Carta pastoral de junio de 1965. dirigida a los fieles de la diócesis de Astorga. y particularmente a los habitantes de la Cabrera Alta y Baja. Publicada en el Boletín Oficial del Obispado de Astorga, 1 julio 1965. 377-378.
Hace bastantes años, mucho antes de que yo viniera a la Diócesis, diversos sacerdotes y seglares de los pueblos de la Cabrera Alta pensaron levantar un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, sobre un montículo que se conoce con el nombre de «El Castillo», para facilitar a los habitantes de todos los pueblos de la comarca la elevación de su mirada y su corazón a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del cielo y de la tierra.
Más de una vez he contemplado en Truchas las piezas de ese monumento que esperaban allí la mano que las uniera y el esfuerzo que, una vez unidas y formando ya la noble y religiosa estatua, las hiciera subir hasta la cumbre y las colocase en el lugar que el celo y la piedad han sabido reservar para ellas.
La llamada del Papa #
Parece que ese momento ha llegado ya. El Santo Padre ha dirigido a todos los Obispos del mundo una Carta Apostólica –Investigabiles Divitias Christi– con motivo del segundo centenario de la fiesta en honor del Sagrado Corazón de Jesús, en la cual pide que se fomente y vigorice más y más esta devoción. «Ved, por tanto, nuestros deseos y nuestra voluntad: que, en esta ocasión, la institución de la fiesta del Sagrado Corazón, ilustrada convenientemente, sea celebrada con digno relieve por todos vosotros, venerables hermanos, Obispos de la Iglesia de Dios, y por las poblaciones a vosotros confiadas. Deseamos que sean explicados a todas las clases de fieles del modo más adecuado y completo los profundos y recónditos fundamentos doctrinales que ilustran los infinitos tesoros de caridad del Corazón de Cristo, y que se lleven a cabo especiales funciones sagradas, que enciendan cada vez más la devoción a este culto, digno de la más alta consideración, con el fin de obtener que todos los cristianos, animados por nuevas disposiciones de espíritu, presten el debido honor a ese Corazón Divino, reparen los innumerables pecados con protestas de amor más fervorosas, y conformen toda su vida a los preceptos de la verdadera caridad, que es el cumplimiento de la ley (cf. Rm 13, 10)»1.
Por nuestra parte, queremos responder dócil y filialmente a esta llamada, y deseamos vivamente que en todas las parroquias, conventos, colegios y casas religiosas de la Diócesis, se celebre con más esplendor que nunca no sólo la fiesta, sino el mes entero del Sagrado Corazón de Jesús, con la triple intención que señala el Papa:
a) tributarle el debido honor,
b) reparar las ofensas y pecados que se cometen;
c) y acomodar nuestra vida a las normas de la verdadera caridad.
Pero, aparte de esta respuesta de carácter general y diocesana, creemos oportunísimo acelerar todos los trámites pendientes para poder inaugurar el citado monumento en la Cabrera en el mismo día de la fiesta del Sagrado Corazón, si ello fuera posible, y, si no, en la fecha más inmediata en que pueda realizarse. Sería una demostración clara y elocuente de que amamos al Sagrado Corazón de Jesús, seguimos las normas que nos señala el Santo Padre y nos interesamos por el bien espiritual de los moradores de la comarca.
¿Para qué va a servir ese monumento? #
He aquí una pregunta a la que debo contestar, con el fin de que las ideas queden claras desde el primer momento. La respuesta podrían dárnosla los sacerdotes que concibieron el proyecto, la mayor parte de los cuales viven todavía, jubilados algunos, en distintos puestos y ministerios de la Diócesis otros, y algunos en los mismos pueblos cabreireses en que entonces estaban.
Ellos querían sencillamente honrar al Sagrado Corazón de Jesús, ofrecerle un testimonio público de fe y de adoración y cultivar el sentido religioso de sus feligreses, haciendo que desde cualquier lugar de la Cabrera Alta pudieran los habitantes de aquellos lugares contemplar el símbolo externo y material del amor de Dios a los hombres. No pretendían, ni se pretende ahora, una manifestación puramente exteriorista y carente de exigencias interiores de fe, de caridad y de esperanza cristiana.
