en toda la extensión del misterio salvífico” (n.31). El sentido y el alcance de esta “maternidad plena y permanente de María en la Iglesia” es exactamente todo el contenido teológico y pastoral de esta obra.
El que el autor, miembro de la Sociedad Mariológica Española desde hace tiempo y correspondiente de la Pontifica Academia Mariana Internacional, haya seguido atenta y gozosamente el constante magisterio pastoral del Papa1, le ha permitido “intuir”, en gran parte, el contenido y las perspectivas teológicas, en que se movía el corazón mariano y el magisterio mariológico de Juan Pablo II. Por ello, ahora resultan no sólo coherentes, sino plenamente respaldados por el magisterio pontificio capítulos íntegros de la obra: “María en las fuentes de la existencia cristiana” (cap. II); “María en los orígenes del Cuerpo Místico” (cap. III); “María, una maternidad invadida por el Espíritu en la Iglesia” (cap. IV). Hasta tal punto, que su autor se ha limitado, al presente, a consignar como complemento del aparato crítico, acá y allá, las citas o los párrafos de la encíclica, en que Juan Pablo II ha formulado o explicitado la misma doctrina, que ya aparecía desarrollada en el texto.
Aun la originalidad teológica, ecuménica y pastoral, con que Juan Pablo II ha desarrollado, en la III Parte de la encíclica, la “mediación materna” y su incidencia en la dimensión mariana de la existencia cristiana, puede encontrar su más denso comentario y sus perspectivas teológicas más acertadas en el original y sugestivo estudio teológico sobre “la mediación multiforme de la maternidad divina” (cap. V). “La mediación como ejercicio efectivo de la maternidad plena y permanente en el misterio y en la obra de Cristo… con su integración plena en la Oeconomia salutis… en cuanto mediación singularmente cualificada”. Exactamente, lo que el propio Pontífice sintetiza con esta afirmación textual: “La mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno, que la distingue de las demás criaturas… Brota de su maternidad divina y puede ser comprendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena verdad de esta maternidad… Esta función constituye una dimensión real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia”. (Redemptoris Mater 38)
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Mas la oportunidad de la publicación de la presente obra no se limita únicamente a la garantía doctrinal o al valor especulativo mariológico, que hacen de ella un verdadero tratado de Mariología acorde con la doctrina del Concilio Vaticano II y el magisterio pastoral de S.S. Juan Pablo II. Presenta también un innegable valor pastoral de actualidad.
Se acerca el año 2000, que nadie con mayor realismo pastoral que el Santo Padre está intentando programar como efemérides cristiana y eclesial.
Ya desde su primera encíclica –Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979– sorprendió con una constante de su magisterio pastoral, desde entonces fuertemente subrayada: la Iglesia ¡en situación de Adviento!
Es una expresión bíblica y litúrgica de “responsabilidad ante el futuro”, que él relaciona constantemente con el gran Jubileo a celebrar en la inauguración del tercer milenio de la Redención: los dos mil años del acontecimiento redentor de la Encarnación.
Con el grito profético: “¡Abrid las puertas al Redentor!” proclamó el año jubilar extraordinario de la Redención (1983-1984); como “jubileo de gracia” entre el año celebrado en 1975 y el que se celebrará en el año 2000, el Gran Año Santo de los albores del tercer milenio cristiano… “como un puente lanzado hacia el futuro”2.
La necesaria “mentalidad de Adviento”, con que Juan Pablo II viene intentando proyectar la conciencia, la fe y la acción pastoral de la Iglesia hacia ese acontecimiento jubilar, reclama en “la lógica de la fe y de la encarnación” toda su peculiar dimensión mariana. “La Iglesia entera deberá, pues, tratar de concentrarse, como María, con amor indiviso, en Jesucristo su Señor, dando testimonio con la enseñanza y con la vida de que nada se puede sin Él”3.
