Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, Toledo, leído el 12 de noviembre de 1978. Texto publicado en Toletum, núm. 12.
Me honráis con una distinción muy notable al entregarme este título, en el que me nombráis académico honorario de esta docta Corporación, con el cual habéis querido manifestar no sé si una actuación de justicia –eso os corresponde juzgarlo a vosotros–, pero sí un gesto de gran generosidad, que ése sí me corresponde a mí valorarlo.
Os lo agradezco muchísimo: a la Academia, por este honor que me hacéis; y a todos vosotros que me honráis también con vuestra presencia, con vuestra autoridad, con vuestra significación cultural o política, con vuestra amistad.
Toledo, conocida y admirada en el mundo entero #
En el primero de los recientes Cónclaves hablaba yo un día con el cardenal König, de Austria, y después de comentar los asuntos normales del momento que vivíamos, la conversación tomó otro rumbo, y en un momento dado, yo le dije: «De todas las ciudades de Europa que he visitado, ninguna me ha impresionado tanto como Viena, y en ninguna he captado como allí eso que llamamos el alma de la civilización europea». Y él me respondió con manifiesta sinceridad: «Es verdad; tiene monumentos muy evocadores, y es una ciudad en la que se respira la historia de esa Europa. Pero usted vive en Toledo. En Viena hay monumentos, mas Toledo es toda ella un monumento. Yo he visitado Toledo varias veces, y puedo decirle que me ha impresionado profundamente por su belleza histórica y artística, por todo el poder de evocación que tiene».
Elegido el Papa Juan Pablo II, en uno de los momentos en que hemos tenido ocasión los cardenales de acercarnos a él, en conversaciones rapidísimas propias de la instantaneidad del encuentro, me dijo: «¡Toledo! ¡Sé lo que es Toledo, esa bellisima città primaciale…!». Entonces me dijo también: » ¡Ahora será posible que algún Papa polaco visite España…!».
Vine del primer cónclave, y tenía compromiso de acercamos a Las Canarias para predicar en la fiesta del Santísimo Cristo de La Laguna. De allí pasé a Las Palmas, y visité el templo ecuménico que se ha construido recientemente. El que nos hacía de guía era un judío alemán, luterano. Comentábamos la impresión que nos causaba todo aquello; y, sin que viniera a cuento, se dirige a los que me acompañaban y a mí: «Bueno, señor cardenal, yo lo que quiero decirle es que he recorrido el mundo entero, y en ningún sitio me he encontrado tan a gusto y he sentido tanta admiración como en Toledo».
Una de las noches del citado primer cónclave, cuando ya había sido elegido Papa Juan Pablo I, bajé a pasear al patio de San Dámaso. Vi que un cardenal paseaba solo y me acerqué para acompañarle. Era el de Seúl. «¡Oh, sí, encantado, vamos a charlar un poco! Usted, de Toledo. Yo he estado en España, uno de los años del Concilio, porque quería visitar dos ciudades: Ávila y Toledo. Ávila por Santa Teresa. Toledo por lo que tiene de significación en la historia de la Iglesia; por ser representativa de lo que España ha hecho en la evangelización; por ser la ciudad primacial, y por su arte y su historia». Y se extendió en consideraciones a las que me he referido ya en ocasiones diversas, porque son conmovedoras. «Vosotros, los españoles, tenéis una espiritualidad única. Pienso que España es la nación que más ha hecho en el mundo para difundir la espiritualidad con sentido evangelizador. ¿La conserváis? ¡Oh, Teresa de Jesús, Ignacio, Javier! ¡Como éstos nada, nada! Venid a Corea. Quisiera tener allí sacerdotes y monjas españoles, motores de espiritualidad»… Y así se prolongó la conversación, con detalles enormemente significativos y consoladores para quien piensa en España y se da cuenta de cómo, con frecuencia, en la Iglesia, fuera de nuestras fronteras, hay quien sabe apreciar mejor que nosotros todo lo que la Iglesia española ha hecho a través de los siglos.
Y gran parte de esa historia de la Iglesia ha nacido y se ha forjado aquí, en Toledo. He aquí por qué, aunque carezca de otros títulos, simplemente por el hecho de ser obispo de esta diócesis, he agradecido mucho la distinción con que me honráis. Y dejando a un lado los elogios excesivos que me ha hecho don Clemente Palencia –este archivo viviente que se pasea por las calles de Toledo y que incluso lleva en su rostro recio y bondadoso casi las arrugas de un pergamino– simplemente me quedo con la designación, con el diploma y con todo lo que hay en vosotros demostrativo de amistad y de afecto.