Sabían muy bien que con sólo poner unas piedras esculpidas en lo alto de una montaña no se cumple con el deber de adoración a Dios y de observar su santa ley, ni se arreglan los problemas humanos. Pero se daban cuenta igualmente de que, cuando esas piedras las labra el amor y sirven para representar el Corazón de Cristo, pueden contribuir a que en una comarca entera se reafirme y vigorice el sentido de lo sobrenatural que, además de unir al hombre con Dios, tanto consuelo y fortaleza proporciona en la vida, y, como consecuencia, tanto contribuye a que aumente la paz social, se consoliden las buenas costumbres y se den nuevos y robustos fundamentos a la convivencia humana en la familia, el municipio y la región.
Ese monumento en la cumbre de la Cabrera Alta estaba, y está llamado a ser algo así como la Iglesia y el Templo de toda la zona, un Templo con las puertas abiertas a todos, una expresión también tanto de la piedad de las familias cristianas que allí viven como del amor maternal que la Iglesia ha sentido siempre hacia ellas.
La acción apostólica del sacerdote en la Cabrera #
Un poco de historia #
Mucho antes de que el Estado y la provincia pudieran llevar hasta allí las ventajas mínimas de la civilización y del progreso, muchísimo antes, tanto que el recuerdo se pierde en la noche de los siglos que tiene de antigüedad el Obispado de Astorga, la Iglesia estuvo presente en la comarca, con sus templos y capillas, con sus cementerios y pilas bautismales, con sus cruces y sagrarios, con su catecismo y su moral, en una palabra, con sus sacerdotes.
Ellos fueron, durante centenares de años, los únicos hombres que, una vez terminados sus estudios en el Seminario de Astorga, fueron a la Cabrera para quedarse allí predicando la palabra de Dios, administrando los sacramentos de la gracia y formando el alma cristiana de los naturales del país.
Ellos fueron los que enseñaron las letras humanas, cuando no había maestros; ellos los que ayudaron a curar a los enfermos, cuando no había médicos ni medicinas; ellos los que infundieron el respeto a las leyes, cuando no había regidores ni jueces. Y, sobre todo, sembraron y difundieron la fe en Dios y en Jesucristo y el amor a la Santísima Virgen, lo cual al menos proporciona la mejor cultura del espíritu, cuando otros bienes no existen, y sin lo cual el más refinado confort material carece de luz y de esperanza.
Esos sacerdotes, de que hablo, allí vivieron, allí permanecieron y allí han muerto. A veces la rudeza del ambiente les hizo a ellos rudos también, porque es difícil hacer ostensibles los encantos artísticos e intelectuales que a la formación del hombre proporcionan el humanismo y la sagrada teología, cuando la miseria y la soledad, casi de destierro, oprimen el alma. Pero bajo la sotana de cada uno de ellos, descolorida por el sol y por la lluvia, deshilachada también por la rudeza de las piedras con que se roza para encontrar asiento, y por las zarzas del camino, existieron siempre tesoros de bondad y abnegación que la torpe máquina fotográfica de quien por allí pasa no sabe captar, porque falta a la máquina o al fotógrafo el espíritu necesario para descubrirlos.
El patronato de las Hurdes leonesas #
Entrado ya el siglo XX, la Cabrera, Alta y Baja, continuó envuelta en sus leyendas y su realidad, a veces más penosa ésta que aquellas, no por los defectos de sus habitantes, sino por el abandono en que estaban sumidos.
Había ya maestros de enseñanza primaria, hombres y mujeres beneméritos, que enseñaban las primeras letras en las condiciones más inverosímiles, y algún que otro funcionario público en los dos o tres lugares más céntricos de la comarca. También se hacían presente la Administración del Estado y la provincia, si bien es cierto que era más para la exacción de los tributos que para el reparto de los beneficios que la justicia distributiva demandaba.