No se trata de un marianismo “sentimental o piadoso”, sino de una urgencia de autenticidad receptiva o “adviental”: “su aspecto eminentemente mariano… la coincidencia de la celebración que sitúa a la espera del tercer milenio, hace comprender esa mentalidad de Adviento que distingue la presencia de María en toda la historia de la salvación. Ella, como la estrella de la mañana, precede a Cristo y lo prepara, lo acoge en sí y lo da al mundo; y también en la preparación del Jubileo creemos y sabemos que está presente para disponer nuestros corazones al gran acontecimiento”4.
También la lógica de la historia y el realismo cronológico de los hechos, en la preparación del acontecimiento redentor de la Encarnación, imponen el “prólogo” entrañable de un bimilenario anticipado: los 2000 años de la Natividad de María, la “bendita entre todas las mujeres”, la irrepetible Madre de Dios hecho hombre entre los hombres, la criatura integralmente humana, “la Elegida”, que estrenaba juventud, cuando se vio invadida por el Espíritu, y Sagrario palpitante del Verbo encarnado. Lo que significa que urge apresurarse para que sea cronológicamente realista el bimilenario previo de la Natividad de María.
Desde 1983 se empezó a presentir en la Iglesia la gratificante noticia de su celebración. A Juan Pablo II no sería preciso urgirle demasiado desde instancias eclesiales piadosas; aunque no pocos sectores de la Iglesia se movían ya suplicantes en este sentido.
El IX Congreso Mariológico Internacional, celebrado en Malta (del 8 al 18 de septiembre de 1983), pretendió dejar ante el corazón del Papa este deseo hecho fervorosa súplica. Tras una prudencial espera, contenida en él por la delicadeza de que fueran la Iglesia y sus comunidades quienes se lo pidieran, Juan Pablo II no ha querido esperar más. Y el día 1 del presente año decidía la celebración jubilar del Año “adviental” Mariano, a inaugurar en la solemnidad de Pentecostés (7 de junio de 1987) y a clausurar en la solemnidad de la Asunción de 1988 (15 de agosto)5.
Anunciaba al propio tiempo la encíclica, que ya hoy enriquece el tesoro mariológico de la iglesia, y que sobrepasa con mucho el cometido y valor magisterial de una tradicional Bula de convocatoria del Año Santo. También las fechas acotadas para el acontecimiento jubilar han resultado originales y significativas: desde Pentecostés hasta la Asunción. Es decir, el tiempo intraeclesial histórico, en que se inauguró y desarrolló inicialmente la “maternidad plena de María” en y desde la propia Iglesia naciente en el tiempo, hasta que, por su Asunción, se perpetúo esta maternidad permanente y plena para todo el futuro de la Iglesia desde los cielos.
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Un bimilenario mariano, montado sobre una evocación cronológica de la fecha aproximada del nacimiento de María, la Virgen Madre de Nazaret, carecería de trascendencia teológica y pastoral, sin una visión plena del misterio de la maternidad “inagotable”… “la característica de este amor materno que la Madre de Dios infunde en el misterio de la redención y en la vida de la Iglesia. En esto consiste el misterio de la Madre.” (Redemptor hominis 22)
Se trataba, pues, –y ahora resulta evidente en el magisterio pastoral de Juan Pablo II– de subrayar fuertemente la irrenunciable dimensión mariana de la genuina existencia cristiana y del dinamismo salvífico de la propia Iglesia en la verificación permanente del misterio de la redención.
Sabido es que el talante mariano de la fe y de la piedad cristianas y aun de la espiritualidad de la Iglesia tiene su origen en el Evangelio de la Cruz y en el “legado maternal” del propio Cristo (cf. Redemptoris Mater 23-34). La tradición eclesial ha profundizado en su dinamismo espiritual, ha aclarado sus contornos teológicos, y, durante veinte siglos, la ha ido “encarnando” en el sentido de la fe del Pueblo de Dios. Esta Maternidad plena y permanente de María ha llegado a nuestras comunidades eclesiales como un hecho connatural e instintivo para la conciencia cristiana. Se es mariano en la Iglesia en la misma medida ordinaria y con la misma autenticidad en que se es o no cristiano genuino.
