Un destino común, comentario a las lecturas de la solemnidad de la Ascensión del Señor (ciclo B)

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Un destino común, comentario a las lecturas de la solemnidad de la Ascensión del Señor (ciclo B)

Comentario a las lecturas de la solemnidad de la Ascensión del Señor. ABC, 12 de mayo de 1997.

La Ascensión del Señor a los cielos suscita en mi interior dos fuertes sentimientos: la certeza de nuestra plenitud y glorificación, y la necesidad de comunicar esta alegría a todo el mundo.

Una y otra vez hemos de insistir en lo mismo ante los grandes acontecimientos, que celebramos. No pensar en Dios a imagen y semejanza nuestra, sino en nosotros a imagen y semejanza de Dios. Él ha tomado nuestra existencia en sus manos y en su corazón. Él tiene que hacer brillar la verdad en nuestro interior. Roguémosle que se incline hacia nosotros, que nos deje conocer quién es, sentir en nuestro corazón todo lo sagrado que viene de Él, la soberanía que resplandece en su redención. Y así podrá ser nuestra vida cada día mejor y cada día se ensanchará más nuestro horizonte y nuestra confianza en todo lo que es la nueva creación.

Cristo está en Dios, pero está con nosotros y nosotros con Él. Está en la eternidad, pero al mismo tiempo, de manera nueva, en el seno de nuestra historia. El cielo es la intimidad de Dios. En esta intimidad ha sido acogido el Señor resucitado con su realidad viviente. Este es el misterio de la Ascensión. El amor redentor de Dios no se dirige sólo al espíritu, sino a toda la realidad humana. El hombre redimido está asentado en la humanidad divina de Jesús. Lo que se inició en la Encarnación del Verbo de Dios se consuma en la Ascensión: Cristo, hombre-Dios ha penetrado en la vida íntima de Dios. Como dice Romano Guardini, el misterio es exceso de verdad para el ser humano.

Todo es libre regalo suyo. En su redención comenzó una nueva obra, el Hombre nuevo, del que tanto habla san Pablo. Su amor y santidad fluyen y salen a nuestro encuentro. Nosotros no podemos imaginar con nuestras fuerzas nada semejante, pero nuestra fe en Él nos sostiene contra nuestras dudas e insuficiencia. Cuando nuestro corazón humilde y admirado se abre ante esa grandeza del Señor, Él penetra nuestra existencia. El Dios de nuestro Señor Jesucristo nos dé espíritu de sabiduría e ilumine nuestra mente para que comprendamos cuál es la esperanza y cuál la riqueza de gloria que nos da en herencia. Toda esa fuerza, que desplegó en Cristo y contemplamos gozosos en su Ascensión.

“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. No se trata, pues, de vivir nuestra vida cristiana como en una contemplación pasiva y un disfrute egoísta de lo que puede causarnos gozo, sino de toda una acción dinámica de comunicación, de entrega, de difusión gozosa de la Buena Nueva, de la que tan necesitado está nuestro mundo. Esa frase: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación”, no la puede decir más que el Hijo de Dios o un loco.

El Evangelio está destinado a todos los hombres, porque a todos redimió Cristo y todos tienen derecho a recibir la Palabra que engendra vida, supuesta la voluntad redentora de Cristo. Los que la hemos recibido tenemos la obligación de seguir proclamándola. Ya a la salida de nuestros templos, después de celebrada la Eucaristía, tendría que notarse en nosotros y tendrían que advertirlo nuestros amigos y vecinos lo que acabamos de celebrar.

Somos una comunidad de creyentes, tenemos un destino común, nos congrega Cristo y nos alimenta y vivifica por su Iglesia. Él está en el cielo, pero también está en la tierra.