En los años de la República, el Gobierno creó el Patronato de las Hurdes Leonesas, y en las páginas de la Gaceta apareció un decreto que prometía la redención de aquella zona2. La Delegación Provincial de Sanidad y otros organismos de la provincia de León hicieron estudios e informes, algunos de los cuales he visto personalmente, y hubo periodistas que escribieron en sus diarios, como también lo han hecho ahora, tratando de llamar la atención de sus lectores sobre la oculta tragedia que se vivía en aquel rincón de España.
El citado Patronato no pudo ni tuvo tiempo de hacer nada. Su intención era laudable, y estimo de justicia reconocerlo así, por encima de lo que significan las fechas y los nombres.
Sacerdotes víctimas y apóstoles #
Terminada nuestra guerra, pasaron todavía algunos años sin que pudiera brillar para la Cabrera la luz de la esperanza. A la desolación de siempre se unía el dolor sufrido ahora. Y, por si fuera poco, los ecos de la trágica contienda siguieron resonando en sus valles y montañas. Los «huidos», como así fueron llamados, buscaron refugio en aquellos abruptos parajes y con sus amenazas y sus actos lograron que el terror ahogase el alma de sus humildes moradores. Tres sacerdotes fueron asesinados salvajemente en estos años.
Y fue en 1952, muy poco después de cometidos estos crímenes, cuando otros tres sacerdotes jóvenes llegaron destinados a aquellos pueblos para sustituir a los que habían perecido. La fuerza de su juventud se uniría ahora a la experiencia de los que allí habían envejecido, cuya vida, tanto tiempo en peligro, había sido, sin embargo, respetada. Los que aún viven lo recuerdan muy bien.
Lucharon unidos para hacer el bien, y la misericordia de su celo sacerdotal se movió incansablemente incluso en el orden humano. En la Cabrera Alta, la única vía de comunicación era la carretera que llegaba hasta Truchas. No había luz eléctrica. Sólo algún que otro pueblo la tenía durante los meses de invierno, con servicio muy irregular y muy pobre.
Los sacerdotes, autoridades y pueblos se movilizaron cuanto pudieron y, gracias a la colaboración de todos, las cosas empezaron a cambiar. En León, las autoridades provinciales se interesaron vivamente. Se prolongó la carretera de Truchas hasta Iruela, y últimamente hasta Quintanilla de Ambasaguas; se hicieron caminos que unieron con ella a todos los pueblos, se instaló el servicio eléctrico, se construyeron varios puentes, se hicieron escuelas y viviendas para maestros…
¡Cuántos sacrificios y desvelos, cuántas visitas y gestiones, cuánta paciencia y fortaleza para conseguir estas tan pequeñas, pero tan grandes cosas! Sé de un sacerdote que por sus propios medios buscó, como pudo, la cantidad íntegra que había de aportar el pueblo entero para que la obra no dejara de hacerse.
En el orden espiritual, el trabajo de estos sacerdotes en equipo dio también frutos abundantes. Todos los trece pueblos de la Cabrera Alta recibieron en 1955 el beneficio inmenso de una Misión General predicada por la Hermandad Misionera de la Diócesis y en todos se administró el sacramento de la Confirmación, aprovechando la estancia de Monseñor Ángel Turrado, Obispo de Machiques. Se hicieron obras de reparación en todas las iglesias. Se dio un impulso notable a la enseñanza del catecismo y se celebraron magnas concentraciones infantiles en diversos lugares, a muchas de las cuales asistió el ilustrísimo señor Vicario General, hoy Obispo Auxiliar de Tudela.
Cuando años más tarde el excelentísimo señor don José Castelltort realizó la Visita Pastoral a todos aquellos pueblos derramando en todas partes el bálsamo de su presencia bondadosa y confortadora, pudo comprobar de cerca que la piedad era seria y consciente, no supersticiosa.