Cómo vivo la historia de Toledo #
Lo que siento es no poder corresponder con trabajos de investigación sobre esa historia tan rica de Toledo. Eso no me es posible, porque vivo oprimido bajo el peso de mis obligaciones. Más que tratar de investigar o escribir, lo que quiero es vivir la historia de Toledo. Y la vivo. Os diré algo de cómo la vivo.
Todas las mañanas, cuando entro en mi despacho, y varias veces a lo largo del día, me asomo al balcón, el que da a esa plaza insuperable. Y veo a mi izquierda la catedral; enfrente el Palacio de Justicia; a la derecha el Ayuntamiento. Entonces pienso: la catedral, la religión; la Audiencia, la justicia; el Ayuntamiento, los intereses ciudadanos: tres administraciones, tres lugares donde se rinde culto a los valores más insignes que pueden ser reconocidos y estimados por los hombres. Y me pongo a evocar las raíces de todo esto, los siglos que han pasado por aquí, los valores que aquí subyacen, las lecciones que aquí se contienen para el futuro. Y son tantas y tantas que, sólo con contemplar los edificios que se presentan ante mis ojos admirados, yo recibo un estímulo para seguir trabajando en mi despacho, como obispo, atento a lo que la catedral me pide, como expresión de la Iglesia; lo que la justicia me enseña, como expresión y cauce del derecho; lo que el Ayuntamiento me sugiere, como atención a los humanos intereses, a los cuales no puedo ser indiferente.
Algunos días salgo de mi despacho y recorro la ciudad. Visito, por ejemplo, los conventos de clausura. ¡Cuántos hay en Toledo, representativos y testimoniales de esa historia particularmente vinculada a la Iglesia de Cristo! Y veo en ellos otras tantas páginas abiertas de la historia de Toledo, tan gloriosas que están pidiendo la mano de un autor competente que nos narre el pasado de cada uno de esos conventos de clausura.
Y están pidiendo otra cosa, señores académicos, autoridades, queridos amigos: los conventos y religiosas de clausura de Toledo merecen un homenaje de la ciudad entera. Esas pobres monjas son acreedoras al reconocimiento de todos, porque gracias a su trabajo, a su sacrificio, a su perseverancia, se han salvado monumentos que acaso hoy, de no haber estado ellas allí, se habrían convertido en ruinas. A veces nos lamentamos de que algún objeto de valor artístico haya podido desaparecer en años anteriores; atribuyámoslo, o a una explicable ignorancia, tan explicable que casi merece respeto, aunque cause pena; o bien a las necesidades en que las religiosas se han visto apremiadas para poder sobrevivir. Pero esas pequeñas comunidades ahora muy reducidas, han estado ahorrando incesantemente, hasta que en algunas ocasiones han podido recibir ayudas más cuantiosas, ahorrando, con enormes sacrificios, para reparar este muro, arreglar aquel claustro, lograr que aquella capilla vuelva a tener su belleza primitiva. Y lo último, sus celdas, en algunas de las cuales he entrado, y he salido enormemente impresionado al ver la rigurosa pobreza con que viven sus moradoras. Conventos, gloriosas fundaciones, almas consagradas a Dios, velando, orando y sacrificándose por todos los hombres. No solamente merecedoras de frases de cariño, que podría ofrecerlas incluso un don Benito Pérez Galdós, sino de mayor estimación espiritual por parte de todos los hombres que piensen en el sentido de la vida.
Y sigo avanzando en mi recorrido; sigo viviendo la historia de Toledo, y llego al Seminario, con la frecuencia que puedo, y allí me encuentro con esas instituciones docentes características de la Iglesia: el Seminario Mayor y el Seminario Menor, para los que yo desearía tanto y tanto logrado, que muchos años de vida que Dios me diera serían insuficientes para lo que tanto anhelo. Porque de allí tienen que salir los sacerdotes que cuiden la vida religiosa de la comunidad cristiana de toda esta diócesis de Toledo, sacerdotes nuevos, cuya vida se enlace con las sacerdotales anteriores, tan ricas y tan ilustres, que han pasado por nuestra diócesis; con sacerdotes que han ido dejando huellas de su saber y de sus virtudes por toda España y por América particularmente, puesto que por todas partes han aparecido nombres insignes de sacerdotes toledanos. Vivo esa historia, y trato de extraer de ella todo lo que pueda significar un perfeccionamiento del presente, para no rendirnos cobardes, ni cerrar los ojos confundidos, en relación con la vida espiritual de la España de hoy, a la que tenemos que seguir prestando, como exigencia noble de nuestra fe, el servicio que esa misma fe brinda a todos, en nombre de Cristo.
