Una síntesis de la espiritualidad católica

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Una síntesis de la espiritualidad católica

Prólogo para la obra de José Rivera y José María Iraburu titulada «Espiritualidad católica», 1982.

Los autores de esta hermosa síntesis de la espiritualidad cristiana son José Rivera, sacerdote de Toledo, profesor y director espiritual en el Seminario, y José María Iraburu, sacerdote de Pamplona, profesor en Burgos, en la Facultad de Teología. Son colaboradores del Centro de Estudios de Teología Espiritual desde que lo iniciamos en 1975. De la amistosa colaboración de estos dos sacerdotes se han seguido varias publicaciones, como los recientes Cuadernos de espiritualidad, que son el precedente inmediato de la presente obra.

No es fácil, en verdad, describir el misterioso desarrollo de la vida cristiana, sobre todo, precisamente, cuando ésta es más genuina y plena, es decir, en su fase mística. “El Señor es Espíritu”, dice San Pablo, y los cristianos, “todos nosotros, con el rostro descubierto, reflejando la gloria del Señor, nos vamos transfigurando en su imagen, cada vez con más gloria, a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor” (2Cor 3, 17-18). ¿Cómo investigar, más aún, cómo expresar este inefable proceso, esta obra excelsa de la Trinidad santísima, que deifica progresivamente al hombre? La mente y la palabra de los hombres, sin la ayuda sobrenatural de Dios, desfallecen en el intento.

Por eso, los autores de este libro, conscientes de ello, se mantienen siempre próximos a la Revelación divina, se resisten a salir de su luminosidad, y procuran no alejarse –como hoy vanamente hacen tantos– de las categorías mentales y verbales de la misma Biblia (pecado, gracia, caridad, abnegación, penitencia, oración, carne, espíritu, demonio, mundo, ayuno, limosna, configuración a Cristo, docilidad al Espíritu, obediencia a la voluntad del Padre, etc.). Este libro sorprende por su claridad, y, a mi juicio, esta claridad procede en buena parte del uso constante que los autores hacen de la terminología bíblica y tradicional, actualizándola con los matices psicológicos propios de nuestro tiempo.

Los autores han querido expresar con toda su pureza el sentido que el Evangelio –siempre y en todas partes, desde Cristo hasta hoy– ha tenido en la Tradición, en el Magisterio eclesial, especialmente en la Liturgia, en la vida de los santos, en la enseñanza de los grandes teólogos y doctores de la Iglesia, sobe todo en Santo Tomás de Aquino, en Santa Teresa de Jesús y en San Juan de la Cruz.

Los autores, explícita o implícitamente, siempre afirman la eclesialidad de la espiritualidad cristiana: la vida cristiana la recibimos de la Santa Madre Iglesia, y en ella y para ella la vivimos. Por otra parte, no acentúan devociones concretas o espiritualidades peculiares –convenientes, sin duda, al interior de la Iglesia–, sino que exponen –tratan de hacerlo, al menos– la espiritualidad “católica”, esto es, la espiritualidad universal, la esencial, la permanente. Y en este sentido, esta obra puede ser igualmente válida para sacerdotes, para religiosos y religiosas y para laicos. A todos les puede rendir el buen servicio de ayudarles a profundizar en las raíces mismas de la vida en Cristo. Por esta razón, y por las que más arriba he señalado, creo que este libro bien puede titularse Espiritualidad católica.

Sabemos que “el justo vive de la fe” (Rm 1, 17); y que toda espiritualidad cristiana debe derivarse de la misma fe. Pues bien, los autores de este libro no suelen partir de opiniones teológicas, –y las pocas veces que lo hacen, lo avisan–, sino que procuran fundamentar siempre los temas ascético-místicos en los fundamentos dogmáticos de la fe. Quizá alguno estime que las páginas que dedican a afirmar las premisas de la fe son a veces demasiadas, más, en todo caso, de lo que ha sido habitual en las obras clásicas de Teología Espiritual; pero la situación de la fe en el tiempo presente parece aconsejar tal método. ¿Cómo hablar, por ejemplo, de la espiritualidad providencia cuando hoy son tantos los que apenas creen en una Providencia divina universal, sobre lo grande y lo pequeño? ¿O cómo tratar de la ascética lucha contra el demonio, si muchos no creen en su existencia? Quizá en otro tiempo los autores espirituales pudieran dar por supuestas las grandes premisas de la fe, pero hoy no será prudente tal suposición.

Los autores de esta obra, además, no sólo afirman la verdad, sino que niegan también el error contrario. ((Entre dobles paréntesis encierran la breve descripción de ciertos errores hoy más actuales, quizá para que su influjo malo no llegue a afectar la verdad del texto)). Y este método le da, ciertamente, una gran viveza a la exposición. Así como los dibujantes, una vez trazada la figura, le dan relieve marcando las sombras –y sin éstas la figura quedaría plana y sin vida–; así los autores afirman en este libro la verdad, y luego la perfilan a veces más vivamente, negando los contrarios errores. El procedimiento es viejísimo, usado en todas las culturas. Lo emplearon los profetas, y también Jesucristo y los Apóstoles. Fue un sistema dialéctico usual en la Escuela cristiana clásica. Así, Santo Tomás, cuando se plantea una cuestión, no sólo la responde con un cuerpo de doctrina positiva, sino que expone también ciertos errores (“quidam dicunt…”), para rechazarlos desde la doctrina que establece. Sí, el procedimiento es muy antiguo, pero en esta obra casi parece original, pues en buena parte ha caído en desuso, quizá por un mal entendimiento de lo que debe ser la tolerancia y el pluralismo teológico.

Destacaré, por último, que en esta obra los autores manifiestan siempre un notable optimismo sobre la fuerza de la gracia de Cristo para santificar a los hombres de hoy. No se arredran ante los aspectos sombríos de la situación presente, –que ellos dan muestras de conocer bien–, sino que en todas las cuestiones que tratan, impulsan vigorosamente hacia la perfección evangélica. Y este es otro valor de la obra, que conviene señalar. Pareciera, a juicio de algunos, que la raza de los cristianos se va debilitando, y que ya no es prudente exhortarles a aquellos caminos de perfección, que los antiguos caminaban normalmente. En todas las épocas, con matices muy diversos, reaparece esta peregrina persuasión. Ya en el siglo IV, terminadas las persecuciones, decía el gran monje San Antonio: “Dios no permite que esta generación sea atacada como lo era la de los antiguos, porque sabe que los hombres actuales son débiles y no pueden sostener tales combates”. Y en el siglo XVI, por citar otro ejemplo, decía Santa Teresa al elogiar la santidad y penitencia de fray Pedro de Alcántara. “No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados”. A ella no le convencía esta opinión, pues concluye diciendo: Sin embargo, “este hombre de este tiempo era; y tenía grueso el espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de los pies” (Vida 27, 16).

Termino ya, pues a un libro largo le conviene un prólogo corto. Que este libro sea un homenaje agradecido, que los autores y el C.E.T.E. dedican a Santa Teresa de Jesús en el IV centenario de su muerte. Que haga un buen servicio, a unos como manual de Teología Espiritual, a otros como esquemas de predicación, y a muchos como libro de meditación y de lectura espiritual. Así lo quiera Dios.