Los sacerdotes se sentían felices de vivir con ellos entregados al gozo y a la cruz de su ministerio. En este armónico despertar a una vida de mayor progreso humano y religioso, sonó el acorde del entusiasmo: ¿por qué no coronar el alto del castillo de Cabrera con una imagen del Sagrado Corazón de Jesús? Afloró esta idea exactamente el día 26 de diciembre de 1954, al volver los sacerdotes de celebrar la fiesta de San Esteban en Villar del Monte. Y enseguida empezaron a actuar.
Gestiones que se hicieron #
Por todos los pueblos pasaron algunos sacerdotes, a veces acompañados de seglares, para dar a conocer el proyecto y pedir colaboración. No fueron obstáculo las terribles nevadas del invierno. Todos lo recibían con entusiasmo y con amor.
Se constituyeron Juntas Locales, integradas por los sacerdotes y las autoridades más algunos funcionarios, las cuales continuaron durante el año 1955 propagando la idea. Se hicieron colectas en los trece pueblos de la Cabrera Alta y casi todas las familias aportaron sus donativos, desde el que ofrecía 2.000 pesetas hasta la pobre mujer que daba media docena de huevos o una cabra.
Algunos sacerdotes y seglares se trasladaron a Madrid y lograron reunir en la Casa de León a los cabreireses residentes en la capital de España para solicitar su donativo, que entregaron casi todos con ejemplar desprendimiento. También lo enviaron los que residían en Sevilla y otras provincias españolas. Hubo pueblos de la diócesis que, por pura solidaridad de fe y devoción cristianas, se unieron a los de la Cabrera y aportaron su ayuda; tales fueron Castrocontrigo, Torneros de la Valdería, Santiagomillas, Curillas, Castrillo de las Piedras, San Feliz de la Valdería y la parroquia de Nuestra Señora de la Encina, en Ponferrada. El Ayuntamiento de Astorga y la Diputación Provincial, principalmente, hicieron también su aportación amplia y generosa.
Evidentemente, el Sagrado Corazón de Jesús iba bendiciendo todos los pasos que se daban. Lo que al principio parecía un sueño se iba convirtiendo en realidad gozosa. La Junta General pro Monumento, compuesta por las autoridades religiosas y civiles y los funcionarios del distrito, encargó la obra al escultor bilbaíno Larrea, y en 1957 pudieron ser recibidas en Truchas las piezas de una espléndida imagen del Sagrado Corazón de siete metros de altura.
Entonces comenzó una nueva etapa. Realizada la obra artística, quedaban pendientes los trabajos materiales para abrir el camino de acceso a la cumbre y los no menos costosos de colocación de la imagen. Todo se hace difícil en una región tan pobre, a la que no se podían pedir más sacrificios.
Trasladados, además, a otros puestos algunos de los sacerdotes que más se habían distinguido en promover y realizar la idea, agotados los recursos económicos, vino un largo paréntesis de espera, no de inactividad, durante el cual se siguió trabajando en el silencio de la plegaria y los nobles deseos.
Poco a poco fueron llegando nuevas aportaciones económicas y auxilios técnicos para hacer las obras necesarias, y gracias particularmente al actual párroco de Truchas, noblemente compenetrado con el propósito de sus compañeros anteriores, todos los obstáculos se han ido venciendo hasta el punto de poder dirigiros hoy esta Carta Pastoral que anuncia para fecha próxima la inauguración solemne del monumento.
Queremos vivir el Evangelio #
Confiamos en que nuevamente los sacerdotes y autoridades civiles de la comarca, continuando con la misma dignidad que sus predecesores en el camino que ellos emprendieron, formen ahora la Junta general organizadora de los actos que se avecinan y se unan para honrar al Sagrado Corazón de Jesús, que quiere bendecir los pueblos a ellos confiados.
Confiamos, sobre todo, en que los habitantes de los trece pueblos de la Cabrera Alta se dispongan a ofrecer al Señor su mejor homenaje con una preparación espiritual adecuada y una participación masiva en los actos que tendrán lugar el día de la inauguración, conforme al programa que oportunamente se hará público. Los que estuvieron unidos, quizá como nunca lo habían estado, a la hora de la intención y del propósito, deben estarlo ahora también en el momento en que se hacen realidad sus aspiraciones tan hondamente sentidas.
