Prólogo del libro del P. Felipe M. Castro, O.P., titulado «Teresa de Jesús, testigo excepcional del amor de Dios», 1980.
Santa Teresa de Jesús ha llegado a ser universalmente querida y respetada. Todos encuentran en ella motivos suficientes para las alabanzas, que nacen del amor, y para la estimación admirativa, que dictan la devoción y el respeto a su figura incomparable. ¿Quién que conozca su vida o lea sus escritos dejará de sentirse prendado por el encanto inimitable de su estilo, por la simpatía de su carácter humano, por su tremenda veracidad y lealtad, por su maravilloso ser de mujer entregada y consagrada a Dios como Esposo y amor de su vida diaria? Sus cualidades humanas y la intensidad de su amor a Dios son un poderoso imán, que atrae a todos y en todas las épocas.
La autobiografía de Teresa de Jesús, todos sus escritos, su obra de fundadora y reformadora, sus actuaciones son la historia real y palpitante del enamoramiento de una mujer por Cristo y de la plenitud de su matrimonio espiritual. “Si una labradorcilla se casase con el rey y tuviese hijos, ¿ya no quedan de sangre real? Pues si a un alma Dios Nuestro Señor hace tanta merced, que tan sin división se junta con ella, ¡qué deseos, qué efectos, qué hijos de obras heroicas podrán hacer allí, si no fuera por su culpa!”1. Y como por su culpa no quedó, Su Majestad nunca se cansó de darle, “porque no contento con tenerla hecha una cosa consigo –por haberla convertido en Sí–, comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse con que entienda lo que ha ganado, y que conozca algo de lo que tiene por dar”2.
El autor de este libro ha querido acercarse a la verdad íntima de Teresa de Jesús, a través de la realidad objetiva, que puede biografiarse desde múltiples aspectos. Él ha escogido, con acierto, algunos de los más peculiares en esta gran hija de la Iglesia. El de fundadora y reformadora, porque “estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios, y quieren poner a su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia”3. Teresa reformadora y fundadora, porque daría mil vidas por salvar una sola de las muchas que se pierden.
O el de la gran riqueza de su capacidad intelectual, pues Teresa de Jesús es una de las grandes figuras de la literatura universal, creadora de metáforas y de imágenes de una penetración, belleza e intuición difícilmente igualables. Su pedagogía de la oración, que la ha convertido a lo largo de los siglos en madre espiritual de tantos hijos, y sólo por esto hubiera sido ya una figura excepcional en la Iglesia de Cristo. Su intrepidez y firmeza de espíritu, basadas en su conocida “determinada determinación”. La disciplina ascética de sí misma, por el deseo de vida realmente libre y valiosa, empleada en el servicio del Reino de Cristo. Su forma de vivir la realidad sagrada y divina de la Eucaristía, “mysterium fidei” para todo ser humano y plenitud infinita en ella, porque la captó con la fe y la vivió con las exigencias del amor. ¡Qué fuerza en sus descripciones de los deseos de recibir a Cristo, “pasaría por lanzas”4, y en sus éxtasis, después de haber recibido al Señor! ¡Lo que hizo, de hecho, Teresa de Jesús para que hubiera un sagrario más en el mundo!
El espíritu mariano de santa Teresa también es recogido por el autor como nota esencial de la verdad íntima de su espíritu, el amor a “la Madre”, porque quiso Dios que Ella cobijara a Jesús en lo más profundo de su ser durante toda la vida y en el momento de la muerte, en que, asociándola a su Pasión, se coloca a su lado y acepta la nueva maternidad universal. Y, por último, como motor y consecuencia de toda la vida de esta gran mujer, su condición de apóstol: “No me escogisteis vosotros a Mí, antes Yo os escogí a vosotros, y os destiné para que vayáis y llevéis fruto” (Jn 15, 16). Teresa de Jesús no habló en su propio nombre, relató la historia del amor de Dios hacia ella. No es su propia “ciencia” y “experiencia” las que le inspiran, estaba llena de Cristo, saturada de Él. Cristo era el contenido de su vida y ella lo daba, porque el Señor la escogió para ello.
Todos los que queremos a santa Teresa agradecemos al P. Castro esta obra sobre la gran santa española, y su nueva edición con motivo del IV centenario de su muerte. Con él también nuestro espíritu canta la gloria de Dios y como “el inteligente y fervoroso padre Fray Domingo Báñez decimos: en ella está Dios y yo le adoro”.
Nunca pasará de moda santa Teresa de Jesús. Ella ha sabido revelar los secretos del alma humana de todos los tiempos en su aspiración a poseer la verdad de Dios; y lo que hay de específico en su condición de religiosa, tanto en su vida como en sus escritos, está vivido y narrado por ella con tan prodigiosa sinceridad y poder de persuasión, que –es cierto– el que se acerca a ella se acerca a Dios.
Toledo, 8 de diciembre de 1980.
1 Meditaciones sobre los Cantares, cap. 3: en Obras completas de santa Teresa, BAC 1967.
2 Camino de perfección 56, 1.
3 Ibíd., 1, 5.
4 Vida 39, 20.