Otras veces salgo de la ciudad. He recorrido ya casi todas las parroquias de la diócesis; he celebrado, he predicado, he administrado el Sacramento de la Confirmación en ellas. Y en las direcciones de los cuatro puntos cardinales me encuentro con nombres de pueblos y aldeas de profunda significación en la historia de la Iglesia y de España: Illescas, por un lado, Talavera, por otro; San Pablo de los Montes, Villafranca de los Caballeros… Por donde quiera que voy me encuentro con esos grupos humanos llenos de altos valores; con esos templos magníficos y esos monumentos artísticos; con ese aprecio espiritual, quizá manifestado un poco rudamente, pero suficientemente significativo de la calidad espiritual de quienes los conservan y están orgullosos de tenerlos.
Es vivir otra vez la historia. Pero yo pienso enseguida en el presente, y me pregunto: ¿Qué hacer para que estas comunidades cristianas se conserven y sigan caminando con ese sentido de la vida que vino a traernos la revelación cristiana y que en Toledo se ha vivido a través de los siglos, con los defectos, fallos y pecados que se dan y que se darán siempre…? A mí esto no me impresiona excesivamente. Cuando aparece en los hombres el pecado tiene que dolernos, porque el pecado es un desviarse de Dios; pero no me impresiona, como digo, pues reconozco que, aunque se dé el pecado, se da también la fe, que es un gran valor; porque precisamente por eso la redención continúa, porque el pecado está continuando siempre; Dios cuenta con ello, y por eso el Cristo de la redención no es sólo el del Calvario, es el de todos los tiempos, en todas las iglesias y en todos los corazones creyentes. Hay pecado siempre, y siempre hay fe, siempre hay redención. Lo importante es que la fe se mantenga y siga sirviendo de orientación y norma de vida para los momentos trascendentales en que el hombre ha de ser plenamente dueño de sus destinos, sobre todo en relación con Dios.
Historia, pues, de Toledo, que si yo la centro particularmente en la Iglesia, vosotros, con todo derecho, la extendéis a campos más amplios, puesto que no ha sido solamente en lo religioso y en lo eclesial en lo que Toledo ha tenido tanta y tanta significación. Por eso yo, aun cuando no pueda colaborar nada en las tareas de esta dignísima Institución, puedo daros la satisfacción de ser un discípulo aplicado de la historia de Toledo, que vivo gozosamente, y seguiré viviendo con enorme interés mientras Dios me dé vida.
Una iniciativa de gran interés #
Y en prueba de ello, ahora me vais a permitir un atrevimiento, señores académicos. Porque supone cierta audacia el que yo lance hoy una iniciativa aquí. Pero espero que, en cuanto comprendáis el sentido de la misma, la acogeréis con interés.
Dando muchas veces vueltas a lo que es Toledo, a lo que suscita en la mente de muchos –éramos en el Cónclave 111 cardenales del mundo entero, y no había ni uno a quien la palabra Toledo no le recordase un mundo de nobles ideas–, se me ha ocurrido lo siguiente: Yo creo que esta ciudad y archidiócesis está pidiendo que se escriba algo así como una «Enciclopedia de Toledo». Sería una obra que requeriría la colaboración de muchos, y mucho tiempo. Una enciclopedia que estudiara y recogiera los diversos aspectos de esta historia gloriosa. Y para que fuera del todo completa, atendiera también a otros aspectos que no faltan hoy en esta clase de trabajos: geografía, historia política, cultura, arte, Iglesia, leyendas, tradiciones, costumbres populares… Podría irse haciendo por fascículos, con arreglo a un plan bien estudiado; se buscaría la colaboración de estudiosos, sean toledanos o no, puesto que hay muchas personas capaces de entusiasmarse con el tema de Toledo. Se programarían las publicaciones, y la Academia asumiría algo así como el alto patronazgo o alta dirección de esta obra, señalándose plazos de tiempo que lógicamente habrán de ser largos; pero una vez que se empezase la obra, no deberían ser ya nunca interrumpidos. Contaría con el apoyo de muchos, y despertaría el interés de todos cuantos puedan estar, quizá un poco insensibles, disfrutando simplemente de la posesión tranquila de unos tesoros que acaso no estiman en todo su valor.