Ha llegado, pues, el esperado día. Como Obispo de la Diócesis tengo sumo gozo, ya que carezca de todo mérito en esta obra, en anunciarlo y en ponerme a disposición de los sacerdotes que tan sacerdotalmente han trabajado durante estos años en una obra que la Iglesia desea, quiere y bendice. A ellos rindo también mi homenaje y me considero muy honrado de continuar, no interrumpir el camino que ellos trazaron, pues siempre he pensado que en la acción pastoral, cuando se trata de obras buenas, lo que debemos hacer es unirnos para emprenderlas, seguirnos para continuarlas y ayudarnos para completarlas.
Tengo vivísimos deseos de postrarme ante la adorable imagen del Corazón de Cristo Redentor con los sacerdotes y fieles de la comarca y –¡ojalá fuera posible!– con todos los sacerdotes y fieles de la diócesis, a todos los cuales invito desde ahora a tomar parte en la fiesta que vamos a celebrar. Personalmente, no puedo olvidar que mi vida de sacerdote, hasta que vine a Astorga, ha transcurrido en Valladolid, la ciudad del Santuario Nacional de la Gran Promesa, en que la perla del Corazón de Cristo no cabe allí, con ser tan rica y tan grandiosa la concha que le guarda, y por eso desea que sus fulgores brillen en todas las diócesis de España. ¿Cómo no he de querer, pues, que llegue esa luz hasta estas tierras de mi diócesis de Astorga, en las cuales se ama y se sufre conforme a lo que pide el Corazón de Cristo?
Se inaugura, además, este año el monumento restaurado del Cerro de los Ángeles, en el centro geográfico de España, y pienso que si un día fue destruido porque el odio nos dividía, la solución para evitar futuras destrucciones no está en no volver a poner la imagen sagrada, sino en poner las necesarias en la tierra y en el corazón de los españoles para que nos ayude a amarnos un poco más.
Esto buscamos en la Cabrera. De día y de noche, al ser vista la imagen, nos predicará a todos amor, justicia, paz y verdad. El Corazón de Jesús cumplirá su promesa de bendecir aquella región y ésta ensayará una manera fácil de alabar y bendecir a su Dios. No nos limitaremos a que se levante una estatua en lo alto de una montaña. Nos esforzaremos humildemente por vivir el santo Evangelio de Jesús. La cruz sin Cristo no es nada; pero para comprender y amar a Cristo, las cruces de los caminos nos ayudarán siempre.
La Cabrera Baja, todavía en tinieblas #
Cuanto llevo dicho se refiere a una zona parcial y limitada de la comarca. Pero ella no es toda la Cabrera. Detrás del alto de Carbajal se abre el paisaje dolorido de otros varios pueblos situados en la Cabrera Baja. Ellos no podrán ver el monumento que ahora se inaugura. Se lo ocultan las simas y barrancos, en cuyo fondo se asientan. Y, sin embargo, la bendición de Cristo es también para ellos.
Los leoneses saben que estoy hablando de algo que llevamos clavado en la conciencia como una espina lacerante. Mi pluma de Obispo y Pastor de las almas no puede ser movida más que con paz y mansedumbre. Yo no me quejo de nada ni hablo contra nadie. Pero tengo el deber de pronunciar unas palabras graves, más que severas, y lo hago con humildad y con amor. También con esperanza. Porque confío en mi Patria y en los hombres que rigen sus destinos.
Desde que vine a la diócesis, he hecho innumerables gestiones, siempre en silencio y con respeto, unas veces a escala provincial y otras en el plano nacional, pidiendo que se adopten medidas para remediar la pavorosa situación de aquellas buenas gentes. Sé muy bien que al gobernante le es difícil llevar solución a todos los problemas, cuando son tantos y tan grandes los que existen, y estoy persuadido de que también a éste le hubiera llegado el remedio necesario, de no haberlo reclamado con más urgencia otras situaciones a las que había que prestar preferente atención.