Mas para nadie es un secreto que, tanto en el “ser cristiano” como en el “ser mariano”, una cosa es lo instintivo o subconsciente y otra lo vivencial, lo responsable, lo coherente, lo auténticamente vivido y progresivamente llevado a su madurez vital y santificadora.
El profundo fenómeno de la religiosidad popular mariana –el autor no puede menos de pensar especialmente en el “mundo mariano” de las cofradías y hermandades, cuya identidad en Sevilla no sería ni concebible sin la presencia de la Virgen Madre en el misterio de la Redención– y la tradicional devoción a María de nuestras comunidades eclesiales “normales”, con su raigambre secular y con su tenacidad transmisora intergeneracional, no siempre garantizan el desarrollo auténtico de la espiritualidad cristiana. Con frecuencia, este fenómeno aparece ayuno de la necesaria riqueza de la verdad revelada y de la responsable profundización y coherencia ante el Misterio de María.
La genuina religiosidad mariana, que nunca tendrá que temer a la auténtica catequesis y a la profundización teológica, difícilmente alcanzará su coherente desarrollo y crecimiento santificador sin una seria catequesis mariana, y al margen de una enriquecedora ilustración teológica.
Tal es la urgencia pastoral desde la que el Papa ha proclamado el Año Jubilar Mariano. Y la que el propio autor de esta obra había tenido muy presente en su ardua labor de analizar y puntualizar “los fundamentos teológicos de una genuina espiritualidad mariana”.
En este contexto, originariamente evangélico, la religiosidad mariana de las hermandades, cofradías y asociaciones cultuales de España, especialmente en Andalucía y singularmente en Sevilla, tiene configurada instintivamente su propia identidad religiosa. Nada hay que temer en medio de un pueblo, del que bien cabe imaginar que deje de ser religioso antes que mariano, y del que tales asociaciones surgen como por generación espontánea en cada etapa histórica cristiana.
Pero precisamente por ello, porque lo instintivo tiende a la inconsciencia y a lo irresponsable, el mundo religioso cofradiero –y en gran parte la piedad popular mariana– acusa la constante necesidad de un conocimiento más reflejo, más profundo, más enriquecedor y coherente… ¡más integral!, sería la palabra, de la Mariología.
Los contornos de la Mariología de la Iglesia y los de la “Mariología popular” religiosa, entre nosotros, no siempre son coincidentes y exactos. Sin que sean contrarios entre sí, precisan de un consciente reajuste vivencial, que, en materia de fe y vida cristiana, sólo mediante un análisis teológico integral del Misterio de María en un clima de honda piedad, como el que las hermandades, cofradías y la conciencia popular aportan en forma de religiosidad tradicional, podría lograrse.
A ello se orienta, esperanzadamente, el presente ensayo eclesial sobre la Maternidad plena y permanente de María en la historia de la salvación.
No quiero concluir la presentación de esta obra sin destacar otro valor de oportuna actualidad, que su publicación inesperadamente aporta. Por el Decreto Christi mysterium, de 15 de agosto de 1986, la Sagrada Congregación para el Culto Divino, con la aprobación y mandato de Juan Pablo II, hacía a la Iglesia universal el entrañable regalo de la Collectio missarum de Beata María Virgine con el correspondiente Lectionarium pro missis de Beata María Virgines. Ambas joyas acaba de publicarlas, en su edición típica, la Editora Vaticana. Ni siquiera ha habido aún tiempo para hacer las traducciones en lengua vernácula para las respectivas Iglesias locales. Pero se trata de un tesoro mariano –eucológico y bíblico– cual jamás conoció la Iglesia en su liturgia universal. Hasta cuarenta y seis esquemas diferentes despliegan litúrgicamente todas las dimensiones mariológicas y los fundamentos teológicos y pastorales de la faz y la conciencia “marianas” de la Iglesia y de la misma identidad cristiana auténtica. Distribuidos maravillosamente en un acorde perfecto con el ritmo de la espiritualidad de la propia Iglesia en el despliegue cristocéntrico de su Año Litúrgico.