Si la Academia acogiera esta iniciativa, yo añadiría algo más. Hoy los arzobispos de Toledo no pueden ser mecenas de nada, pero sí que pueden ser impulsores de todo lo que sea bueno, por lo menos, colaboradores de quienes lo impulsan. Sin embargo, yo, en mi pobreza, ofrecería esto: si la Academia convoca un concurso para premiar el mejor trabajo que se presente como trabajo maqueta, como trabajo esquemático de lo que podría ser esa obra, yo ofrecería a la Academia, como un pequeño obsequio –porque a veces puedo disponer de alguna cantidad que me entregan para libre disposición– 50.000 pesetas, que podrían darse como premio al que presentara el mejor proyecto orientador de dicha obra.
Después se podrá pensar en cómo ha de acometerse la ejecución de la misma; y habrá instituciones y familias toledanas que se ofrezcan a sufragar en todo o en parte los gastos que se originen; y entidades y personas que se suscriban generosamente a la serie de fascículos. Así, con un constante esfuerzo de todos, se podrá conseguir, a lo largo de unos años, la obra, en cuanto sea posible exhaustiva, que Toledo y todo el mundo culto está pidiendo.
Yo os dejo aquí esta iniciativa por si la consideráis digna de estimación. Pienso en todos esos monumentos gloriosos; en esta misma sala en que nos encontramos. Pienso en esa catedral en donde, cada vez que entro, las piedras me hablan de la necesidad de que el Cabildo tome iniciativas pastorales vivas, para poder adecuar el presente con el significativo y fecundo pasado de ese templo grandioso. Pienso en nuestros archivos, y por eso entré en conversaciones con el Gobierno, a fin de lograr un entendimiento, y que todo lo que tenemos en la misma catedral, y en las parroquias, y diseminado en tantos y tantos lugares de la diócesis, quede bien recogido e instalado en ese viejo edificio modernizado de la calle de Trinidad, de modo que pueda ser con facilidad consultado y convenientemente utilizado por los investigadores.
Conclusión #
Como veis, no puedo contemplar ese glorioso pasado de Toledo con una actitud simplemente pasiva. Todo me está hablando, todo: el arte, que aquí ha cruzado unas manifestaciones con otras; los templos, los edificios civiles y las casas particulares, los libros, las imágenes, las personas que conocen y viven todo eso, el mundo de hoy. Este mundo de hoy que parece sólo atento a las realidades materiales; y cuando advierte que éstas no se desarrollan conforme a sus deseos, no tiene más recurso que entregarse al clamor de la protesta, o desplomarse en la tristeza y enojo del que se siente frustrado en el sentido de su vida.
Amo los valores espirituales, todos, los religiosos y los filosóficos y artísticos, porque estoy convencido de que son los que realmente alimentan y elevan al hombre como tal. Y me siento un poco responsable, a la vez muy débil, para hacer tanto y tanto como está pidiendo Toledo. Pero todo menos permanecer cruzado de brazos. Esta Real Academia, el Instituto de Estudios Mozárabes, recientemente creado, otros organismos que se proyectan en torno al Seminario, el Seminario mismo, la Catedral, la Universidad, la Casa de la Cultura…, cada uno conservando su propia autonomía, pero colaborando todos juntos con alteza de miras y generosidad de corazón, podrían hacer mucho por Toledo, más de lo mucho que ya se ha venido haciendo estos años, testimonio de lo cual es la docta Corporación a la que habéis querido incorporarme.
Con mi agradecimiento por la distinción con que me honráis, quede en pie mi ofrecimiento, y, por supuesto, siempre mi completa disposición para ayudar en todo lo que pueda redundar en beneficio y estima de lo que es y significa Toledo. Por donde quiera que vayamos, las piedras nos hablan. Hoy, las de esta Casa. En cuanto salgamos, las de cualquier esquina, o convento, o iglesia con que tropecemos. Y cada día ese normal repaso al que ya estamos acostumbrados cuando vamos a nuestros quehaceres o a nuestros puestos de trabajo, por ese conjunto monumental de esta ciudad incomparable, cuyo nombre inspira a toda persona culta y la mueve a tributarle un homenaje de admiración y de respeto; y que a nosotros tiene que obligarnos siempre a más y más. Muchas gracias.