Por otra parte, a los súbditos nos es muy fácil ante cualquier hecho necesitado de corrección apelar a la intervención y responsabilidad de los que gobiernan, sin pararnos a pensar en las causas que han dado lugar a tales hechos y en las posibilidades que hay de remediarlos.
Así pues, nadie vea en mis palabras censura ni recriminación alguna. Nadie vea tampoco una intromisión en campo ajeno. Soy el primero en reconocer, y lo proclamo muy gustoso, el inmenso progreso que en todos los campos ha experimentado nuestra Patria en veinticinco años de gobierno. Mas como Obispo de esta diócesis, tengo el deber de preocuparme por la situación espiritual, ante todo, de mis diocesanos. Y aún debo añadir que la caridad y la misericordia me obligaban también a fijarme en su situación humana, cuando ésta es tan grave que dificulta la vida del espíritu o sencillamente comporta sufrimientos que superan lo normal de la vida, tanto individual como colectivamente considerada.
Y este es el caso de la Cabrera Baja. Sus habitantes son buenos, honrados, trabajadores. Pero no es digno de seres humanos el conjunto de condiciones en que se desenvuelve su vida. No me corresponde a mí describirlas, ni lo juzgo necesario. Los hechos están ahí, y son perfectamente conocidos de todas las personas conscientes de la provincia de León.
Se han hecho estudios y análisis de la zona por parte de la Delegación Provincial de Sindicatos. Se han vuelto a hacer, a requerimiento mío, por parte de equipos técnicos de la Cáritas Nacional y la Diocesana de Astorga. Se han hecho de nuevo, últimamente, de manera más completa y perfecta, por la Excma. Diputación Provincial. Pero hacer estudios no basta. Hasta allí han llegado alguna vez organismos oficiales del Estado o del Movimiento, como la Sección Femenina de Falange, tan digna de elogio en sus actuaciones, a realizar una determinada labor cultural. Pero no basta.
Ni es suficiente tampoco lo que hace la Iglesia, por medio de los sacerdotes que allí trabajan, o a través de la Cáritas Diocesana, o con el envío de instituciones, como la de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, que desde hace algunos años pasan allí varios meses del año, incluso en el invierno.
Se necesita algo más. Se necesita la creación de ese Patronato que han anunciado las autoridades provinciales, perfectamente planeado y concebido, dotado de medios económicos, ágil para actuar, asistido de los organismos técnicos que sean necesarios. Y luego se necesita un pequeño grupo de personas, muy pocas, que obren como delegados de la autoridad, llenos de recta intención, de entusiasmo, de amor cristiano y anhelo de justicia, que sepan promover social y culturalmente a aquellas gentes, que les amparen, que les libren de la influencia nefasta de quienes tratan de explotar inicuamente su ignorancia y su pobreza.
Este Patronato que, como he dicho antes, fue creado hace años, pero no tuvo efectividad alguna, debe ser ahora constituido de nuevo para que haga sentir su acción protectora y transformadora en estas tierras con la misma eficacia con que tantas obras buenas se han hecho en España en los últimos tiempos.
Yo no sé qué solución es la más indicada, ni me corresponde a mí dictarla. Los técnicos nos dirán lo que conviene hacer. Quizá convenga abandonar algunos pueblos y concentrar otros, mejorar viviendas, cambiar cultivos, dedicar espacios a la repoblación forestal, hacer caminos, facilitar la salida de un determinado número de familias…, no lo sé.
Lo que sí digo y afirmo es que esta situación pide remedio urgente, más aún, inaplazable. Y la solución no es costosa. Bastará una pequeña cantidad anual puesta a disposición de ese Patronato y bien administrada, para con la prestación personal de los habitantes de la zona, que están muy acostumbrados a ofrecerla con impresionantes sacrificios, cambiar en pocos años la fisonomía exterior e interior de la comarca.
Si se me dice que estos planes parciales, por su pequeñez, estorban las líneas generales de un Plan Nacional, responderé que precisamente por su escaso volumen no producirán ninguna perturbación notable.