El autor de la presente obra, cuando redactaba la mayor parte de sus capítulos –especialmente aquellos, en los que estudia y analiza exhaustivamente el “ministerio maternal de María en la liturgia cristiana” (cap. VI a XI)– no podría ni sospechar acontecimiento tan singular, al mismo tiempo mariológico y litúrgico. Se limitaba, entonces, a un gozoso estudio teológico del enorme “enriquecimiento mariano”, que la renovación litúrgica originada del Vaticano II había aportado a la Iglesia en la celebración del Año Litúrgico, tan justamente reconocido y analizado por Pablo VI en su exhortación apostólica Marialis cultus (2 febrero 1974, nn. 2-15 y 16-23). Pero hoy, los análisis teológicos y pastorales del “Adviento Mariano” (cap. VII), de la “experiencia mariana del Misterio navideño” (cap. VIII), de la figura de María en la cuaresma con su “maternidad educadora para la Pascua” (cap. IX), de la maternidad inagotablemente eclesiógena durante el periodo pascual (cap. X), y del “permanente marianismo en la fe y vida de la Iglesia” (cap. XI), todos ellos perfectamente acordes con la distribución que el nuevo Misal mariano asigna para el desarrollo pastoral y litúrgico de sus cuarenta y seis celebraciones del Misterio de María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia, pueden ser ya desde ahora un instrumento teológico-pastoral para el ministerio homilético y para la vivencia profunda de dichas celebraciones.
Todos los títulos y misterios marianos –incluso los más originales o “novedosos”– que ahora se manifiestan como vivencias litúrgicas para la vida de la Iglesia orante y de nuestras comunidades eclesiales, aparecen ya presentidos, analizados y teológicamente puntualizados a lo largo y a lo ancho de esta presentación teológica y pastoral de la Maternidad plena de María. Fundamentos teológicos de la espiritualidad mariana.
Un motivo más de satisfacción en la presentación de esta obra: su actualidad pastoral para una adecuada utilización litúrgica y ministerial de tan rico tesoro mariológico eclesial.
Felicito, pues, al autor muy cordialmente, y deseo que su obra alcance difusión. Y en nombre del Centro de Estudios de Teología Espiritual de Toledo expreso mi agradecimiento a la Caja de Ahorros de Córdoba y a cuantos han hecho posible la edición de esta obra que ojalá alcance la difusión que merece.
Toledo, mayo de 1987.
1 Especialmente en sus densas y siempre originales alocuciones y homilías marianas durante sus viajes apostólicos, así como sus impresionantes síntesis mariológicas formuladas en las encíclicas Redemptor hominis (n. 22), Dives in misericordia (n. 9) y Dominum et vivificantem (n. 49-50).
2 Juan Pablo II, alocución al Sacro Colegio y a la Curia romana, 23 de diciembre de 1982, n. 3.
3 Juan Pablo II, Bula Aperite portas Redemptori, 6 de enero de 1983: AAS 75 [1983] 100.
4 Cf. la alocución citada del 23 de diciembre de 1982, n. 11.
5 En su homilía de la solemnidad de la Inmaculada Concepción (Basílica de Santa María la Mayor, 8 de diciembre de 1983) se expresaba así Juan Pablo II: “Se acerca el fin del segundo milenio después de Cristo. En relación con este hecho, muchos manifiestan el deseo de que se celebre con un jubileo especial el nacimiento de la Madre del Señor. No sabemos exactamente cuantos años hayan precedido el nacimiento de la Madre al del Hijo. Por tanto, nos limitamos a relacionar el presente Jubileo del Año de la Redención de manera especial con María, con su venida al mundo y con su vocación a ser la Madre del Redentor. Y así ponemos de relieve el carácter de Adviento de este Año Jubilar de la Redención. El Adviento es de modo especial el tiempo de María. Efectivamente, por medio de María el Hijo de Dios entró en la esfera de toda la humanidad. En Ella está, pues, de algún modo, el ápice y la síntesis del Adviento” (n.3).
Vid. también la homilía del Papa en la Basílica de san Pedro, 1 de enero de 1987, n. 6.