Si se me dice que no son rentables económicamente hablando, responderé que puede ser que sea así, pero que humanamente merecen la consideración más viva. Hace dos años, en el invierno de 1963, los vecinos de uno de esos pueblos de la Cabrera acudieron a este obispado para que, por medio de Cáritas Diocesana, se les facilitaran patatas, único alimento que pudieron tomar durante varios días. Cuando se llega a estas situaciones, hay que hacer lo que sea para remediarlas.
Si se me dice que un suelo tan pobre no merece ser cultivado y que es preciso abandonarlo, diré que quizá sea así. Pero que no basta decirlo, sino ver primero lo que se puede lograr, y facilitar los caminos que lleven a sus habitantes a lugares mejores.
Si se me dice que hay también otras zonas semejantes por su pobreza en el territorio nacional, responderé que, sin duda, hay algunas, no más pobres ciertamente que ésta, sí iguales, y por lo mismo en cada provincia donde existan hay que hacer lo posible para que dejen de existir en tan tristes condiciones.
Pido, pues, a todos ayuda, comprensión y decidida voluntad de poner manos a la obra. Se lo pido, en primer lugar, a los habitantes de la zona para que ofrezcan su cooperación cuando llegue el momento, y a las autoridades civiles locales para que busquen el bien auténtico de sus vecinos, y a los sacerdotes, maestros y funcionarios públicos para que, olvidados de sí mismos, sepan aconsejar, ayudar y cooperar.
En segundo lugar, lo pido a las autoridades provinciales, particularmente al Gobierno Civil y a la Diputación Provincial, cuya voluntad y decidido propósito de entregarse a resolver tan acuciante problema me consta de la manera más positiva y fehaciente. Si aquí me dirijo a ellos públicamente, no es porque yo trate de impulsar determinaciones que ellos por sí mismos han tomado y quieren realizar, sino para hacerles saber que con ellos está, en humilde pero eficaz actitud de colaboración, el Obispo y el Clero todo de esta Diócesis de Astorga.
Por último, lo pido a las autoridades nacionales, de cuya última decisión puede depender el que estos planes sean viables y dentro de la urgencia con que deben serlo.
Se lo pido a todos en nombre del dolor y el sufrimiento de los que allí han vivido, en nombre de la ilusión y la esperanza de una vida mejor por parte de los niños que allí viven, en nombre de todas las familias en cuyos hogares se ama a Dios y a la Patria, en nombre también de Jesucristo Redentor, a cuyo Corazón adorable levantamos ahora una estatua en la Cabrera Alta. Si por quedar tan lejos, esta imagen que se levanta ahora aquí no tuviera capacidad para mover el espíritu de aquellos a quienes me dirijo, apelo entonces a otra imagen más alta del mismo Corazón de Jesús que se va a erigir en el centro mismo de España: la del Cerro de los Ángeles. Queríamos y seguimos queriendo que Jesucristo reine en la sociedad española. Para ello es necesario que a cada rincón de cada provincia donde el dolor y la pobreza hacen la vida casi insoportable, llegue un poco más de amor y de justicia.
Entonces los monumentos tienen pleno sentido. Yo así concibo el que ahora vamos a levantar en la Cabrera Alta.
Que sea el comienzo de una etapa nueva en la vida de toda la región de la Cabrera. Que marque con signo cristiano la evolución económica que allí debe producirse.
Pienso que cuando este progreso esté logrado, o ya en vías de conseguirse, en lo más hondo de la Cabrera Baja podríamos erigir otro monumento a María, Madre de la Iglesia, que fuese a la vez capilla, escuela y centro social para toda la comarca. Así aparecería más claro que desde el principio al fin lo único que nos mueve es el amor a los que sufren, de todos los cuales María, la Virgen, es fortaleza y consuelo, y Jesús, su Hijo Divino, fortaleza y redención.
1 Ecclesia, 20 de marzo de 1965. n. 1236, 5.
2 La Gaceta de Madrid, 6 de febrero de 1934.